jueves, 30 de julio de 2009

El pañuelo

Hola lectores
Desde una tarde nublada y fría de invierno, les envío "El pañuelo". Un cuento que mezcla la fantasía con la realidad, donde los sentimientos denuncian sin que la obra se transforme en un panfleto de protesta. Fue escrito al principio de esta historia del peaje entre Cipolletti y Neuquén. Tiempo en que el sueldo mínimo era de 360,- pesos.De ahí que habla de un sueldo. Un abrazo
Pascual



EL PAÑUELO


En esa casa de antigüedades, había que armarse de paciencia. La espera no la provocaban otros clientes, sino su propio dueño.

Don Jaime sabía esconder sus huesos detrás de algún mueble viejo para aparecer en el momento oportuno, casi al borde del aguante.

Entonces se acercaba arrastrando los pies y mostrando sus gastados dientes.

- Estoy buscando un regalo para mi novia – le dije.

Que no sea muy caro – le alerté.

Se tomo un tiempo para contestar y me observó como quien mira algo por dentro. Después, titubeó un poco y al fin me dijo:

- ¿Un regalo para su novia, aquí?

- Vamos Don Jaime yo sé que usted tiene muchas cosas bonitas y ella es una chica muy especial sabe, es una Neuquina muy romántica.

Por un momento pensé que ni me había escuchado, pero luego hizo un movimiento y como si recordara algo, me contestó.

- A ver, vamos a ver... para una Neuquina de treinta pesos por mes.

- Algo barato Don Jaime ¿Cómo treinta pesos por mes?

- Me refería a lo que te sale el peaje, cuando uno tiene novia la quiere ver todos los días. Vos vivís aquí en Cipolletti y ella en Neuquen, 0,50 cts. de ida y 0,50 cts. de vuelta.... Un sueldo por año... Qué barbaridad.

Empezó a abrir y cerrar cajones mientras mascullaba cuentas, hasta que encontró un estuche con tapa de vidrio, envuelto en una cinta de oro lacrada en el moño.

- Aquí está - me dijo.

- ¿Y eso que es? - le pregunté.

- Es un pañuelo.

- ¿Un pañuelo?

- Sí, un pañuelo para llorar

- ¿Cómo un pañuelo para llorar? Será para secarse las lágrimas.

- No, éste es un pañuelo que hace llorar: apenas se lo acerque a la cara empezarán a salírsele los lagrimones.

- ¿Cómo le voy a llevar un pañuelo para llorar?

- ¿No me dijo que era romántica? Le va a encantar.

Sus palabras sonaban tan convincentes, que después de regatear un poco me lo llevé.

En el camino hacia Neuquén recapacité y me dije: -- Esto en una joda hermano - Pero esa inconciencia tan natural que llevamos dentro me permitió seguir adelante, acariciar un poco el morbo y probar: ¿Será verdad? Y si no lo fuera, qué importa, el estuche es divino y el pañuelo también. Qué necesidad había de decir la verdad? -- Soy un boludo, te compré un pañuelo para llorar – Iba a llorar si, pero de risa.

Llegué al peaje y puse los cincuenta guitas. Nunca había reflexionado sobre la cantidad de monedas que dejaba. Don Jaime sacó la cuenta en un minuto. No hay caso, necesito un poco de sangre judía ¿Cómo puede ser que pierda un sueldo por año por ir a ver a mi novia y otro para ir a laburar?

Cuando llegué me hice el misterioso:

- Te traje un regalo – dije.

- Ah si ¿Y es bonito?

- A mi me gustó, eso sí, me tenés que dar una moneda.

- No me digas que me compraste un cuchillo.

- Como te voy a comprar un cuchillo, te compré un pañuelo hermoso.

- ¿Un pañuelo?

- Si, un pañuelo para que te suenes los moquitos mi amor.

Y me guardé muy bien de decirle que se trataba de un pañuelo encantado, o embrujado.

- ¿No lo vas a abrir?

- Tiene el moño lacrado, me da lástima, lo voy a guardar así.

Yo estaba impaciente y temí delatarme, dejé nomás que lo guardara sin insistir en que lo abriese.

