lunes, 25 de octubre de 2010

El amor del jardinero

Hola lectores

Desde un día azul de primavera, en la quietud de hojas verdes y más verdes, les envío “El amor del jardinero” Un raye de carácter o caracteres de raye, que juegan a la metáfora de un amor que se escapa de la palabra difícil para entrar en lo complicado, que es totalmente diferente.

Un abrazo

Pascual



EL AMOR DEL JARDINERO


Mi amiga tiene algunas genialidades que suman y unos miedos que restan. Es de las que se resisten a entrar cuando uno les abre la puerta, pero luego te sorprende desde adentro con una sonrisa y mirando tu cara incrédula, te dice: “Entré por la ventana”.

Su carácter es flexible y fuerte como los brazos de una madre. Tiene la ansiedad de la impaciencia, pero nunca muestra enojo, más bien tristeza. A veces le cuesta ceder el paso y mantener distancia, pero aunque todavía no sabe aceptar totalmente su cuerpo ni sus pensamientos, no se acobarda. Arrastra sus miedos tan amorosamente que me afiebra el deseo con una marea de enamoramiento. Atiza la pasión con sus secretos silencios y candorosas miradas, en su elegancia se nota la bravura de la primavera. Por momentos insinúa una fría soledad que conmueve, pero pronto se transforma en la indomable y se muestra dueña de su propia piel. Brilla como una joya de mágico metal, porque su cuerpo sabe encenderse para dejar retozar al instinto que le late desde el corazón. Reclama por excesos cargados de importancia como los borrachos que abusan del alcohol. Mezquina la entrega de su conciencia por la hendija de una puerta que le desgarra la angustia. Dice que “la vida es un soplo”, sólo para aquellos que pasan mucho tiempo boludeando y tomando aire. Ahoga el canto del “arroz con leche…” antes del “me quiero…” y me hace prisionero de los atrevimientos encarcelados en mi sensatez. Esta mujer tiene un raro equilibrio, tambalea entre la locura y la fantasía, descubriendo así una nueva dimensión, donde es imposible llegar. Porque uno se puede perder en una navidad a mitad de año o en un peligroso camino serpenteado de huídas, donde el peligro, es cómplice.

Una vez, en grave estado de soberbia, dañé mi razón y concebí una promesa con su fantasma. Recuerdo que le dije algo así como: “¡Permíteme volar con ella, maldito entrometido!”. Y él me respondió: “Es una Reina que me pertenece hace más de mil años, no puedo dejarte volar con ella”. Sólo un día le contesté (mintiendo, pensando en robar, en adueñarme) era tanto mi deseo, que no me importaba ser culpable o inocente. No sé si fue caridad o castigo, pero me dejó volar con ella un día entero. Fue así que descubrí la tormenta…

Ahora las huellas del amor se le han borrado con la lluvia y en cada herida le han nacido flores. Yo cultivo humildemente dos canteros de “no me olvides” en las ojeras violetas de sus ojos.

Pascual Marrazzo ©

jueves, 21 de octubre de 2010

Desnuda

Hola lectores

Desde un día gris de primavera, les envío “Desnuda” Un raye que habla del impacto de la piel desnuda y metafóricamente la compara con una palabra.

Un abrazo

Pascual



DESNUDA


Me había prometido decírselo esa misma noche, pero la encontré dormida. Estaba de lado y totalmente desnuda, su espalda terminaba partiéndose en dos hasta formar unas largas piernas. No se le veían ni los senos, ni el pubis, a pesar de ello la desnudez del cuerpo me pareció un descaro y pensé que también es el descaro de la conciencia, la palabra desnuda.

Aunque la piel siempre impacta más, más que la ropa, más que el vocabulario florido. Es altanera pero no miente, cuanto más se transforma en sugestivas versiones de sueños, de misterios, de provocaciones pudorosas.

Al igual que las palabras, cuando cambian de tono, abren un paréntesis, o arrastran una melodía sensual.

La piel es más solitaria, no por su privacidad, sino porque nadie repara en el medio en que se encuentra. Es más fuerte, más pura y flota, flota igual que la palabra desnuda del adiós.

