miércoles, 30 de septiembre de 2009

La fuerza de su sonrisa

Hola lectores
Desde un azul día de primavera, les envío "La fuerza de su sonrisa". Una metáfora con un final que obliga a releer y te moja los labios.

Un abrazo

Pascual



LA FUERZA DE SU SONRISA



En la tarde silenciosa de ayer, ella me volvió a mirar y se sonrió. Mi corazón salió de la turbulencia para refugiarse en una dulce emoción. Como una vena que deja de sangrar henchida de cansancio, se me aflojó el goteo del sufrimiento. Un racimo de recuerdos acudió como una brisa sanadora y cicatrizaron las grietas de mis heridas.

Hoy todo parece comenzar de nuevo. Es como si el abismo en el que viajaba me ofreciera un piso donde pararme. El desamparo empalidecido, dejó de estar al acecho y se refugió en la soledad que fue quedando atrás.

Ella me volvió a mirar y se sonrió, provocando el nacimiento de emociones ocultas. Nuevos descubrimientos que no provienen de la razón perforaron la esencia celeste del amor. Entraron con vehemencia íntima, con sabor agridulce bajo un idilio de sabanas e irónicamente me creó un rincón de pensamientos nuevos. No encontré la decepción, sólo nostalgias heridas y pinceladas de sombras.

Nuevamente me miró y se sonrió esgrimiendo dos pulseras de acero sin llaves. Como un fantasma extraviado tratando de no convertirme en un esclavo me descorché la cabeza, quise huir, pero mi cuerpo acalorado se dejó tomar.

Inesperadamente ella me volvió a sonreír. Ahora con sus labios húmedos pegados a mi boca intentamos renacer de una manera más sencilla, con el gusto añejo del roble, sin espuma.

Pascual Marrazzo ©

La fuerza de su sonrisa

Hola lectores
Desde un azul día de primavera, les envío "La fuerza de su sonrisa". Una metáfora con un final que obliga a releer y te moja los labios.

Un abrazo

Pascual



En la tarde silenciosa de ayer, ella me volvió a mirar y se sonrió. Mi corazón salió de la turbulencia para refugiarse en una dulce emoción. Como una vena que deja de sangrar henchida de cansancio, se me aflojó el goteo del sufrimiento. Un racimo de recuerdos acudió como una brisa sanadora y cicatrizaron las grietas de mis heridas.

Hoy todo parece comenzar de nuevo. Es como si el abismo en el que viajaba me ofreciera un piso donde pararme. El desamparo empalidecido, dejó de estar al acecho y se refugió en la soledad que fue quedando atrás.

Ella me volvió a mirar y se sonrió, provocando el nacimiento de emociones ocultas. Nuevos descubrimientos que no provienen de la razón perforaron la esencia celeste del amor. Entraron con vehemencia íntima, con sabor agridulce bajo un idilio de sabanas e irónicamente me creó un rincón de pensamientos nuevos. No encontré la decepción, sólo nostalgias heridas y pinceladas de sombras.

Nuevamente me miró y se sonrió esgrimiendo dos pulseras de acero sin llaves. Como un fantasma extraviado tratando de no convertirme en un esclavo me descorché la cabeza, quise huir, pero mi cuerpo acalorado se dejó tomar.

Inesperadamente ella me volvió a sonreír. Ahora con sus labios húmedos pegados a mi boca intentamos renacer de una manera más sencilla, con el gusto añejo del roble, sin espuma.

Pascual Marrazzo ©

lunes, 28 de septiembre de 2009

Infidelidad

Hola lectores
Desde un fresco día de primavera, les envío "Infidelidad" Un cuento para descubrir donde se encuentra la verdadera infidelidad. Y hablando de infidelidad, no dejen de entrar al blog: http://tienetintatutintero.blogspot.com
Un abrazo
Pascual


INFIDELIDAD



Hay días, en los que es mejor esconderse de la vida, borrar todo con una goma blanda para no romper el telón del espacio y echarse a dormir como los muertos, sin soñar.

¿Quién me habrá mandado a querer reconciliarme un martes trece? Soy realmente una pelotuda. . . ¡al cubo!