Esa misma noche de sábado fuimos al cine y cuando pasé por el peaje me alerté que se me escapaban dos monedas más. Me empecé a poner sensible con este asunto, de dejar dos sueldos al año y lo peor es que tomaba conciencia de que a ella le pasaba lo mismo. Ella trabajaba en Cipolletti y volvía al mediodía para comer, dejaba cuatro monedas por día igual que yo. Estaba en todas estas reflexiones cuando llegué a su casa y no pude menos que comentarlo.

Creo que no hice bien en sacar el tema porque entramos angustiados a ver “Angustia de un querer”

- Me parece que voy a estrenar el pañuelo que me regalaste - me dijo.

De más está decir que lloramos toda la noche, tenía la hombrera empapada de lágrimas. Los sentimientos de amor de la película se mezclaban con una angustia desconocida que se nos había instalado sin saber como, sin pagar peaje.

El peaje había crecido en nuestras mentes, Raquel cambió su tierno coloquio de enamorada y nuestra despedida más bien parecían lecturas de panfletos rencorosos.

- No sólo se vendió el país, se vendieron los derechos de los ciudadanos, el derecho de desplazarse gratuitamente por un puente pagado por los impuestos. Genuinamente propio, tan genuinamente, que con el servicio que prestó durante más de 50 años, con su derecho de pionero, debería haber bastado para respetarlo como a un anciano ilustre. Sin embargo se salieron de la ética y ahí está, como un anciano a plazo fijo, tomado por el corralito hasta morir. – Raquel me sorprendió, lo dijo todo de un tirón.

- El Abuelo de mi papá trabajó en el puente, lo hicieron para unirnos, en cambio estos construyeron uno que nos separa. – No supe decir más.

No era bueno prolongar la despedida, Raquel lloraba y lloraba y a mí se me derramaban las lágrimas como nunca. Recordé el pañuelo y pensaba si tendría algún significado, mi idea de la cosa no me ayudaba, mi incalificable tendencia a la superstición, a las cábalas y a cuántas boludeces se me cruzan en el camino. Estas cosas siempre me traen mala suerte: una vez se me cruzó por delante del auto un gato negro y para evitar el mal augurio frené y le di marcha atrás, cuando llegué a la esquina un colectivo me arrancó medio baúl del auto. Así y todo seguí pensando que esa fue mi mejor suerte.

Llegué a la conclusión de que lo mejor sería recuperar el pañuelo y devolverlo. Robarlo si fuera necesario.

Al otro día Raquel era un mar de lágrimas y el pañuelo estaba trenzado entre sus dedos, no tenía consuelo. Yo también llegaba angustiado, cada vez que cruzaba el puente y pagaba, sentía la impotencia del esclavo. Ella me señalo el diario y comenzó a parlotear como si fuese a dar un discurso.

- Esos pillos traduciendo las leyes a su antojo, nos cortaron el paso y nos impusieron el pillaje (peaje). Con el cuento de la inversión y la amortización nos conectaron a la ordeñadora y dale que dale. El negocio no les podría salir mejor, un pillaje al barrio norte y que paguen hasta para ir al Cine ¿Te das Cuenta? La impunidad va mucho más lejos, la guita para hacer el puente, la pusieron los ahorristas. Si, los mismos que hoy golpean las cacerolas.

Yo no sabía como sacarme la bronca que humedecía mis ojos, no quería hablar del tema con Raquel, darnos manija para sentirnos los más pelotudos del mundo dejando cuatro sueldos al año, no era justo.

Tenía que sacarle el pañuelo embrujado a Raquel, terminar con estos lloriqueos, volver a la normalidad de nuestro amor, a la ternura de nuestras miradas.

Le tomé las manos y le cambié el pañuelo por el mío.

- Toma, éste está seco – le dije.

Guardé el pañuelo en el bolsillo de mi campera y empecé a ojear el diario: “El Gobernador se pone firme”,”La empresa pone paños fríos”, “la promesa de otro puente”, “cinco años”, “del desarrollo y la globalización”. Se me mezclaban las frases y más lágrimas carajo, es que nadie dice que la ordeñadora sigue dale que dale y dale que dale. O acaso nos vamos a tener que acostumbrar a vivir con la manguera puesta (por no decir una grosería) y pase a ser un modo de vida, separar las monedas, racionar las visitas a la familia y los amigos, y resentirse, cortar el servicio del cable, y resentirse, dejar de fumar, y resentirse, volver a la bicicleta, y resentirse, y resentirse...

