jueves, 30 de julio de 2009

El pañuelo

Hola lectores
Desde una tarde nublada y fría de invierno, les envío "El pañuelo". Un cuento que mezcla la fantasía con la realidad, donde los sentimientos denuncian sin que la obra se transforme en un panfleto de protesta. Fue escrito al principio de esta historia del peaje entre Cipolletti y Neuquén. Tiempo en que el sueldo mínimo era de 360,- pesos.De ahí que habla de un sueldo. Un abrazo
Pascual



EL PAÑUELO


En esa casa de antigüedades, había que armarse de paciencia. La espera no la provocaban otros clientes, sino su propio dueño.

Don Jaime sabía esconder sus huesos detrás de algún mueble viejo para aparecer en el momento oportuno, casi al borde del aguante.

Entonces se acercaba arrastrando los pies y mostrando sus gastados dientes.

- Estoy buscando un regalo para mi novia – le dije.

Que no sea muy caro – le alerté.

Se tomo un tiempo para contestar y me observó como quien mira algo por dentro. Después, titubeó un poco y al fin me dijo:

- ¿Un regalo para su novia, aquí?

- Vamos Don Jaime yo sé que usted tiene muchas cosas bonitas y ella es una chica muy especial sabe, es una Neuquina muy romántica.

Por un momento pensé que ni me había escuchado, pero luego hizo un movimiento y como si recordara algo, me contestó.

- A ver, vamos a ver... para una Neuquina de treinta pesos por mes.

- Algo barato Don Jaime ¿Cómo treinta pesos por mes?

- Me refería a lo que te sale el peaje, cuando uno tiene novia la quiere ver todos los días. Vos vivís aquí en Cipolletti y ella en Neuquen, 0,50 cts. de ida y 0,50 cts. de vuelta.... Un sueldo por año... Qué barbaridad.

Empezó a abrir y cerrar cajones mientras mascullaba cuentas, hasta que encontró un estuche con tapa de vidrio, envuelto en una cinta de oro lacrada en el moño.

- Aquí está - me dijo.

- ¿Y eso que es? - le pregunté.

- Es un pañuelo.

- ¿Un pañuelo?

- Sí, un pañuelo para llorar

- ¿Cómo un pañuelo para llorar? Será para secarse las lágrimas.

- No, éste es un pañuelo que hace llorar: apenas se lo acerque a la cara empezarán a salírsele los lagrimones.

- ¿Cómo le voy a llevar un pañuelo para llorar?

- ¿No me dijo que era romántica? Le va a encantar.

Sus palabras sonaban tan convincentes, que después de regatear un poco me lo llevé.

En el camino hacia Neuquén recapacité y me dije: -- Esto en una joda hermano - Pero esa inconciencia tan natural que llevamos dentro me permitió seguir adelante, acariciar un poco el morbo y probar: ¿Será verdad? Y si no lo fuera, qué importa, el estuche es divino y el pañuelo también. Qué necesidad había de decir la verdad? -- Soy un boludo, te compré un pañuelo para llorar – Iba a llorar si, pero de risa.

Llegué al peaje y puse los cincuenta guitas. Nunca había reflexionado sobre la cantidad de monedas que dejaba. Don Jaime sacó la cuenta en un minuto. No hay caso, necesito un poco de sangre judía ¿Cómo puede ser que pierda un sueldo por año por ir a ver a mi novia y otro para ir a laburar?

Cuando llegué me hice el misterioso:

- Te traje un regalo – dije.

- Ah si ¿Y es bonito?

- A mi me gustó, eso sí, me tenés que dar una moneda.

- No me digas que me compraste un cuchillo.

- Como te voy a comprar un cuchillo, te compré un pañuelo hermoso.

- ¿Un pañuelo?

- Si, un pañuelo para que te suenes los moquitos mi amor.

Y me guardé muy bien de decirle que se trataba de un pañuelo encantado, o embrujado.

- ¿No lo vas a abrir?

- Tiene el moño lacrado, me da lástima, lo voy a guardar así.

Yo estaba impaciente y temí delatarme, dejé nomás que lo guardara sin insistir en que lo abriese.

Esa misma noche de sábado fuimos al cine y cuando pasé por el peaje me alerté que se me escapaban dos monedas más. Me empecé a poner sensible con este asunto, de dejar dos sueldos al año y lo peor es que tomaba conciencia de que a ella le pasaba lo mismo. Ella trabajaba en Cipolletti y volvía al mediodía para comer, dejaba cuatro monedas por día igual que yo. Estaba en todas estas reflexiones cuando llegué a su casa y no pude menos que comentarlo.

