martes, 31 de agosto de 2010

El cheque

Hola lectores

Desde un día gris de invierno, les envío “El cheque” Un cuento de la serie: Bancos que despierta el ingenio de un individuo que no puede cobrar un cheque rechazado. (Esto no es una idea, es sólo un cuento, no lo vayan a llevar a la realidad, por favor)

Un abrazo

Pascual



EL CHEQUE




El cheque era de trescientos pesos. No se trataba de una suma considerable, pero el rechazo me culpaba. Es que yo había presentido que el tipo era un charlatán de feria y no debí aceptarlo. Cuando me ocurrían estas cosas mi mente exageraba su ritmo de trabajo, como si su única ambición fuese la venganza. El sujeto tenía un kiosco y yo le había hecho unos trabajos de electricidad poniendo doscientos pesos de material que todavía debía en “La Cablera”. Mis argumentos no fueron contundentes para él y aduciendo que no tenía chequera me rebotó la primera vez. Después, que no se la entregaban en el banco porque estaba en descubierto y por último ya me estaba echando y amenazando con palabrotas. Fue en ese momento que se despejo la neblina y el milagro invadió mi cabeza alborotando las ideas. Mi pereza dejó de bostezar y consentí un enredado plan de acción:

Entre tanto trámite de cobranza me había enterado que en horas de siesta el negocio lo atendía su esposa, una rubia sargentona llamada Ramona que tenía muy mal carácter. Con este conocimiento me fui a buscar a la Matilde, una mujer adornada de tentaciones que trabajaba en la Fernández Oro, entre Villegas y 25 de Mayo. Le explique la situación: Cómo pretendía recuperar doscientos pesos para mi y cien para ella: --“Sólo te tienes que presentar cuando esté atendiendo la mujer, le dije”. Ella no podía entender cómo se iba a ganar los cien pesos sin encamarse con alguien, pero yo era confiable y la había ayudado más de una vez, así que terminó asintiendo.

Al otro día la fui a buscar y la deje a una cuadra del kiosco. Se había producido con exceso de maquillaje y a mí me comenzaba a morder la conciencia, pero ya estábamos en el baile y había que bailar. Volvió en algo menos de diez minutos, azorada de desplantes y con algo de miedo.

-- ¿Cómo te fue? – le pregunté.

-- Me puteó de arriba abajo.

-- ¿Por qué, si vos fuiste a cobrar un cheque rechazado?

-- Fue cuando le dije que no era de hombres pagar los servicios de una mujer con un cheque sin fondos.

Disfrutamos por adelantado imaginando el despelote que se le iba a armar, pero sabiendo que se lo tenía merecido. Después, tomando un café en “Plaza Bar” planeamos el siguiente paso:

A la mañana siguiente fui a comprar cigarrillos, el flaco tenía puestos los lentes negros para disimular la ojera que le había dejado la paliza de su mujer. No mencioné el cobro del cheque, pero cuando me iba me preguntó:

-- ¿Qué hiciste con el cheque?

-- Se lo devolví a la mujer que me lo dio para que lo cobrara, para que sepa que no la estaba embromando. Me dijo que ella se iba a encargar, pero yo le prometí la plata. Aunque sea en cuotas se la voy a devolver.

-- No, no, querido, toma los trescientos pesos y por favor recupérame ese cheque que me lo piden del banco.

La Matilde no podía creer que se había ganado cien pesos fuera de la cama y tal vez por costumbre me quiso premiar. Pero yo la deje como a una heroína, con esa alegre fortaleza de haber parado la olla sin el envase de una piel inventada.

Pascual Marrazzo ©

lunes, 30 de agosto de 2010

Ternura

Hola lectores

Desde un día gris y frío les envío “Ternura” Un raye con un alto contenido de erotismo que termina vencido, en este caso, por la ternura.

Un abrazo

Pascual


TERNURA



Bajo un cielo azul borboteando algodón ella me dio el beso que aumentó mi sed. La audacia de sus ojos y su obstinada boca se atrevieron a abrir un camino en mi cuerpo; comenzó en la nuez de Adán y me abrió el pecho de par en par. Encadenando sus labios y colgada de sus cabellos se dejó caer hasta la viril tormenta de los milagros. Una rugiente y vencida magia ardió de gozo en mi corazón. Después, el amor resucitó sobre la piel como una ofrenda de fresca miel, para encallar en el abanico de sus pupilas. Recostado en sus ojeras bajo la luz del iris, el timón sin control giró hasta que mis manos volvieron a mí y se hicieron cargo. Recalé en la ternura, me arrullé en la ternura, navegué en la ternura y dejé que el ancla se hundiera… en la ternura.

Pascual Marrazzo ©

martes, 24 de agosto de 2010

Accidente en bicicleta

Hola lectores

Desde un crepúsculo de rojo atardecer les envío “Accidente en bicicleta” Un raye donde el accidente en bicicleta, sólo sirve de comparación de un hecho real y aberrante que no entra en la conciencia.

Un abrazo

Pascual



ACCIDENTE EN BICICLETA



Antiguamente el asombro traía una reacción, algo así como una tormenta de bronca por un suceso aberrante que esté fuera de toda lógica social. Ahora, después de tantos hechos de este tipo, el asombro muere a las 24 hs. y el hecho que provocó ese asombro y la reacción de repudio, como la bomba que descuartizó a nuestro vecino, pasa a ser como si hubiese sido un accidente en bicicleta donde alguien se lastimó una rodilla. Esta desmemoria rápida de los Cipoleños, tal vez sea provocada por nuestra propia naturaleza para poder sobrevivir en un medio hostil. Nos pasa lo mismo que a los soldados en la guerra, donde pueden soportar ver cómo van muriendo sus compañeros en pedazos. El ser humano tiene cómo defenderse y curar las heridas del alma de una forma práctica, se niega a reconocer la gravedad que le entra en forma de anestesia. Esto es así y no hay que echarle la culpa a nadie. Pero sí, nos ubica catorce o quince escalones, arriba de una peligrosa escalera de crímenes impunes.

Pascual Marrazzo ©

viernes, 20 de agosto de 2010

El paraguas

Hola lectores

Desde un día azul de invierno, les envío ”El paraguas” Un raye que intenta mostrar una fotografía literaria con sentidos auditivos y sentimentales.

Un abrazo

Pascual



EL PARAGUAS



La noche corría detrás de las luces movedizas de los transeúntes. Una docena de vidrieras encendidas por dentro, apenas iluminaban parte de las aceras. Las calles y parte de las veredas se salpicaban de estrellas y el repiqueteo de la lluvia llegaba a mis oídos como una sinfonía salvaje. Enfrente, justo enfrente, cubriendo a la mujer de mi alma había un paraguas que lloraba. En el ala de mi sombrero, bailoteaban lágrimas de alegría por sólo verla. Yo me encontraba ahí, recibiendo una sonrisa, empapado de amor.

Pascual Marrazzo ©