Tengo que devolver este pañuelo, nos está haciendo mierda, mañana es lo primero que voy hacer.

Pascual Marrazzo ©

miércoles, 29 de julio de 2009

El paisano robado

Hola lectores
Desde un día azul bajo cero, les envío "El paisano robado" Un cuento alegre, como para contrarrestar a los informativos, a los profetas de las desgracias, a la oposición por la oposición, a los títulos de los diarios, nuestros y ajenos y a toda la mala leche.
Un abrazo
Pascual


EL PAISANO ROBADO


El Chorro le puso la pistola en las costillas.

- Si le conviene es todo lo que tengo. –dijo el paisano mostrando unos billetes-

- ¡Claro que me conviene! Pero a vos te conviene más darme el reloj y las pilchas.

- ¿Pero, me vas a dejar en calzoncillos?

- ¡Que esperanza! En bolas te vas a quedar. – y le pasó la pistola por la nuca –

El chorro acomodó tranquilamente todo en un bolso y le dijo:

- Ahora te me vas despacito y sin gritar, porque si siento un alboroto, té lleno de plomo.

El paisano salió como Adán a perderse en la oscuridad de las veredas. El ladrón subió al colectivo y nunca se supo más de él.

Desprovisto de ropa, el hombre empezó a sentir el rigor del invierno y no tuvo más remedio que llamar a una puerta donde lo atendió una viuda que lo miraba con los ojos desorbitados.

- Mire señora, no piense mal, yo le voy a explicar… yo le dije… si le conviene es todo lo que tengo…

Y la mujer no lo dejó continuar.

- ¡Claro que me conviene!

Y nunca más se supo del paisano.

Pascual Marrazzo ©

Del Libro “Los cuentos de Pascual”

Editorial “Nosotros el Sur”

lunes, 27 de julio de 2009

El paciente inglés

Hola lectores
Desde un día azul y frío les envío "El paciente inglés". Un cuento breve donde se cobra la impuntualidad con una misma moneda y se escuchan las intimidades de algunas mujeres.

Un abrazo

Pascual



EL PACIENTE INGLES


- Los ingleses son puntuales, pero también pacientes ( dijo Mónica a sus compañeras) así que esperará ( agregó).

- Yo no tiraría tanto del hilo - Dijo María Elena

- Tienen una paciencia fría y calculadora. Yo creo que se cobran todo, así que cuídate… Agregó Silvina.

- Los hombres enamorados son como los ositos de peluche;

Disfrútalo mientras puedas… Dijo Claudia.

- A los hombres hay que usarlos… a los hombres hay que usarlos… No lo olviden jamás… Dijo Tania a modo de cantinela.

- Ustedes se van para el otro lado; yo sólo lo voy hacer esperar un poco para mantenerlo entusiasmado… Bueno, ustedes saben, son sobrevivientes de mil amores. Chaucito - Dijo Mónica, retirándose.

Cuando llegó a la cita treinta minutos más tarde, del inglés no había ni el menor rastro. Mónica, contrariada, ocupó una de las mesas del bar y se sentó a esperar por si él no hubiera llegado antes.

En la espera conjeturó “que si estuvo y se fue”, “que si le pasó algo y no llegó”, etc.,etc. ¿Por qué se habrá mandado la parte con sus amigas? ¿Por qué no se comportó como debía? Si al fin y al cabo él era un hombre muy correcto…

A la media hora estaba que se le saltaban las lágrimas, ya que comprobaba que seguramente él había estado y se fue…

Entonces el inglés apareció a su lado silencioso e imperturbable, dijo hola, pidió permiso para sentarse y cuando ella le reprochaba que había llegado una hora tarde, él le contestó:

--Los ingleses somos muy puntuales. Yo llegué hace una hora y pacientemente esperé este momento.

Pascual Marrazzo ©

viernes, 24 de julio de 2009

El miedo

Hola lectores
Desde un día azul de hielo en las cunetas de las calles, les envío "El miedo" Un cuento rescatado de una triste realidad, yo sólo imaginé una vida que se fue. Hay una palabra PRECAVIDO, donde el miedo no entra, el miedo es terrible, es peor que el dolor, martiriza y desequilibra la mente. "El destino no necesita ayuda"- Pascual Un abrazo Pascual


EL MIEDO


El miedo es una prisión, mucho más horrorosa que la de rejas. Al menos éstas siempre dan un pequeño espacio interior, en cambio el miedo es paralizante, no sólo de nuestro cuerpo, sino de nuestros sentidos.

