miércoles, 25 de julio de 2012

Consumado



Hola lectores
Desde un azul y frío día de invierno, les envío "Consumado" Un cuento breve de una historia inventada (Todo lo que se inventa, existe. Pascual) 
Un abrazo 
Pascual




CONSUMADO


El amor no comienza con la carne. Primero la idealiza; la mezcla con la imaginación para que, cuando llegue la hora, sea perdonado hasta el fracaso.   Después, sólo después, ayuda y le transmite el enamoramiento a los cuerpos.
      Franco sabía que la amaba, el por qué? no existía; los ojos de los enamorados no se posan en las imperfecciones. A Cecilia le ocurría lo mismo.
      Fueron dos años de un noviazgo puro, respetuoso, sin urgencias. Tanto que, tal vez temiesen el fracaso, como si éste fuera una herencia de sus respectivos padres, que dormían separados.
      La noche de bodas fue como tantas otras, dividida entre los que se divierten y los que critican y escarban la vida de los demás.
      La otra noche de bodas, fue un fracaso. Los nervios de ambos, el temor, las lágrimas de ella y la paciencia de él.
      Pero el día después, mejor dicho la mañana siguiente los encontró abrazados y felices. Como si el tropiezo de la noche no tuviese una importancia capital para sus vidas.
      La luna de miel en las sierras cordobesas, compensaba a medias la falta de unión de sus cuerpos y los intentos fueron mermando, al menos en intensidad.  Era como si se fueran amoldando, resignando a una situación que no era nueva, salvo la boda de por medio.
      Volvieron con la felicidad de los novios y nadie podría haber sospechado que el matrimonio no había sido consumado. Asistían a reuniones de amigos y familiares; no sólo se los veía felices, eran felices. Y tal vez esto no hubiese cambiado jamás de no ser por una fatal circunstancia: Cecilia fue secuestrada, fueron quince días de angustia donde Franco desesperado hizo múltiples diligencias, sin llamar a la policía, como le habían encomendado los captores y logró su libertad sin que nadie supiera cuánto pagó por ello.
      El reencuentro, lleno de ternura, dio lugar a una filmación televisiva, pero Franco mantuvo una total y absoluta reserva.
      Esa noche nada cambió pero, a la siguiente, Cecilia se encargó de que el matrimonio fuera consumado. Franco quedó satisfecho: se iniciaba así una larga historia de amor.
      Al otro día, Franco se encontró con uno de los captores, y terminó de pagar...

                                                                                                         Pascual Marrazzo ©

lunes, 23 de julio de 2012

Jugando con el abuelo


Hola lectores
Desde un día gris de invierno, les envío "Jugando con el Abuelo" Un cuento breve para entendidos (abuelos y nietos) 
Un abrazo 
Pascual

JUGANDO CON EL ABUELO



      Hay una edad en que los chicos se la pasan preguntando. Las respuestas, a veces sencillas, a veces no tanto, se enfrentan a preguntas nada comunes.

      La curiosidad del niño elige a aquellos que con paciencia van contestando una a unas todas sus preguntas. El chico intuye cuando se le dice algo como para cumplir. Por eso se dirige a las personas confiables que tiene en su medio. Primero la mamá, después el papá y si estos no tienen tiempo para él, van al abuelo.
      Patricio Alcides Ferreira tenía ocho años y sus padres lo habían llevado a la estancia “El Pato” donde su abuelo oficiaba de encargado. Era la primera vez que se enfrentaba al horizonte verde y circular de los pagos de Coronel Suárez.
      Sus padres, entretenidos en tantas palabras con la abuela que no daba tregua con las noticias, no tenían tiempo para él. Así que enfiló para el patio donde el abuelo mateaba al lado de un brasero.
-      ¿Abuelo: cuántos nombres tenés?
-      Dos nombres: me llamo Ramón Alcides Ferreira.
-      ¿Alcides como yo?... ¿Te copiaste mi nombre?
-      No señor, yo me llamaba Alcides antes que usted. Su padre le puso ese nombre en honor a su abuelo, que soy yo.
-      A mí no me gusta, hay un chico en la escuela que dice que Alcides no es un nombre y me hace burla.
-      Es un bolacero su amigo, Alcides es el nombre de uno de los hijos de Hércules, es el Dios de la fuerza. Usted se tiene que sentir orgulloso de tener ese nombre, su amigo habla de envidia.

