viernes, 24 de julio de 2009

El miedo

Hola lectores
Desde un día azul de hielo en las cunetas de las calles, les envío "El miedo" Un cuento rescatado de una triste realidad, yo sólo imaginé una vida que se fue. Hay una palabra PRECAVIDO, donde el miedo no entra, el miedo es terrible, es peor que el dolor, martiriza y desequilibra la mente. "El destino no necesita ayuda"- Pascual Un abrazo Pascual


EL MIEDO


El miedo es una prisión, mucho más horrorosa que la de rejas. Al menos éstas siempre dan un pequeño espacio interior, en cambio el miedo es paralizante, no sólo de nuestro cuerpo, sino de nuestros sentidos.

Los sentidos quedan atrapados entre la soledad, el miedo a la muerte o el de dar un paso en falso. Miedo a perder y no sobrevivir. Miedo a las puertas abiertas y a la oscuridad.

Mariana Peralta tenía setenta y dos años, vivía sola, al lado de un edificio en construcción, que día a día se acercaba más a las nubes y sacaba pecho de balcones amenazantes.

Su casa antigua con techo de chapa había quedado atrapada entre los edificios de la pujante ciudad de Neuquén. Ya no era aquella en que se conocían todos los vecinos, ahora se había convertido en una metrópolis peligrosa. La pequeña casa estaba rodeada de rejas y alarmas. Mariana no se permitía atender personalmente a transeúntes, usaba el portero eléctrico y el visor electrónico que le había instalado su hijo. Había tomado una empleada para barrer la vereda y mientras, ella se encerraba por el miedo a los asaltos. Era duro vivir así, pero no exagerado, la inseguridad era real.

Como si esto fuera poco, ahora se le sumaba la molestia de la obra que la ahogaba con su sombra y el ruido de la arena que escapaba de los andamios y las chapas que contenían los residuos de la construcción.

Las salidas de Mariana se limitaban a dos por semana y lo hacía en compañía de una hija. En esos dos días compraba lo necesario para no tener que transitar más las calles peligrosas. El miedo le quitaba el gozo de los paseos, pues Mariana vivía obsesionada por los crímenes y muy especialmente ahora que los ataques se ensañaban con las personas muy mayores como ella.

Por las noches su sueño era muy liviano y se levantaba cinco o seis veces para cerciorarse que no hubiese algún peligro. Esto le ocasionaba una siesta obligada, para compensar las malas noches.

Fue a las dos de la tarde, revisó que las puertas estuviesen bien cerradas y se acostó. Generalmente se recostaba en el sillón del living, pero ese día lo hizo en la cama grande, en el deseo de recordar a su esposo que la había dejado viuda muy joven. No sabemos si estaba con él, cuando ocurrió. Pero el destino quiso que justo a esa hora se desprenda de los andamios dos chapas de zinc cargadas de escombros. El techo de la vieja casa no opuso suficiente resistencia, al menos en ese lugar que había elegido Mariana Peralta para dormir por última vez.

Pascual Marrazzo ©

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