Los sentidos quedan atrapados entre la soledad, el miedo a la muerte o el de dar un paso en falso. Miedo a perder y no sobrevivir. Miedo a las puertas abiertas y a la oscuridad.

Mariana Peralta tenía setenta y dos años, vivía sola, al lado de un edificio en construcción, que día a día se acercaba más a las nubes y sacaba pecho de balcones amenazantes.

Su casa antigua con techo de chapa había quedado atrapada entre los edificios de la pujante ciudad de Neuquén. Ya no era aquella en que se conocían todos los vecinos, ahora se había convertido en una metrópolis peligrosa. La pequeña casa estaba rodeada de rejas y alarmas. Mariana no se permitía atender personalmente a transeúntes, usaba el portero eléctrico y el visor electrónico que le había instalado su hijo. Había tomado una empleada para barrer la vereda y mientras, ella se encerraba por el miedo a los asaltos. Era duro vivir así, pero no exagerado, la inseguridad era real.

Como si esto fuera poco, ahora se le sumaba la molestia de la obra que la ahogaba con su sombra y el ruido de la arena que escapaba de los andamios y las chapas que contenían los residuos de la construcción.

Las salidas de Mariana se limitaban a dos por semana y lo hacía en compañía de una hija. En esos dos días compraba lo necesario para no tener que transitar más las calles peligrosas. El miedo le quitaba el gozo de los paseos, pues Mariana vivía obsesionada por los crímenes y muy especialmente ahora que los ataques se ensañaban con las personas muy mayores como ella.

Por las noches su sueño era muy liviano y se levantaba cinco o seis veces para cerciorarse que no hubiese algún peligro. Esto le ocasionaba una siesta obligada, para compensar las malas noches.

Fue a las dos de la tarde, revisó que las puertas estuviesen bien cerradas y se acostó. Generalmente se recostaba en el sillón del living, pero ese día lo hizo en la cama grande, en el deseo de recordar a su esposo que la había dejado viuda muy joven. No sabemos si estaba con él, cuando ocurrió. Pero el destino quiso que justo a esa hora se desprenda de los andamios dos chapas de zinc cargadas de escombros. El techo de la vieja casa no opuso suficiente resistencia, al menos en ese lugar que había elegido Mariana Peralta para dormir por última vez.

Pascual Marrazzo ©

miércoles, 22 de julio de 2009

El héroe

Hola lectores
Desde un día azul de invierno, de mucho invierno, les envío "El héroe" Un cuento que trata de descifrar o encontrar de dónde provienen los actos heroicos. ¿Son realmente humanos?. Sin confundir la valentía con el heroísmo, pareciera que se trata de una fuerza adicional, una mano que nos dan de afuera. Los dejo con la reflexión y seguramente encontrarán algún ejemplo vivido u observado.
Un abrazo
Pascual


EL HÉROE


A Martín le encantaba ir a la playa con su Abuelo, sabía que volvería con una bolsa llena de almejas y no sé cuántas hazañas contadas por él, donde los hechos de justicia y pasión se le hincarían en su memoria junto a los que ya atesoraba.

Por ello tal vez decidió sacarse la ansiedad que le producía la incipiente aventura y le propuso una entrada al mar, que a esa hora se mostraba apático.

El calor no apretaba todavía, pero el Abuelo comprendía que a un niño de 10 años las calorías le sobraban. Claro que para él las cosan no eran iguales, por lo que autorizando a su nieto y dándole mil recomendaciones le dijo que se quedaría leyendo en la duna caliente y que desde ahí lo estaría vigilando.

Martín disfrutaba como nunca de la calma del mar y el Abuelo otro tanto de su lectura, de vez en cuando, miraba retozar al muchacho y continuaba leyendo.

Fue un instante de literatura intensa, que tal vez coincidió con una brisa traicionera o quizás lo tocó el sueño. Lo cierto es que llegó el pedido de auxilio, no en sonido sino más bien en forma de intuición.