Llevaba las dos copas y la botellita de champán. . . Y la sonrisa y las ganas ¡y la puta madre que lo parió! Estaba poniendo todo, porque pensaba en su desolación, le ponía las pilas que ni siquiera tenía porque yo también me encontraba desolada. Pero el muy hijo de puta estaba encamado con Marcela. . . mí Marcela.

Pascual Marrazzo ©

viernes, 25 de septiembre de 2009

La enfermera

Hola lectores
Desde un día gris de primavera, les envío "La enfermera" Un cuentito con trampa, para que lo tengan que releer. Mis disculpas por la falta de envíos esta semana, pero estoy a full con la feria del libro local. Entren a mi blog: http://tienetintatutintero.blogspot.com
Un abrazo
Pascual


LA ENFERMERA



Los celos apaleaban mi sangre, sin embargo al verla se encarcelaban mis malos pensamientos. Sus labios grandes y húmedos unían la piel de mi cara como si la vida recién brotara.. me hacían dudar, hasta de la muerte.

Cuando se retiraba, como todos los días y a la misma hora, empezaban mis sufrimientos al pensar: donde estará, con quién y las horas apretaban mi garganta morando mi boca. Entonces llegaba la mañana y yo recuperaba el aliento, sonreía.

Era como morir asesinado noche a noche, con un cuchillo de hielo que espasma el cuerpo y ella entraba en mí con su frescura.

Con el guardapolvo blanco y un perfume de alcohol, engarzaban mis venas con aguja y cristal y nuevamente el beso que salva de la muerte con su boca acaparadora, unida a la manguera del tubo de oxígeno.

Pascual Marrazzo ©

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Deteniendo a la marea

Me mandaron estas fotos de las grutas y las comparto con ustedes "Primer encuentro de escritores Las Grutas 2009"

un abrazo

pascual

sábado, 19 de septiembre de 2009

La carrera

Hola lectores
Desde un maravilloso día de invierno primaveral (Los fresnos ya están brotados)les envío "La carrera". Un cuento que enseña cómo se armaba un cochecito de carrera hace 50 años.La destreza de los niños de esa época. Tambien la base de cristandad que nos daban en el colegio y que influía para que los malos actos tuviesen peso en nuestras almas.La actitud solidaria del almacenero. La incomprensión de la Abuela y por último la reconciliación con el alma, cuando regala su auto.
Un abrazo
Pascual



LA CARRERA


Recuerdo cuando tomé la decisión de preparar mi propio auto de carrera: fui a comprar en el Tucu Tucu la cupecita Ford 38 de plástico anaranjado para recortarle los guardabarros como a los de Turismo de Carretera; sacarle las ruedas y poner los ejes al rojo para ampliar los agujeros hacia arriba, como una corredera. Llenarlo con masilla y dejarlo secar boca arriba en la terraza durante una semana de sol.

Mientras, buscaba unos rayos viejos de rueda de bicicleta, conseguía los de carrera que son de acero y le pedía a Doña Tota que era la enfermera del barrio, las tapitas de los frasquitos de penicilina para hacer las ruedas. Después, le pedía un elástico ancho a mi tía, que lo sacaba de alguna liga vieja y se lo colocaba debajo del autito. Como si fuesen los muelles de los ejes, conseguía así una buena amortiguación. Cortaba los ejes como para que me entren las cuatro ruedas de goma adelante (2 y 2) y seis atrás (3 y 3). Sólo faltaba ponerlo a punto y ver si podía hacer dos líneas de asfalto sin volcar y con poca comba. Si era satisfactorio, comenzaba el ritual de pintarlo y ponerle el número 1, todo con esmalte de uñas, los colores oscuros rayando carbón y yema de huevo para conseguir los claros.

La inversión había sido de 15 cts. Una semana de trabajo y las molestias que podía ocasionar.

Don Manuel, el almacenero había donado los premios: medio kilo de yerba, medio de azúcar y medio de galletitas a elegir para el primero y solamente galletitas para el segundo.

Yo había estado probando a la hora de “Poncho Negro” que no quedaba un solo chico en la calle y mi coche daba dos líneas y un poquito más, entre los cincuenta centímetros y el metro. Había un solo auto que superaba esa marca, era el de Fermín el hijo del carpintero, le había agujereado el techo y puesto un bulón para tener más peso.