Pascual Marrazzo ©

martes, 19 de octubre de 2010

Buscando una siesta

Hola lectores

Desde un día azul de primavera, les envío “Buscando una siesta” Un raye de reflexión, de un hombre derrotado por la vida en la ciudad busca volver aunque sea en sueños. Un último sueño.

Un abrazo

Pascual


BUSCANDO UNA SIESTA


Estoy buscando una siesta para soñar. Soñar lo que he vivido contigo bajo las viñas, a la hora en que las agujas del reloj se erguían poniéndose de pie. La hora en que pitaba el tren y comenzaba a temblar la tierra en mi espalda. La hora en que tu mirada se daba vuelta para entregarlo todo. La hora en que podías gritar al compás de las quejas de los rieles sin que nadie te pudiese oír.

Quiero encontrar esa siesta que tanto nos gustaba y salir de la boca de esta ciudad que me mordió, que me tragó y depositó en los basurales. Llevará tiempo, pero yo se que un día de estos la gran urbe me va a escupir y me revolcará como un vómito en la tierra.

Extraño mi avioncito de madera balsa, el de las alas pintadas con esmalte de uñas de mi tía Rosa. El perfume de tu jeans que usábamos como almohada. El reflejo del sol entre las hojas y el cielo de tus ojos gritando a brillares la felicidad.

Tiene que ser una siesta larga, para aprender a caminar y a jugar, subir y bajar montañas. Para que entre todo lo que me falta, todo lo que dejé. Una siesta para no despertar nunca.

Pascual Marrazzo ©

lunes, 18 de octubre de 2010

Buscando un gran amor

Hola lectores

Desde una noche de domingo, ventosa y nubosa les envío “Buscando un gran amor” Un raye que trata de una búsqueda constante y a pleno, donde no hay conformismo y donde se sabe el riesgo que se corre (tocar los polos opuestos). En un mundo donde muchos renuncian al placer, alegando no querer sufrir.

Un abrazo

Pascual


BUSCANDO UN GRAN AMOR


Hay hombres que tropiezan con una aventura amorosa sin saber cómo, otros quebrantan la solidez temporalmente a sabiendas y con culpas. Pocos son los que, como yo, toman ese momento con todo el convencimiento de que nace un gran amor. Ese idílico renacer que se debate en la utopía es el único que te acerca a las estrellas y perdura.

No me intimida el fracaso, apuesto y vivo apostando, lo que hace que viva la vida en la mayor plenitud posible, “a mi manera…” (Como dice Sinatra).

La plenitud a la que me refiero no es la felicidad, sino la cresta, de ella y la desdicha. Cuanto más disfruto, más penas tengo que soportar. Es como la ley de gravedad o el dicho: “cuanto más alto vuelas más dura es la caída”. Por eso que no critico a los que tienen miedo y se abstienen, pero sí, me opongo a los que me quieren señalar la vergüenza. Son los mismos que me envidian consumiéndose en sus propias ganas. Me siento el dueño absoluto de mi deseo, defiendo mi verdad, revelo mis instintos y me rebelo a lo antinatural. Tengo un corazón fuerte, entrenado y ubicado donde se lo puede contemplar, desierto de misterios y colmado de ansias. Un llamativo orgullo de cicatrices lo adorna, lo conforma y le mantiene viva la memoria. Mi piel no puede reprocharme el desenfreno, ni la intensidad de una pasión que sabe escuchar la melodía del alma. No se trata de audacia, sino de experimentar el mágico regalo de la vida.

La mujer de mi vida no se encuentra. Aunque la busco infinitamente y en un refugio de mi cuerpo la voy armando sin prisa. Es una obra de nunca acabar o de acabar todos los días de mi existencia. Trabajo de esperas y desesperas, ilusiones y nostalgias, días azules y grises entre amores y desamores. Puedo mezclar primavera y otoño, sólo para reírme de la sabiduría. Esta mujer respira la tiranía encaprichada de un empedernido calendario y se debate desnuda entre las ganas y la tragedia de la razón. Termina consintiendo y me consume.

Pascual Marrazzo ©