Bajó las dunas como una tromba y corrió por la arena blanda. Fueron doscientos metros o algo más, sólo eso bastó para que su corazón reventara y él cayera justo en el límite de la arena húmeda.

Murió mirando el cielo, implorando a Dios o soñando una proeza póstuma para contarle a su nieto.

Mientras, el niño lo llamaba entre bocanadas de agua y estiraba los brazos con tal fe y decisión que sintió como las manos aventureras del Abuelo atenazaban su carne y lo arrastraba hasta la playa, después lo vio caer.

Cuando vinieron sus padres les explicó:

El Abuelo me sacó del agua cuando me estaba ahogando, luego se durmió.

Y les mostraba, como el crucifijo del Abuelo se le había enredado en sus brazos.

Pascual Marrazzo.

martes, 21 de julio de 2009

El hábito

Hola lectores
Desde un día azul de invierno les envío "El hábito" Un cuento de actualidad, donde las sotanas ya no pueden tapar la naturaleza de los hombres.El lugar y el momento sólo es una fotografía literaria.
Un abrazo
Pascual


EL HABITO


Nunca pude saber muy bien qué fue lo que cambió mi hábito (descarto a mis zapatos gastados y al café ardiente): el valor que venció mi timidez, creo que fue la emoción. La que comenzó en mi corazón y recorrió con intensidad todo mi cuerpo. Fue así, al primer golpe de vista. Una nueva fortaleza que me hizo percibir en cada célula de mi cuerpo, el verdadero sentido de la vida.

El hecho ocurrió en el marco de una calle lluviosa de adoquines olvidados, a la hora de los obreros presurosos. Donde los mendigos alegres de alcohol, dormían en los bancos desmemoriados de una plaza deshabitada.

Ella venía caminando por la vereda angosta de faroles apagados. De vez en cuando la alumbraba una vidriera farandulera o un retazo de luz de alguna ventana madrugadora. Lucía un tapado de piel de leopardo que la protegía de una garúa porfiada, sobre un amanecer otoñal. Se detuvo unos minutos a leer unos carteles obscenos pegados a un portón, donde paraba una paloma vigilante. Una gata en celo escapó de un zaguán junto con un maullido estridente. Como si eso fuera una señal, ella recomenzó su camino cruzando la calle en dirección a la Iglesia.

La luna se había ausentado y el sol, si bien seguía escondido, mandaba su primera señal. Una bandada de gorriones invadió una palmera y esperaron, como siempre, a que las campanas rompan el silencio para desbandarse.

Fue en ese preciso instante que llegó a mi puerta, cuando sentí esa emoción. El hábito no me pudo proteger. Ella hizo su reclamo al Señor y nos escapamos.

Pascual Marrazzo ©

lunes, 20 de julio de 2009

El gol

Hola lectores
Desde un día gris, lluvioso y frío (para colmo, lunes)les envío "El gol" Un cuento que revela un trozo de historia, la falta de pelotas de cuero en los potreros, incluso en los campeonatos barriales, pero además nos acerca al arte de armarla para darle el peso necesario y para que aguante sin romperse, las cábalas y las picardías. Se trata de un pequeño rescate de la memoria, un refresco para aquellos que alguna vez jugaron un picado sin la de cuero. EN EL DÍA DEL AMIGO.
Un abrazo
pascual



EL GOL



Hasta ahora, los ingredientes habían dado resultado, eran los mismos con que nos lucimos desde aquel primer partido donde la diferencia de tres goles nos puso en la mira de la fama. Aquellos que domingo a domingo nos daban la fuerza y el triunfo. Ahora, a un paso de la final del campeonato ínter barrios, teníamos que enfrentar a Villa Dálmine y el mono Serrano no había podido reunir los elementos para armar la pelota. Teníamos las seis hojas del diario “El Mundo”, que bien mojaditas conformaban el centro; las dos camisetas de lana que usaban los gringos, las conseguimos vaciando un tendal distraído. Y lo más difícil, las medias de nylon, nos sobraban porque la Zulema trabajaba en el Marabú y descartaba uno o dos pares por semana. El drama lo teníamos con los calzones de la Luisa. Ahora la muy putarraca se venía en bolas y no podíamos convencerla de que la bombachita cumplía una función de cábala y era la que nos hacía ganar todos los partidos.