      El muchachito le dio un respiro a Don Ramón. Treinta o cuarenta segundos que usó para escribir su nombre en el piso de tierra con una ramita seca y volvió a la carga:n      Abuelo ¿Por qué la gente crece?
-      (Carajo que se las trae el pendejo – pensó antes de contestar) Porque se toma toda la sopa y se alimenta y eso enriquece el cuerpo y le forma la panza y en de ahí se desparrama y se crece – salió del paso suspirando.
-      Ah... ¿Amanecerá mañana abuelo?
-      Es claro que amanecerá... Mire, la tierra da una vuelta todos los días y se enfrenta al sol. De ay que aparece el amanecer.
-      ¿Y...?
-      ¿Y qué mijo?
-      ¿Nunca se va a parar la tierra?  
-      No. Quédese tranquilo que nunca se va a parar, está dando vueltas hace miles de años ¿Por qué se va a parar ahora? No mijo, nunca se va a parar.
-      ¿Por qué la estancia se llama el pato, abuelo?
-      Porque al abuelo del dueño le gustaba jugar al pato.
-      ¿Y como se juega al pato?
-      Se juega con una pelota que tiene manija, el jinete tiene que agarrarla del suelo y embocarla en una red.
-      ¿Y, por qué le llaman pato?
-      Porque antiguamente jugaban con un pato, lo agarraban del cogote y lo boliaban.
-      Me esta bolaceando abuelo, como va a agarrar al pato del cogote. Se muere llorando el pobre pato.
-      Y es claro que se morían, pero no lloraban, ni el grito le salía del gañote.

      Al niño le agarró un ataque de risa pensando en las ocurrencias del abuelo, pero al calmarse volvió a arremeter con las preguntas.
-      Abuelo ¿Es cierto  que alguien llora cuando llueve?
-      Depende, la gente le pide a los Santos en la seca y a veces escuchan todos y es cuando diluvia, vio. En cambio cuando  escuchan unos pocos llueven cuatro gotas locas.
-      ¿Y donde están los Santos?
-      En el cielo, arriba de las nubes.
-      Papá dice que están en todas partes y que no se ven.
-      ¿Y por qué me pregunta a mí entonces?
-      Para ver si sabía, el papá dice que usted lo sabe todo.
-      Bueno mire, el único que está en todas partes es Dios y los angelitos de la guarda que tiene usted, los demás viven en el cielo. A veces en casos muy especiales sabe bajar alguno. Y dígame ¿Por qué está tan preguntón lo ha agarrado para el churrete a su abuelo?
-      No, abuelo.
-      Entonces déjese de preguntar y póngase a jugar.
-      No tengo con quién jugar.
-      Póngase a estudiar ¿No tiene deberes de la escuela? 

      El niño se fue y entró en la casa. El silencio se adueñó del patio para escarmentar al abuelo, pero fueron sólo unos minutos. El muchachito volvió. Ahora con un cuaderno y un lápiz y se sentó junto a su abuelo que lo miraba de reojo.
      Patricio escribió un título en el margen superior de la hoja (“El Árbol”) y se quedó pensativo.
-      ¿Qué está por escribir, se puede saber?
-      Ahora el preguntón es usted abuelo.
-      No me falte el respeto, que yo puedo preguntar todo lo que quiero.
-      Pero usted se enojó, porque yo le preguntaba.
-      Yo me enojé porque usted me estaba tomando el pelo. Si quiere contar me cuenta y si no se lo guarda, me da lo mismo...
-      Tengo que escribir una composición por el día del árbol.
-      Me parece muy bien, acá tiene para inspirarse bastante.
-      ¿Por qué es tan importante plantar un árbol abuelo?
-      Según dicen; el hombre debe tener un hijo, escribir un libro y plantar un árbol.
-      ¿Usted hizo todo eso abuelo?
-      Todo no, me falta el libro, pero a lo mejor usted lo escribe por mí.
-      Pero al final no me dijo por qué es tan importante plantar un árbol...

      Don Ramón se dio cuenta que su nieto lo quería chucear a preguntas y decidió jugar.
-      Es importante porque se cosecha la sombra. ¿Y a usted que le parece?
-      A mí me parece que es importante porque si no los perros no tendrían donde mear.
 
      El abuelo sintió que el niño le había metido el primer gol. No le gustó mucho pero aguantó para tomar revancha.
-      Que le parece si ahora pregunto yo.
-      Pregunte abuelo, yo no me enojo.
-      ¿Cuál es la parte de atrás de un árbol?
-      Depende de donde se lo mire abuelo, siempre es la parte posterior a la mirada.
-      Se cree muy inteligente, pero le erró como a las bochas.