Los chicos lo miraban correr con envidia y yo deseando que vuelque, porque el tornillo lo hacía más alto y cuando cruzaba la línea pegaba un buen salto.

La noche antes de la carrera fui con un cuchillo y levanté toda la brea de la línea por donde estaba acostumbrado a lanzar el Fermín y me fui a acostar con toda la culpa. Soñé que el auto de Fermín se volvía grande como un monstruo y me pisaba rompiéndome todo.

Era domingo y la carrera comenzaba a las diez de la mañana. Don Manuel repartió los números, a Fermín le toco el tres y a mí el ocho. Yo estaba pendiente del lanzamiento de él, que era el único que pasaba las dos líneas.

El auto de Fermín se desprendió de sus manos como para ganar, pero en la primera línea saltó y cayó medio cruzado, igual llegó a la segunda pero contra el cordón de la vereda.

Ahora sólo tenía que esperar y lograr un buen lanzamiento. Cuando llegó mi turno puse toda la concentración posible para no fallar. Todavía no habían podido superar a Fermín; afirmé la rodilla izquierda en el cemento y la otra un poco más atrás, planché una mano en el asfalto y lancé mi cupecita, que se portó como otras veces y superó las dos líneas con casi un metro y medio de más.

Cuando me levanté se me veía la rodilla derecha, en el esfuerzo había roto el pantalón y también había un poco de sangre, pero era muy poco para la felicidad que me embargaba.

Esperé tranquilo que uno a uno vayan lanzando sus autos, a sabiendas que mi marca era insuperable.

Don Manuel me preparó el premio y elegí los bizcochitos de grasa que le gustaban a mi Abuela con el mate.

Entré a la casa y puse todo en la mesada para darle una sorpresa; cuando salía de la cocina mi Abuela me encaró con las dos manos en la cintura: -- ¡Mirá! como te has roto ese pantalón ¿Con qué vas a ir a la escuela mañana?

Y ahí nomás me dio una paliza y me mandó a la cama. Desde mis lamentos y la oscuridad y ya cansado de tanto llorar, pensaba que al menos el Fermín estaba disfrutando de las galletitas y la culpa se me agrandaba en el pecho.

Después, entre sueños, pude escuchar a mi Abuela que decía: -- “Era hora de que el novio de la Cuca aportara algo para el mate”.

Supe entonces que las macanas se pagan, la abuela ignoraba que había sido yo quien dejó las galletitas y Juré que le iba a regalar mi auto al Fermín.

Pascual Marrazzo ©

jueves, 17 de septiembre de 2009

La bala perdida

Hola lectores
Desde un día de invierno primaveral, les envío "La bala perdida" Un cuento breve de gran dimención, donde queda flotando en el aire -un de donde vino la bala- o quién lo castigó. Lo demás son miserias de estos tiempos.
Un abrazo
Pascual



LA BALA PERDIDA



El muerto tenía clavada una bala en la frente. Su figura grotesca en medio de la calle no concordaba con la actividad pacífica de alguien como él.

Un gallo, parado en el medio de su abdomen, esperaba con ansiedad las primeras luces de la madrugada, dispuesto a usar toda su energía en un llamado a la solidaridad.

El tiempo, sólo y libre, se adueñó de la realidad y llegó a su fin. El chillido acompañado del aleteo fue estridente y los sueños se despertaron.

El primer canillita dio el aviso a gritos ¡Mataron al párroco, mataron al párroco!...

Los primeros vecinos le quitaron las sandalias rojas de tacos altos, el corpiño, le limpiaron la pintura de los labios y volvieron a abotonarle la sotana.

En sólo dos saltos, el hijo del carpintero se escondió en el cielo.

Pascual Marrazzo ©

La cama

Hola lectores
Desde un día primaveral de invierno, les envío "La cama" Un cuento con una dosis de erotismo y fantasía para ir poniéndonos a tono con nuestra feria del libro que comienza mañana y cuya temática es la sexualidad.

