lunes, 25 de junio de 2012

Está nevando



Hola lectores
Desde un día azul de invierno, les envío "Esta nevando" Un raye de muchísimo contenido.
Un abrazo
Pascual



ESTA NEVANDO


Está nevando, mi parabrisas ya se cubrió del manto blanco, todo comienza a ser limpio, la mugre desaparece y hasta las tomas* se ven bien. Es un manto de piedad sobre tanta miseria, los chicos juegan, la gente está feliz con este acontecimiento. Todavía estamos en otoño y nadie la esperaba, esta nieve se queda, es la que revolotea y no se disuelve en el agua. Las tejas ya están blancas, todo se transforma. Es un sacudón del alma, una liberación de los pecados.  En unas horas a los niños se le mojarán las medias, las chapas de cartón cederán, el camino blanco sangrará barro. Ojalá que pare aunque se quiebren mis sueños. Te tengo a ti para recuperarme, puedo pensar en ti bajo la nieve blanca de las sabanas, en la tibieza de los cuerpos enamorados, en los besos llenos de furia y los que suavemente se deslizan agonizando de amor. Ojalá que pare de nevar, yo te tengo a ti para soñar.
                                                                                                                                         Pascual Marrazzo ©

Tomas: Se le comenzó a llamar así a las villas que se forman a través de la usurpación indebida de un lugar.

viernes, 22 de junio de 2012

Hijos de la pampa



Hola lectores
Desde un día azul de invierno, el segundo, les envío "Hijos de la Pampa" un cuento dedicado a la migración del medio oriente que tan bien se supo adaptar a esta Patagonia (nosotros, les llamábamos turcos a todos, pero había un poco de todo).
Un abrazo
Pascual


HIJOS DE LA PAMPA


Alistándose casi siendo un niño en un buque francés, Abraham Liberman había escapado de las guerras napoleónicas y de la horrible muerte de sus padres.
Así llegó al Virreinato del Río de la Plata y en cuanto se hizo hombre siguió navegando la Pampa sobre cuatro ruedas tiradas por un solo caballo. Abraham sabía que su carreta necesitaba dos, pero el no era rico y en compensación le hablaba todo el tiempo y no lo castigaba jamás. Lo dejaba ir como al desgano, total no recorría tiempo, sino distancia.
La bestia casi agradecida de su exclusividad no dejaba de hacer girar las ruedas hasta que su dueño le elegía una sombra para pastar y descansar.
Cada dos o tres días encontraban un rancho para matear, acompañado con chinas, ocasión que aprovechaba para vender alguno que otro vicio o baratija.
Muy de vez en cuando llegaban a una pulpería y el hombre disfrutaba del baile y la taba.
Un día, al salir de una de estas paradas se le cruzó un gaucho mal trazado que encontrando a su mujer escondida en la carreta la despeno siguiendo su camino como si se tratase de la vida de un animal.
Abraham no era hombre de pelea y además ni sabía que la mujer se había escondido en su carro. Así que apretó los dientes y enterró a la pobre alma.
Pero el destino le tenía preparada otra sorpresa y fue así que entre el chirriar de las ruedas apareció el llanto encobijado de un niño.
No le quiso dar su apellido porque era hijo de la Pampa y le puso Moisés Fierro, para que sea fuerte.
Abraham aprendió a ser un poco madre y padre a la vez y el niño se hizo muchacho. Tanto, que mereció cargar cuchillo y consejos, muchos consejos que su padre le daba entre esas largas huellas y mates compartidos.
Un día entre tantos cruces de caminos que impone el destino, Abraham se encontró con el padre del muchacho. El hombre estaba bastante machado, pero así y todo lo recordó:
-      Vos sos el que escondió a mi mujer en la carreta.
-      ¿De qué está hablando papá? – preguntó Moisés.
-      Nada hijo, debe estar confundido.
-      No te hagas el sota, que te tengo bien junáo. – volvió a amolar el mamáo.

Abraham se retiró a un rincón de la pulpería y pidió una sangría, pero Moisés que tenía la sangre más caliente le trenzó la mirada.

-      Venga mijo, que el hombre está chispeáo y no sabe lo que dice, no pretenderá ensuciarse por un borracho cabrón.
-      Está bien papá, pero como hacemos para pararlo.
-      Si se pone muy pesado yo me encargo, al fin de al cabo la cosa es conmigo nomás.
-      Si papá, pero el hombre es peligroso y usted no es de pelear, déjeme a mí que le de una tunda.
-      Y cómo le va a pegar a un borracho ¿Le parece cosa de hombre? Déjelo que yo lo voy a amansar sin rebenque.
-      ¡Turco cabrón.. escondedor de hembras..te voy a despenar como a esa puta!..