      El chico no se dio por vencido y quiso rectificar creyendo adivinar cuál era la verdadera contestación.
-      Ya sé abuelo, es donde se encuentra la sombra.
-      Ni cerca mijo. Se lo voy a decir si me promete guardar el secreto y no decírselo a su padre.
-      Esta bien, no voy a decir nada.
-      La parte de atrás del árbol, es donde está el sorete.

      Demás está decir que estallaron en un ataque de risas.


                                                                                                     Pascual Marrazzo ©

jueves, 12 de julio de 2012

Impacto


Hola lectores
Desde un día gris y frio de invierno, les envío "Impacto" Un cuento breve que de alguna manera reproduce la cadena de la vida, como al romperse un eslabón, se crea otro. Un círculo que abre y cierra continuamente, vivientes y por suerte diversos. Nunca son iguales. El gato y el perro completan una metáfora paralela para los que gustan ahondar más en la literatura.
Un abrazo
Pascual


IMPACTO


Un ruido es como un sobresalto del corazón. Luego, se transforma en una curiosidad ¿Qué pasó, qué desorden se produce en nuestra cotidiana monotonía? Descubro que en la esquina una camioneta se llevó por delante a un Fiat 1. El hombre miraba la parte trasera arrugada de su auto y se peinaba con los dedos abiertos de las dos manos, para disimular que se agarraba la cabeza. La mujer seguía sentada y aferrada al volante de la 4 x 4.
La acción violenta parecía haber pasado, me acerqué al señor y le pregunté si estaba bien:
-- ¡Está loca! – me contestó.
-- No se preocupe, es sólo un choque – le animé.
Luego me acerqué a la mujer y le golpeé la ventanilla, me miró y dudó un poco, pero al fin la abrió:
-- ¿Qué quiere? – espetó.
-- Sólo saber si se encuentra bien.
-- Estoy bien ¡Bien caliente estoy! – dijo a punto de llorar.
-- No se preocupe, es sólo un choque – volví a animar.
La mujer era muy bonita, de unos labios sumamente seductores, lo demás no me pregunten. Era rubia, pero no pude en ese instante beber del color de sus ojos. Tenía una lágrima de rebeldía en la mejilla que corrió como una perla asustada a la comisura de su boca.
Llegó el patrullero y la gente comenzó a curiosear, el hombre se envalentonó frente al policía y con voz imponente le decía:
-- ¡Esa mina está loca, está loca, loca!
Siempre hago desatinos, así que no titubeé en abrir la puerta de la camioneta y ofrecerle mis brazos para bajar.  Ella se dejó caer y comenzó a balbucear en mi hombro:
-- No lo pude matar, no lo pude matar – me decía.
-- Señora no diga eso que la van a culpar, por favor no diga nada y cálmese – le susurré.
Se me quedó prendida, como desmayada. El policía intentó hacerle unas preguntas y yo sin arte ni parte le dije que la señora sufría un shock y no estaba en condiciones de declarar. Ella me lo agradeció mordiéndome la espalda con las uñas.
Un gato negro subió sobre el capot de la camioneta con un maullido de rabia y me miró con sus ojos de amarillo oro, como  alertando un peligro. El perro que lo corría me gruñó y estuvo a punto de atacarme.
A esta altura ya me preguntaba qué estaba haciendo ahí. Pero está en mi naturaleza disfrutar la locura a cada minuto y jamás huir de las tentaciones.  Así que la aparté unos centímetros de mi cuerpo y volví a mirar sus labios, no me animé a besarla para no aumentar mi sed, pero el instinto me indicó que hubiese podido hacerlo.
-- ¿Te acerco a tu casa? – le pregunté, como si la conociera de toda la vida.
-- Si, por favor – me contestó con voz dulce.
Tomé el lugar de ella en la camioneta y me dispuse a salir de ese amontonamiento teatral que nos ofrece  la vida a cada instante.
-- ¡Le digo que está loca, es mi mujer!  - escuché que afirmaba el hombre del Fiat.
-- ¿Es tu esposo? – le pregunté.
-- Si, me quiere abandonar, lástima que no lo pude matar.
Arranqué y vi como la escena y el hombre se achicaba en el espejo retrovisor. Ella apoyó su cabeza en mi hombro y recién ahí, me percaté que estaba recibiendo la suerte de aquel hombre completamente evadido del espejo.
                                                                                                                     Pascual Marrazzo ©