Un abrazo

Pascual



LA CAMA



A Federico le habían dicho que era del siglo XV y que la trajeron de Francia para una casa de citas, allá por el mil ochocientos. Era de ésas que tienen cuatro columnas de madera labrada. En su tiempo, quizás estaría toda cortinada y vaya uno a saber a quiénes había acogido o, como decía él, cuántos habían… Lo cierto es que ahora era un esqueleto viejo lleno de picaduras de tachuelas que sólo le había costado cuarenta pesos.

Le llevó unos meses de cebar mate en la carpintería para convencer al gallego de que se la pusiera en condiciones. Lo importante fue que, cuando terminaron, quedaron prendados de ella. Le habían colocado luces de distintos colores y reconstruido el espejo en el techo. Con satenes y terciopelos, negros y rojos, la vistieron de cortinas.

Federico reemplazó la cama turca en su pieza de soltero y pintó el cielorraso y las paredes de negro, salpicándolas con estrellas de pintura fluorescente. Eliminó toda otra luz extraña y consiguió el efecto deseado; que la cama parezca una gran lámpara flotando en el medio del espacio.

Había trabajado obsesionadamente, más que por el arte, por el amor a Zulema, su novia, a quien él, día a día le había contado sus adelantos, planificando de esta forma su primer encuentro de amor íntimo. Para poder ejercer el erotismo y perderse en la libertad plena que exigía el hambre de la juventud.

Estaba tan entusiasmado, que ella no se negó, pero tampoco asintió. Al principio se había sentido animada y visitó un par de veces la carpintería. Pero luego comenzó a sentir miedo, un miedo supersticioso, intuitivo, que no podía dominar. Él, en cambio, atrapado por la ansiedad, quería concretar lo antes posible.

El amor y la pasión de la adolescencia triunfaron y arreglaron todo para el encuentro. Entraron y cerraron la puerta quedando en completa oscuridad. Se abrazaron con la desesperación de las urgencias y desnudaron sus cuerpos. Fue en ese instante cuando la cama se iluminó y pudieron ver cómo se les escapaba entre las estrellas. Mientras ellos, muy lentamente, caían al vacío.

Pascual Marrazzo ©

martes, 15 de septiembre de 2009

La araña

Hola lectores
Desde un día de invierno primaveral, les envío "La araña" Una metáfora imaginaria que algunos podrán deleitar.
Un abrazo
Pascual



LA ARAÑA


A las idealistas se nos tilda de estar desconectadas de la realidad, y a veces hasta se nos menosprecia.

De cualquier manera, no voy a cambiar para atarme a la pesadilla real de la decadencia.

Prefiero correr los riesgos del fracaso y trabajar sin el límite de la seguridad.

Es la trampa de mi sustento la que está en juego. Es mi tesón, la vida misma la que voy dejando en cada cuerda.

Es mi fantasía la que va creando redes cada noche, para atrapar un hombre o ser destruida por la escoba de una bruja.

viernes, 11 de septiembre de 2009

La abuela

Hola lectores
Desde un día soleado de invierno, les envío "La abuela" Un cuento que da mucho lugar al lector para dimensionarlo, adivinarlo e imaginarlo. Un abrazo y que pasen un feliz fin de semana. Pascual



LA ABUELA



Mi Abuela era tuerta, pero el ojo que le faltaba parecía andar por todas partes: “Sáquese las manos de los bolsillos”, “lávese esas orejas”, “el alero está lleno de telarañas”... Y esa manía de hacerme lavar los dientes con el jabón y la ceniza del brasero... Todo el día se la pasaba dando órdenes, mandona era la Abuela.

Me gustaba verla dormir, porque con los ojos cerrados no mostraba el ojo muerto y era linda. No tenía arrugas en la frente como otras Abuelitas.

No todos le creían que era mi Abuela, pero como se había ganado el mote de santona nadie le decía nada.

Cuando llegamos, el pueblo no tenía médico y ella supo aprovechar. Tomó el trabajo de sanadora, no recuerdo de dónde habría tomado experiencia; pero si no sabía, hacía muy bien que sabía.

Como hacía mucho calor, habíamos colgado unas lonas del parral y como decía ella, ahí atendía, al embrutecimiento, a las esperanzas y a los sueños.