Creo que no hice bien en sacar el tema porque entramos angustiados a ver “Angustia de un querer”

- Me parece que voy a estrenar el pañuelo que me regalaste - me dijo.

De más está decir que lloramos toda la noche, tenía la hombrera empapada de lágrimas. Los sentimientos de amor de la película se mezclaban con una angustia desconocida que se nos había instalado sin saber como, sin pagar peaje.

El peaje había crecido en nuestras mentes, Raquel cambió su tierno coloquio de enamorada y nuestra despedida más bien parecían lecturas de panfletos rencorosos.

- No sólo se vendió el país, se vendieron los derechos de los ciudadanos, el derecho de desplazarse gratuitamente por un puente pagado por los impuestos. Genuinamente propio, tan genuinamente, que con el servicio que prestó durante más de 50 años, con su derecho de pionero, debería haber bastado para respetarlo como a un anciano ilustre. Sin embargo se salieron de la ética y ahí está, como un anciano a plazo fijo, tomado por el corralito hasta morir. – Raquel me sorprendió, lo dijo todo de un tirón.

- El Abuelo de mi papá trabajó en el puente, lo hicieron para unirnos, en cambio estos construyeron uno que nos separa. – No supe decir más.

No era bueno prolongar la despedida, Raquel lloraba y lloraba y a mí se me derramaban las lágrimas como nunca. Recordé el pañuelo y pensaba si tendría algún significado, mi idea de la cosa no me ayudaba, mi incalificable tendencia a la superstición, a las cábalas y a cuántas boludeces se me cruzan en el camino. Estas cosas siempre me traen mala suerte: una vez se me cruzó por delante del auto un gato negro y para evitar el mal augurio frené y le di marcha atrás, cuando llegué a la esquina un colectivo me arrancó medio baúl del auto. Así y todo seguí pensando que esa fue mi mejor suerte.

Llegué a la conclusión de que lo mejor sería recuperar el pañuelo y devolverlo. Robarlo si fuera necesario.

Al otro día Raquel era un mar de lágrimas y el pañuelo estaba trenzado entre sus dedos, no tenía consuelo. Yo también llegaba angustiado, cada vez que cruzaba el puente y pagaba, sentía la impotencia del esclavo. Ella me señalo el diario y comenzó a parlotear como si fuese a dar un discurso.

- Esos pillos traduciendo las leyes a su antojo, nos cortaron el paso y nos impusieron el pillaje (peaje). Con el cuento de la inversión y la amortización nos conectaron a la ordeñadora y dale que dale. El negocio no les podría salir mejor, un pillaje al barrio norte y que paguen hasta para ir al Cine ¿Te das Cuenta? La impunidad va mucho más lejos, la guita para hacer el puente, la pusieron los ahorristas. Si, los mismos que hoy golpean las cacerolas.

Yo no sabía como sacarme la bronca que humedecía mis ojos, no quería hablar del tema con Raquel, darnos manija para sentirnos los más pelotudos del mundo dejando cuatro sueldos al año, no era justo.

Tenía que sacarle el pañuelo embrujado a Raquel, terminar con estos lloriqueos, volver a la normalidad de nuestro amor, a la ternura de nuestras miradas.

Le tomé las manos y le cambié el pañuelo por el mío.

- Toma, éste está seco – le dije.

Guardé el pañuelo en el bolsillo de mi campera y empecé a ojear el diario: “El Gobernador se pone firme”,”La empresa pone paños fríos”, “la promesa de otro puente”, “cinco años”, “del desarrollo y la globalización”. Se me mezclaban las frases y más lágrimas carajo, es que nadie dice que la ordeñadora sigue dale que dale y dale que dale. O acaso nos vamos a tener que acostumbrar a vivir con la manguera puesta (por no decir una grosería) y pase a ser un modo de vida, separar las monedas, racionar las visitas a la familia y los amigos, y resentirse, cortar el servicio del cable, y resentirse, dejar de fumar, y resentirse, volver a la bicicleta, y resentirse, y resentirse...

Tengo que devolver este pañuelo, nos está haciendo mierda, mañana es lo primero que voy hacer.

Pascual Marrazzo ©

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