miércoles, 29 de febrero de 2012

El héroe

Hola lectores

Desde un día gris de verano, les envío "El héroe" Un cuento breve o un acto de fe. Lo que ustedes elijan según sus creencias.

Un abrazo

Pascual



EL HEROE


A Martín le encantaba ir a la playa con su Abuelo, sabía que volvería con una bolsa llena de almejas y no sé cuántas hazañas contadas por él, donde los hechos de justicia y pasión se le hincarían en su memoria junto a los que ya atesoraba.

Por ello tal vez decidió sacarse la ansiedad que le producía la incipiente aventura y le propuso una entrada al mar, que a esa hora se mostraba apático.

El calor no apretaba todavía, pero el Abuelo comprendía que a un niño de 10 años las calorías le sobraban. Claro que para él las cosan no eran iguales, por lo que autorizando a su nieto y dándole mil recomendaciones le dijo que se quedaría leyendo en la duna caliente y que desde ahí lo estaría vigilando.

Martín disfrutaba como nunca de la calma del mar y el Abuelo otro tanto de su lectura, de vez en cuando, miraba retozar al muchacho y continuaba leyendo.

Fue un instante de literatura intensa, que tal vez coincidió con una brisa traicionera o quizás lo tocó el sueño. Lo cierto es que llegó el pedido de auxilio, no en sonido sino más bien en forma de intuición.

Bajó las dunas como una tromba y corrió por la arena blanda. Fueron doscientos metros o algo más, sólo eso bastó para que su corazón reventara y él cayera justo en el límite de la arena húmeda.

Murió mirando el cielo, implorando a Dios o soñando una proeza póstuma para contarle a su nieto.

Mientras, el niño lo llamaba entre bocanadas de agua y estiraba los brazos con tal fe y decisión que sintió como las manos aventureras del Abuelo atenazaban su carne y lo arrastraba hasta la playa, después lo vio caer.

Cuando vinieron sus padres les explicó:

El Abuelo me sacó del agua cuando me estaba ahogando, luego se durmió.

Y les mostraba, como el crucifijo del Abuelo se le había enredado en sus brazos.

Pascual Marrazzo©

martes, 28 de febrero de 2012

El hábito

Hola lectores

Desde un día azul de verano, les envío "El hábito" Un cuento breve que juega una metáfora Entre el amor que nos exige la naturaleza y la religiosa sotana .

Un abrazo

Pascual



EL HABITO


Nunca pude saber muy bien que fue lo que cambió mi hábito (descarto a mis zapatos gastados y al café ardiente): el valor que venció mi timidez, creo que fue la emoción. La que comenzó en mi corazón y recorrió con intensidad todo mi cuerpo. Fue así, al primer golpe de vista. Una nueva fortaleza que me hizo percibir en cada célula de mi cuerpo, el verdadero sentido de la vida.

El hecho ocurrió en el marco de una calle lluviosa de adoquines olvidados, a la hora de los obreros presurosos. Donde los mendigos alegres de alcohol, dormían en los bancos desmemoriados de una plaza deshabitada.

Ella venía caminando por la vereda angosta de faroles apagados. De vez en cuando la alumbraba una vidriera farandulera o un retazo de luz de alguna ventana madrugadora. Lucía un tapado de piel de leopardo que la protegía de una garúa porfiada, sobre un amanecer otoñal. Se detuvo unos minutos a leer unos carteles obscenos pegados a un portón, donde paraba una paloma vigilante. Una gata en celo escapó de un zaguán junto con un maullido estridente. Como si eso fuera una señal, ella recomenzó su camino cruzando la calle en dirección a la Iglesia.

La luna se había ausentado y el sol, si bien seguía escondido, mandaba su primera señal. Una bandada de gorriones invadió una palmera y esperaron, como siempre, a que las campanas rompan el silencio para desbandarse.

Fue en ese preciso instante que llegó a mi puerta, cuando sentí esa emoción. El hábito no me pudo proteger. Ella hizo su reclamo al Señor y nos escapamos.

Pascual Marrazzo ©

viernes, 24 de febrero de 2012

El espejo

Hola lectores

Desde un día gris de verano, les envío "El espejo" Un cuento breve que nos lleva a un imprevisto final, pero que deja una metáfora en el aire.

Un abrazo

Pascual


EL ESPEJO


“El que se enamora de sí mismo, no tiene rivales”. Ernesto había tomado esa frase de alguna parte, quizás de un “Patoruzito”, porque la conocía desde niño y a él no le llegaban los libros.

Lo cierto es que la tomó tan a pecho, que disfrutaba mirándose en el espejo, reafirmando su amor y aprendiendo a quererse. Se veía hermoso aunque su apariencia hacia los demás, no lo favorecía. Su autoestima, como era de esperar en estos casos, llegaba a las nubes.