Abraham se dio cuenta que no podía esperar más. Rápido como el susto le dio un abrazo para que no lo sobe con el cuchillo y le dijo algo al oído. Después, lo soltó sin dejar de mirarlo a los ojos. El hombre miró a Moisés y asustado salió llevándose unas sillas por delante.  
-      Papá ¿Qué le dijo que salió volando como lechuza renga?
-      Já, no me lo vas a creer. Le dije que vos eras el hijo y no lo querías achurar.. y como estaba en pedo se lo creyó nomá.
-      Ja, ja.  Cuánto tengo que aprender de usted papá…

                                                                                                          Pascual Marrazzo ©

 

sábado, 2 de junio de 2012

Jamona


Hola lectores
Desde un día azul de Otoño, les pido disculpas por no haber adjuntado este cuento ayer. Puede haber sido el alemán que se asomó por algunos segundos y me quitó la memoria que coordina cada movimiento. "Jamona" es un cuento ambientado en los años en que todavía no existía la máquina de vapor. Un cuento de amor y aventura.




JAMONA



                                                 *Jamona: Dícese de la mujer que ha pasado por la juventud y es algo gruesa.

      Se llamaba Hortensia, y era mora la sangre que había triunfado en su cuerpo. Se había embarcado en La Santa Trinidad y pagaba su viaje como lavandera de la tripulación y toda labor en cubierta. Los marineros la llamaban Jamona, por su edad y grosor, pero lo cierto es que Jamona no podía bajar a las bodegas ni entrar en los camarotes, pues en su cuerpo generoso y bonito había un culo desproporcionado que le dificultaba la entrada. Tenía que dormir en cubierta.
      Como médico de a bordo, no tenía trabajos manuales ni definidos, por eso el Capitán me había encomendado el cuidado de Hortensia. Por suerte cruzábamos la calidad del verano y un par de mantas bastaban para que ella y yo, no pasáramos frío. Si teníamos peligro de tormenta nos atábamos al palo de popa, que era donde estaba el timón y el piso más alto.
      Esta bonita mujer, que se hacía querer por su valentía y su honestidad, le había bajado el copete a más de un marinero de un moquete o directamente los tomaba de los fundillos tirándolos al agua. Pronto se ganó el respeto de la tripulación y cierta admiración.
      Se podría agregar que los habitantes de la Santa Trinidad comenzamos a mimarla sin intenciones. Creo realmente que el viaje hubiese concluido sin contratiempos de no mediar una calma chicha de más de treinta días.
      La Santa Trinidad lucía sus tres crucifijos, uno tras otro, como implorando un soplo de Dios. Teníamos agua acumulada de las lluvias, pero no había que comer y el hambre dolía.
      Yo había leído el “Cándido” de Voltaire, donde en una situación como ésta, los marineros habían hecho milanesas con las nalgas de una vieja y ésta había sobrevivido. Cada vez que observaba a Jamona, me venía ese recuerdo entre la vergüenza y el malestar de las tripas. No sabía muy bien cómo abordar esta situación y se me ocurrió una idea: busqué entre los libros de mi baúl y lo encontré. ¡Ahí estaba el “Cándido”!. Con algunas hojas sueltas ¡Pero completo!..
      Subí nuevamente a cubierta y me enfrente a ella:
-      Jamona, me gustaría que leas este libro, es muy importante.
-      No soy muy buena para la lectura. Pero además estoy preocupada por mi comprometido.
-      No sabía que tenías un novio.
-      Me está esperando para casarse, nos comprometimos por carta. Quiera Dios que no se canse de esperar y además que yo le guste.
-      No tienes que tener miedo, eres muy guapa y trabajadora.
-      ¿Crees que al hombre le importará mucho eso, o cuando me vea este culo saldrá corriendo?.
-      Te prometo que si lees este libro, tal vez se solucionen todos los problemas, los tuyos y los de todos.
-      Pues si es tan importante, lo he de leer.

      Al no poder navegar, los días se hacían largos y tediosos. El Capitán había dado órdenes precisas para no gastar energías y esto contribuyó para que Jamona tuviera lista su lectura por la tarde del día siguiente.
-      No pretenderás rebanarme el culo – me lo dijo con lágrimas en los ojos.
-      No Jamona, te juro que sería incapaz de hacerte daño. Sólo quiero que me escuches atentamente y que no tengas miedo, que no propondré nada sin que tú quieras.

