viernes, 21 de octubre de 2011

Vivir lo soñado

Hola lectores

Desde un ceniciento y soleado día de primavera, les envío "Vivir lo soñado"

Un cuento, escondido dentro de un cuento.

Un abrazo

Pascual



VIVIR LO SOÑADO


Ella sabía que no pasaba desapercibida; sus ojos verdes adornaban dos ojeras violáceas abanicadas por densas pestañas. Pasé por su lado y copié su indiferencia sentándome un par de mesas más a la derecha. El “Café Tortoni” tuvo la magia de distraerme y entonces ella cayó en una trampa que yo no me había propuesto preparar. La rubia no aceptaba que pudiesen ser más importantes las columnas de mármol que ella y una mirada masculina como la mía reposase en cuadros, tulipas o vitrales. Comencé a sentirme asaeteado por sus iris y pupilas. Y devorado e interrogado por su mirada, no tuve más remedio que hacerle una mueca de aprobación, como cuando uno degusta una copa de vino.

A partir de ahí, (al menos de mi parte), comenzó una inspección detallada: Mostraba casi totalmente las axilas con sus hombros levantados, como si fuese una pantera pronta a saltar sobre el alivio de su hambre. Una cascada de cabellos rubios se abría paso en su espalda y otras dos se ondulaban sobre sus pechos descarados. El pie derecho se hamacaba colgado de su pierna cruzada, embozado en una sandalia dorada que se despegaba de su talón como si fuese una castañuela. Sus manos jugaban continuamente con sus dedos ágiles haciendo girar la copa o tamborileando sobre la mesa. Mostraba un nerviosismo espasmódico como un pájaro montado en una rama movediza. Pero sobre todas las cosas, era esplendente y fresca como una fuente de agua iluminada.

Mi primo Mario llegó con el paquete de libros y sus palabras ametralladas:

-- “Los tuve que esperar, me adelantaron cincuenta para que puedas presentarlo, los demás, los entregan la semana que viene”.

Ya eran las seis de la tarde y la presentación estaba programada para las seis y media. Así que le dije a mi primo que bajáramos al subsuelo a preparar el acto. Pero cuando pasé frente a ella tuve el impulso necesario para encallar como un navegante perdido y sin preámbulos le comenté:

-- Sería muy grato para mí que jerarquice con su hermosura la presentación de mi libro, será en treinta minutos, más o menos.

La tomé desprevenida, ya que nuestra actitud había sido de paso y no de encuentro. Sólo atinó a decir gracias cuando yo seguía mi camino.

-- ¿Y ese vagón quién es? – preguntó Mario.

-- Que sé yo, no la conozco, ni sé como se llama – le contesté.

Pusimos a punto el audio, acomodamos los libros y mi primo se puso a estudiar el discurso de presentación. Poco a poco fueron ocupando las mesas los invitados, la mayoría amigos y familiares que me habían prometido estar. Pero ella no aparecía y en un soliloquio me preguntaba: ¿Qué condena esa de querer hacer prevalecer las canas sobre un medio cuenco de miel? Seguir goloso de beber milagros y néctar de labios jóvenes. Querer continuar timoneando, sin bajar el ancla de una vez por todas.

Mario comenzó a leer todas las lisonjas previas que se atribuyen a los autores y en ese momento la que atolondraba mi mente bajó por la escalera. Contoneaba como un péndulo que cae vencido en cada escalón, como si fuese una ofrenda a la sensualidad. Como no había más lugar se acurrucó sobre un desvencijado tonel, doloroso testimonio de una vieja cava. Abrazada a sus piernas apoyó su mentón en una de sus rodillas y quedó expectante.

Mario terminó con la muletilla de siempre: “no sólo que es bueno, sino que es mi primo” – dijo poniendo la mejor cara de simpático.

No tuve más remedio que prepararme y como siempre improvisar algo. Me centré en su mirada y comencé:

-- Se trata de una historia de amor que comienza en un lugar como éste. Donde una mujer es algo así como una tormenta que se desata en el corazón de un hombre desencontrado con sus años. Una novela totalmente arrancada de la imaginación que no tiene indicios de realidad, al menos para mí. Pero sí tiene pasajes tomados de los sueños, de mis sueños. A medida que la escribía, más la soñaba y así pude calcar muchos de ellos. También fue lo que le dio origen al nombre “Vivir lo soñado”. Está escrita para aquellas jovencitas a las que les gustan las canas y los hombres que no quieren recibir el carné del PAMI y están dispuestos a soportar la juventud. Cuando la terminen de leer, creo que todos van a querer vivir lo soñado, no importa la edad que tengan. Esa es mi propuesta y espero que la disfruten. Muchas, muchísimas gracias por haber venido.

Después vinieron los aplausos, los besos y las palabras de aliento. Las lágrimas de la Abuela y el tartamudeo senil: – “¿Quién iba a decir esto de tener un nieto escritor? Y mi vieja que todavía no me perdonaba haber dejado la Facultad de Medicina, pero consolaba a la Abuela. Brindamos y comimos torta. La rubia desapareció dejándome el sabor de la nostalgia.

Al final quedamos con el gusto del cansancio. Mario terminó de enrollar los cables y se despidió:

-- Ponte contento, te vendí veintiocho libros - me dijo antes de irse.

Quedé solo en esa cofradía de bohemios, entre inciensos yermos. Como un loco guerrero olvidado hundido entre dagas y lanzas atravesadas de furia. El espectro de la desesperanza deslizaba las cadenas rugientes en los pliegues de mi frente. El pregón del mundo libre que tantas veces impregnó el lugar se avergonzaba vencido sobre una propaganda de Coca Cola. Y yo sin poder encontrar la salida a la vida, el te amo y los besos del alma, me preguntaba por qué me sentía exiliado, con los pies clavados en la arena de un viejo sótano de Buenos Aires. Quién prohíbe vivir sin la fatídica condena del qué dirán.

No la escuché bajar, pero estaba ahí, delante mío con los dientes relucientes y el libro en la mano.

¿Te lo dedico? – le pregunté.

No, no hace falta -- me contestó.

Los pies se me despegaron del piso. Una tormenta entró en mi corazón y un ardiente deseo de comenzar la segunda parte.

Pascual Marrazzo ©