- ¡Me robaron nueve bombachas, basta, no tengo más!

- Pero Luisita, estamos ganando, afloja un poco – le decía el Cholo.

- ¿Te parece poco? Si hasta el blanco con puntillas se llevaron que era el que más le gustaba a mi novio.

- ¡Ah! el de la palomita. Con ese le hicimos cinco a Almirante Brown – comentó el Taita como elogiándola.

- A mí no me van a sacar más un calzón, porque no los voy a usar más. Descubrí que estoy más cómoda.

El domingo llegó y la pelota se armó con el mayor esmero y un calzón de la tía de Pepe, pero todos sabíamos que no era lo mismo. El gol se hacía desear y a medida que pasaban los minutos, nuestras miradas se entrecruzaban sacando chispas con las de la Luisa. Faltando cinco minutos y viendo que no podíamos doblegar al adversario el Beto le rajó una puteada a la Luisa y el Cholo fue más pulcro, le dijo por lo bajo que le iba a retorcer el pescuezo.

Ella ni se inmutó, más bien parecía gozosa. Sacó a relucir la hilera de dientes y se desperezó consiguiendo que la minifalda muestre las dos medias lunas de los cachetes. Sabedora de que todos dependíamos de ella se acercó con pasos felinos muy cerca del arco contrario y en el momento justo, se agachó...

La tribuna gritó ¡Goooooool!!!!!! y el arquero a la pelota, ni siquiera la vio entrar.

Pascual Marrazzo ©

viernes, 17 de julio de 2009

El gaucho pobre

Hola lectores
Desde un día azul de invierno infectado, les envío a "El gaucho pobre" Un cuento breve que muestra a un personaje servicial en una página antigua pero real de nuestra historia (los niños nacían en sus casas y a veces ocurrían estas cosas) Pero como broche final, muestra que nadie es perfecto para la chusma.
Un abrazo
Pascual



EL GAUCHO POBRE



Oficiaba de botellero, mudanzas de familias humildes y fletes. Le decían el gaucho pobre, porque así estaba escrito en su carro, pero en realidad todos los conocían más por su condición de gaucho, hombre siempre dispuesto y de gran humanidad.

Tal fue así que un día de lluvia, casi cerrando la noche se llevó a doña Celina al hospital, porque no podía parir en la casa. La tapo con su propio poncho y salieron surcando el barro.

Dijeron que fue a pocas cuadras nomás. El carro se encajó y en el bamboleo la criatura se aflojó.

Le pusieron Emiliana, porque el gaucho se llamaba Emilio.

El Intendente lo premió con veinte pesos y las comadres no se cansaban de comentar:

- Le cortó el cordón con los dientes, el salvaje.

Pascual Marrazzo ©

jueves, 16 de julio de 2009

El estudioso

Hola lectores
Desde un día azul de invierno les envío "El estudioso" Un cuento para los amantes del turf, y para los que no, ésto le enseñará un poco de cómo funcionan las emociones dentro de un hipódromo. Además deja una enseñanza que tal vez hago mal en decirla: Más allá de las buenas patas de un burro, está el azar, el pálpito de los que no saben nada.
Un abrazo
Pascual


EL ESTUDIOSO


Mingo era adicto a los burros, le gustaban las carreras de caballos. En el ambiente del turf era muy visto, pero muy poco conocido. De perfil bajo, algo desprolijo, pero limpio, el Mingo se te plantaba en las retinas leyendo la rosa o la verde. Estudioso y memorioso, podía seguir a un caballo durante diez carreras y recordar en cada una de ellas la posición de largada, si había sido encerrado y en cada caso, quién lo había corrido, peso y sobrepeso, color de chaquetilla, tiempos, etc., etc.