      Le comenté que lo que ella había leído era una atrocidad, pero que yo me animaba a sacarle dos rodajas, una de cada nalga, como si fuesen gajos de naranja y lo suficientemente grandes como para armonizar su cuerpo. Que pensara en todos nosotros y en ella misma. Que valía la pena conservar la vida y ayudar en una causa que podría terminar horrorosamente si no lo hacíamos a tiempo. Que iba a ser prudente y la cosería lo más prolijamente posible para que no le quede una marca grosera y...

      Al otro día Jamona me confesó que estaba dispuesta. Ella era muy buena y nunca pude saber si lo hizo por nosotros o por ella, de todos modos eso no importaba.
      El primero que lo supo fue el Capitán, que quedó impresionado y agradeció a Jamona semejante sacrificio. Luego reunió a la tripulación y le dio la noticia. Todos despertaron de su letargo y al momento comenzaron a corear su nombre.
      No perdimos el tiempo, inmediatamente comenzamos con la limpieza, esterilización de las agujas y la navaja. Pude convencer al marinero que reparaba las velas para que me ayudara, pues había notado en él una excelente habilidad para coser. Jamona eligió la emborrachadura del opio y se puso a fumar, luego la atamos a la mesa boca abajo y le apretamos lo más posible un cinturón debajo de la cintura para que se le duerman las nalgas y las piernas. Cuando todo estuvo listo y el sol no molestaba, comenzamos. La operación se realizó a cielo abierto, con la presencia del Capitán y la ayuda del marinero. Desde la bodega llegaba el murmullo inconfundible de los rezos de la tripulación.
      Al día siguiente el Capitán racionó la comida entre todos, mientras  Jamona, despertaba junto con el dolor. Le encomendé que siguiera fumando opio y le llené los oídos de dulzuras.
      Como si Dios hubiese necesitado un sacrificio para mover el vacío de la calma, comenzó a mandar un soplo, y otro, y las velas se levantaron junto con los ánimos. Tres días tardamos en encontrar una Isla para reabastecernos y reestablecer las fuerzas de los tripulantes. Pero lo más importante para mí, era que Jamona pudiera recuperar su vitalidad para luchar contra la posible infección.
      La larga dieta y la operación, habían hecho de ella una mujer envidiable. Cuando comenzó a caminar, la ayudaba tomando su cintura, ella tenía que colgarse enganchando su brazo en mi cuello. Así caminábamos lentamente por la playa y yo pasaba los momentos más felices de mi vida. Me había enamorado y creo que ella también, pero era tal su agradecimiento que  temía confundirme.
      Llegó la hora de zarpar y la angustia se fue apoderando de mi cuerpo, atornillándose en mi pecho como para quedarse para siempre. El Capitán le cedió su camarote a Jamona por el resto del viaje. Lo hizo delante de todos, con solemnidad y agradecimiento. De lavandera, paso a ser la princesa de la Santa Trinidad, ya que la tripulación no la dejó trabajar más. El viaje final tuvo las noches de estrellas más nostálgicas  de mi existencia. Los ojos de Jamona me pedían palabras, que yo, no me animaba a pronunciar. Hasta que una mañana el puerto apareció en el horizonte y todos disfrutaron de la algarabía, menos nosotros dos, que nos cambiábamos a hurtadillas nuestro propio desconsuelo.

      José Ronaldo, más conocido por “El Portugués”, tenía algunas referencias de su prometida y entre ellas, no podía dejar de pensar en el voluminoso traste que le habían descrito en todos sus detalles. Había reformado el carruaje para que pudiese entrar sin inconvenientes. Por eso que cuando vio esta esbelta mujer, quedó perplejo y con miedo a equivocarse.
      A Hortensia no le gustó la traza del portugués, demasiada pompa, galera y bastón. Ella era una mujer sencilla, pero además el amor se le había adelantado a bordo de la Santa Trinidad. Pero también era una mujer honesta y se sentía obligada a cumplir con su prometido.
      Tal vez, si el portugués no hubiese tenido tan mal tacto, todo hubiera sido diferente. Pero sus primeras palabras fueron estas:
-     Hortensia ¿Dónde están esas nalgas que han embarullado tanto mi cabeza?
-      Pues se las han comido cada uno de los tripulantes de la Santa Trinidad.
     
      El hombre cambió de color, y en su ignorancia apareció la ira y el desamor. Se dio la vuelta y antes de pisar el estribo, le gritó:
-      ¡Pues yo no me he de casar con una puta! – y castigando con furia los caballos, se fue.

      Jamona intentó explicar. Pero se arrepintió, volteando su mirada y buscando el amor en la Santa Trinidad.
                                                                                                        Pascual Marrazzo ©