Con el tiempo se radicaron un par de médicos y la quisieron echar del pueblo, pero cuando vino el Juez de Paz, ella lo atendió detrás de las lonas, se arrodilló y le curó la tripa. Entonces él, dijo que ella era idónea o doña no sé; lo cierto es que no la molestaron más. El Juez se acostumbró a las curas de la Abuela y decía que venía a curarse el empacho, pero yo siempre veía que se abrochaba la bragueta antes de salir. Yo espiaba para verles las tetas y las nalgas a las señoras, aunque por lo general mi Abuela sólo les hacía sacar la lengua.

Los clientes no le faltaban, decía que nunca había que recetar abstinencias: - dormí más – trabaja menos – ya va a caer solito – volá nena, volá, cerrá los ojos y volá -. Esas eran todas sus recetas. Decía que si ella acertaba en lo que la gente quería escuchar, se curaban más rápido.

Lástima que ella no se supo escuchar, no se pudo interpretar la pobre. Ahora que la veo sonreír, tan mansa en su lecho tan usado de virtudes no dejo de preguntarme si era o no mi mamá, ¿Por qué nunca quiso hablar de un papá y cómo es, que no pudo sanar a la muerte?

Pascual Marrazzo ©

jueves, 10 de septiembre de 2009

Jugando con el abuelo

Hola lectores
Desde un brillante día de invierno, les envío "Jugando con el abuelo" Un cuento que muestra la ternura y el trato de un abuelo con su nieto y sirve para tal vez para reconocer la relación como ejemplo. No se olviden de entrar al blog: http://tienetintatutintero.blogspot.com
http://pascualmarrazzo.blogspot.com
Un abrazo
Pascual



JUGANDO CON EL ABUELO



Hay una edad en que los chicos se la pasan preguntando. Las respuestas, a veces sencillas, a veces no tanto, se enfrentan a preguntas nada comunes.

La curiosidad del niño elige a aquellos que con paciencia van contestando una a unas todas sus preguntas. El chico intuye cuando se le dice algo como para cumplir. Por eso se dirige a las personas confiables que tiene en su medio. Primero la mamá, después el papá y si estos no tienen tiempo para él, van al abuelo.

Patricio Alcides Ferreira tenía ocho años y sus padres lo habían llevado a la estancia “El Pato” donde su abuelo oficiaba de encargado. Era la primera vez que se enfrentaba al horizonte verde y circular de los pagos de Coronel Suárez.

Sus padres, entretenidos en tantas palabras con la abuela que no daba tregua con las noticias, no tenían tiempo para él. Así que enfiló para el patio donde el abuelo mateaba al lado de un brasero.

- ¿Abuelo: cuántos nombres tenés?

- Dos nombres: me llamo Ramón Alcides Ferreira.

- ¿Alcides como yo?... ¿Te copiaste mi nombre?

- No señor, yo me llamaba Alcides antes que usted. Su padre le puso ese nombre en honor a su abuelo, que soy yo.

- A mí no me gusta, hay un chico en la escuela que dice que Alcides no es un nombre y me hace burla.

- Es un bolacero su amigo, Alcides es el nombre de uno de los hijos de Hércules, es el Dios de la fuerza. Usted se tiene que sentir orgulloso de tener ese nombre, su amigo habla de envidia.

El muchachito le dio un respiro a Don Ramón. Treinta o cuarenta segundos que usó para escribir su nombre en el piso de tierra con una ramita seca y volvió a la carga:

- Abuelo ¿Por qué la gente crece?

- (Carajo que se las trae el pendejo – pensó antes de contestar) Porque se toma toda la sopa y se alimenta y eso enriquece el cuerpo y le forma la panza y en de ahí se desparrama y se crece – salió del paso suspirando.

- Ah... ¿Amanecerá mañana abuelo?

- Es claro que amanecerá... Mire, la tierra da una vuelta todos los días y se enfrenta al sol. De ay que aparece el amanecer.

- ¿Y...?

- ¿Y qué mijo?

- ¿Nunca se va a parar la tierra?