Su pasión por los pura sangre comenzó con sus primeros trabajos de adolescente, de cuando lo mandaban a varear los caballos al potrero de la esquina. Tiempo en que los estudes se desparramaban en la zona de Martínez, lado sur del Hipódromo de San Isidro. El trabajo lo encariño con los matungos y los cuidadores veían con interés cómo el muchacho les preparaba la cama, les desvendaba pacientemente las cañas y los palpitaba cuando estaban próximos a correr. También los jinetes se interesaron en él y escuchaban con atención las pocas palabras que salían de la boca de Mingo – No le pegues mucho, porque se te queda – Hablale en la gatera si se pone muy nervioso – Si te encierran mandale las riendas que él busca de salir solo – Si se te abre a la derecha, apilate del lado izquierdo – Eso sí, no había manera de sacarle una palabra más, porque Mingo decía eso como al pasar, no te daba ni tiempo, ni lugar para hilvanar algo más.

La vida le pegó con los veinte años y Mingo tuvo que ir a cumplir con el servicio militar. Cuando volvió, el estud se había ido del barrio y cuando lo encontró ya no había lugar para él. Trabajó en una fábrica, en un comercio y luego se consolidó en una empresa que alquilaba máquinas, que tragando una moneda te entregaba música en los oídos. Mingo tenía que cambiarle los discos una vez por semana y ese trabajo que consistía en llevar una valijita en un colectivo o en tren le devolvió el tiempo que él necesitaba para estudiar y palpitar las carreras. Su magro sueldo no le impedía ir al Hipódromo, a él nunca le interesó el dinero, sino ganar. Se conformaba con el uno y uno (un boleto a ganador y uno a placé).

Nunca jugaba favoritos, su placer estaba en descubrir algún tapado y cobrar un buen sport. Se lo veía en La Plata, Palermo o San Isidro, se lo notaba cuando ganaba, porque gritaba sin parar, hasta que no le daba más la voz:

- ¡No saben nada! ¡No saben nada! ¡Yo lo descubrí! ¡No saben nada!.

Los jugadores, los de las apuestas, seguramente pensarían que Mingo ese día habría ganado un vagón de plata y por su apariencia también, que en las próximas apuestas se la patinaría toda. Ellos no podrían entender que El Mingo, cuando no podía vencer a los favoritos, se conformaba con mirar la carrera y observaba correr hasta el último caballo. Eso sí, si saltaba alguna liebre, también sabía lamentarse:

- ¡Cómo no lo vi! ¡Cómo no lo vi!.

Con el tiempo, aquellos que lo llegaron a conocer a fondo y que compartían el vino y el café, lo usaban de consultor: -- Che Mingo, qué sabes de esta yegua que corre Lugrin. Entonces él respondía con una seña de aprobación, o le ponía mala cara desaprobando, otras veces le daba cátedra demostrando una memoria increíble. Lo cierto es que el Mingo era reconocido por la barra gracias a sus bastos conocimientos en el ambiente del turf.

Tenía un hermano que, vivía en el interior y que le conocía todas estas virtudes, aunque la que más valoraba era que no se enviciara con el juego, no le tirara por el lado de la guita. Por supuesto, cada vez que llegaba, éste le pedía que lo acompañe al Hipódromo, no tanto por que le gustara, sino más bien para no arruinarle el día. De temperamento diferente, éste jugaba en todas las carreras y si bien lo hacía moderadamente, para el Mingo era una fortuna. Tal vez por eso mismo, se resistía a asistir a su hermano con algún dato, ya que no quería ser el causante de grandes pérdidas.

En una de esas visitas se fueron al Hipódromo de La Plata, salieron temprano y viajaron en tren, comieron buseca en el famoso bodegón y llegaron para la tercera carrera. Su hermano le puso cincuenta y cincuenta a las patas de un caballo que no sólo ganó por varios cuerpos, sino que pagó ciento seis pesos a ganador. El Mingo compartió la alegría de su hermano y fue una fiesta. Pero el Mingo sabía que ese caballo no estaba para ganar y que no le habían apostado ni los dueños, en la última carrera se acercó al Jockey, un aprendiz llamado Luján y le preguntó:

- ¿Che, qué pasó?

El muchacho, que lo conocía bien, le contestó con cara de asustado:

- No sé, le afectó el viento en contra y empezó a remar, no lo pude parar.

En el viaje de vuelta el mingo disfrutaba la alegría de su hermano y el regalo de unos mangos que le venían muy bien, pero todavía no había desenredado la madeja que tenía en su mente y no tuvo más remedio que preguntarle:

- ¿Decíme una cosa, por qué le jugaste?

- No sé, me gustó el nombre, “Versado”.

Pascual Marrazzo ©