Diariamente, el espejo le devolvía la mirada sonriente, el placer, el cuidado peinado y hasta el aroma de su propio perfume.

Cuando se enamoraba, disfrutaba de su cara de boludo, porque sabía que así tenía que ser. Pero cuando tenía algún problema, se desesperaba. Buscaba por todos los medios hacer caso omiso a sus canas y sus arrugas. Sus ojos se posaban en la piel de su cuello y en la de las manos, donde nada se puede disimular ni esconder.

Estos trechos cortos de su vida no duraban mucho, él sabía zafar siempre con un amor nuevo y éste retroalimentaba el amor hacia él mismo.

No era fácil de entender, tampoco nadie podía imaginar cómo terminaría esta historia. Hasta que una tarde, el aburrido espejo se cansó y aflojó el clavo de la pared.

Pascual Marrazzo ©

jueves, 23 de febrero de 2012

El enfermo de la cama 13

Hola lectores

Perdón por la interrupción que provocó mi descanso, no tenía internet donde fui. Desde un día azul pálido, les envío "El enfermo de la cama 13" Un cuento breve que narra el último instante de la vida de un enfermo y la interpretación de cada uno de los participantes. Lo interesante es que cada interpretación, es una verdad y enseña a ser precavido con las interpretaciones, incluida la del muerto.

Un abrazo

Pascual


EL ENFERMO DE LA CALLE 13


La mente del enfermo era un torbellino afiebrado, no podía abrir los ojos y menos dejar de pensar en su agónica lucha.

(“Me estoy poniendo viejo, si no hago algo me muero” – dijo Girondo. Pero una cosa es ponerse viejo y otra saber que uno se está muriendo, para colmo en una puta cama número trece y llena de antecedentes nefastos. Claro que hay milagros de Dios y si el cirujano no puede y si los rayos no matan. Entonces, como una marioneta uno se agarra de los hilos que puede. Solamente hace falta fe para que estos no se corten, colgarse y moverse de alguna forma, moverse para sentirse vivo, para que los demás te vean. Tomarse fuerte y tirar, tirar para encontrar el paraíso, el perfume de aquella mujer que se fue antes que yo, sus pechos...)

- ¡Doctor! El paciente de la 13 se murió – dijo la enfermera.

- Anote la hora en la planilla, si no después se va a olvidar.

- Fue cuando le estaba poniendo el suero, ¡me dio un susto!

- ¡Que pasó!

- Cuando me acerqué a sacarle el termómetro me tomó de los breteles, casi me los arranca. Diga que aflojó y se murió.

No había dicho toda la verdad por pudor, porque el hombre le había alcanzado a besar los pechos.

El médico pensó que con una enfermera como ella el enfermo hubiera podido hasta resucitar y le dijo en chanza de broma:

- Bueno, al menos murió en el intento.

Lo que ninguno de los dos podía imaginar es que el muerto había sido acompañado hasta el último suspiro por aquella mujer, que lo rescató de esta vida.

Pascual Marrazzo ©

jueves, 16 de febrero de 2012

El cumpleaños

Hola lectores

Desde un día gris de verano, les envío "El cumpleaños" Un raye para reflexionar y disfrutar de la vida.

Un abrazo

Pascual


EL CUMPLEAÑOS


Estaba festejando la acumulación de tiempos y distancias. Como no tengo velocímetro dejé que la distancia fuera apreciada y controlada por los demás. Por los que hacen historia y marcan las huellas de nuestros zapatos.

En cambio el tiempo se calcula con el almanaque que les recordó a todos la fecha de mi natalicio. Casi llego a brindar por mi feliz cumpleaños cuando al ver tantas velitas recapacité y recordé que hay un tiempo de sueño, un tiempo muerto que nos reduce substancialmente la vida. Entonces en un rápido ejercicio mental decidí sacar algunas y me asusté cuando descubrí que había dormido más de veinte años. Reacomodé las velitas y me pregunté si verdaderamente era correcto festejar los espacios irrepetibles, los desengaños, la mufa, los viajes en colectivo, en tren, en subte, el aburrimiento, el tedio,.. Y descubrí que hay que respirar mucho tiempo para vivir unas cuantas horas y si dentro de ellas no me apiolo y no vivo, cuando llegue a la primera esquina descarrilo y me patino fuera de órbita. Así que de un manotón dejé libre de adornos la torta. Quedaron tres o cuatro velitas y mi hija que me notó algo raro se apresuró a prenderlas y empezó el griterío.

¨ ¡Se sacó los años para ser más joven! -- gritó mi nuera.

¨ ¡Bien papá!

¨ ¡El abuelo se hace el pendejo!

Se apagaron las luces y frente a mis ojos ardían los mejores años. ¡Tan pocos carajo! Y soplé. Soplé el aire húmedo de las lágrimas.

Pascual Marrazzo ©