- No. Quédese tranquilo que nunca se va a parar, está dando vueltas hace miles de años ¿Por qué se va a parar ahora? No mijo, nunca se va a parar.

- ¿Por qué la estancia se llama el pato, abuelo?

- Porque al abuelo del dueño le gustaba jugar al pato.

- ¿Y como se juega al pato?

- Se juega con una pelota que tiene manija, el jinete tiene que agarrarla del suelo y embocarla en una red.

- ¿Y, por qué le llaman pato?

- Porque antiguamente jugaban con un pato, lo agarraban del cogote y lo boliaban.

- Me esta bolaceando abuelo, como va a agarrar al pato del cogote. Se muere llorando el pobre pato.

- Y es claro que se morían, pero no lloraban, ni el grito le salía del gañote.

Al niño le agarró un ataque de risa pensando en las ocurrencias del abuelo, pero al calmarse volvió a arremeter con las preguntas.

- Abuelo ¿Es cierto que alguien llora cuando llueve?

- Depende, la gente le pide a los Santos en la seca y a veces escuchan todos y es cuando diluvia, vio. En cambio cuando escuchan unos pocos llueven cuatro gotas locas.

- ¿Y donde están los Santos?

- En el cielo, arriba de las nubes.

- Papá dice que están en todas partes y que no se ven.

- ¿Y por qué me pregunta a mí entonces?

- Para ver si sabía, el papá dice que usted lo sabe todo.

- Bueno mire, el único que está en todas partes es Dios y los angelitos de la guarda que tiene usted, los demás viven en el cielo. A veces en casos muy especiales sabe bajar alguno. Y dígame ¿Por qué está tan preguntón lo ha agarrado para el churrete a su abuelo?

- No, abuelo.

- Entonces déjese de preguntar y póngase a jugar.

- No tengo con quién jugar.

- Póngase a estudiar ¿No tiene deberes de la escuela?

El niño se fue y entró en la casa. El silencio se adueñó del patio para escarmentar al abuelo, pero fueron sólo unos minutos. El muchachito volvió. Ahora con un cuaderno y un lápiz y se sentó junto a su abuelo que lo miraba de reojo.

Patricio escribió un título en el margen superior de la hoja (“El Árbol”) y se quedó pensativo.

- ¿Qué está por escribir, se puede saber?

- Ahora el preguntón es usted abuelo.

- No me falte el respeto, que yo puedo preguntar todo lo que quiero.

- Pero usted se enojó, porque yo le preguntaba.

- Yo me enojé porque usted me estaba tomando el pelo. Si quiere contar me cuenta y si no se lo guarda, me da lo mismo...

- Tengo que escribir una composición por el día del árbol.

- Me parece muy bien, acá tiene para inspirarse bastante.

- ¿Por qué es tan importante plantar un árbol abuelo?

- Según dicen; el hombre debe tener un hijo, escribir un libro y plantar un árbol.

- ¿Usted hizo todo eso abuelo?

- Todo no, me falta el libro, pero a lo mejor usted lo escribe por mí.

- Pero al final no me dijo por qué es tan importante plantar un árbol...

Don Ramón se dio cuenta que su nieto lo quería chucear a preguntas y decidió jugar.

- Es importante porque se cosecha la sombra. ¿Y a usted que le parece?

- A mí me parece que es importante porque si no los perros no tendrían donde mear.

El abuelo sintió que el niño le había metido el primer gol. No le gustó mucho pero aguantó para tomar revancha.

- Que le parece si ahora pregunto yo.

- Pregunte abuelo, yo no me enojo.

- ¿Cuál es la parte de atrás de un árbol?

- Depende de donde se lo mire abuelo, siempre es la parte posterior a la mirada.

- Se cree muy inteligente, pero le erró como a las bochas.

El chico no se dio por vencido y quiso rectificar creyendo adivinar cuál era la verdadera contestación.

- Ya sé abuelo, es donde se encuentra la sombra.

- Ni cerca mijo. Se lo voy a decir si me promete guardar el secreto y no decírselo a su padre.

- Esta bien, no voy a decir nada.

- La parte de atrás del árbol, es donde está el sorete.

Demás está decir que estallaron en un ataque de risas.

Pascual Marrazzo ©