martes, 30 de junio de 2009

El baile del Club Confluencia

Hola lectores
Desde un día gris de invierno les envío "El baile del confluencia" Un cuento del cual se copian las realidades. (Y las realidades, realidades son).
Un abrazo
Pascual


EL BAILE DEL CLUB CONFLUENCIA


El anciano sentado en el banco de la plaza le daba de comer a las palomas; con movimientos temblorosos sacaba el maíz de un cono de diario y disfrutaba del revoloteo. Esta alegría la reinstalaba con la misma fuerza de la juventud y le servía de bálsamo contra los dolores del reuma.

No era hombre de vivir de los recuerdos, pero ¿Cómo se olvida lo inolvidable? ¿Cómo se dejan de hacer por impulso algunas cosas? Es extraño que con tantos años a cuestas se hiciera tantas preguntas sin respuestas.

De pronto recordó que tenía que cobrar la jubilación y le pidió al gran titiritero que lo ayude a cruzar la calle. Los hilos movieron sus huesos y le hicieron llegar el dolor de los músculos débiles. “Eso es bueno” (pensaba él) “me hace sentir que estoy vivo” y le sonreía a los demás, al mundo.

Pronto se encontró en la larga cola de malhumorados abuelos, como si en aquellas rectangulares ventanillas, más que un sueldo, esperasen la parca. Pero él, abrazaba la vida con pasión y tenía muy claro que la copa de felicidad sólo desborda con el amor.

Le habían dicho que una buena manera de sentirse joven era no juntarse con los viejos, pero cómo evitar las colas o los viajes con descuentos del PAMI, o las salas de espera de los médicos de cabecera. Así que lo mejor era superar estos encuentros con una alta dosis de juventud, actuar igual que en el teatro de las tablas y robarle la juventud a los recuerdos. Con una sonrisa dibujada se acercó al sexo ¡Oh! puesto delante de él y sin demasiados preámbulos le preguntó: --¿Le gusta el baile? La mujer no le iba a contestar, pero al verlo con esa cara de sonsera feliz le dijo: Claro que me gusta, lo que pasa que no me dan las tabas. –A mí tampoco, pero bailo igual. –No, pero yo no aguanto. –¿Por qué no se pone zapatillas? –Cómo voy a bailar con zapatillas, usted está loco. –Hay que copiar a los jóvenes, todos bailan en zapatillas. –Pero yo soy una vieja, voy a quedar ridícula. –Mire, yo leí una frase muy linda que decía: “Cuando todos se rían de mi, yo me reiré con una sonrisa más amplia, pues ellos son muchos más”. ¿Qué le parece? –Me parece bien, pero yo zapatillas no me pongo. Bailar un tango en zapatillas es un pecado. – ¿No me diga que es milonguera? –Era, no me perdía un solo sábado.

A partir de estas últimas palabras, el diálogo se hizo interminable, cobraron la jubilación, y fueron a tomar un café. Hacía mucho tiempo que a ella no le acomodaban la silla, ni le ayudaban a sacarse el tapado, ni le abrían la puerta de un bar. La mujer comenzó a interesarse por este personaje hablador, que la trataba como a una novia.

El anciano todavía percibía el momento adecuado y no tardó mucho más en invitarla a bailar. Ella le iba a contestar que no, pero solamente le comentó que ya no había lugar para ellos. Entonces él le contó que en el Club Confluencia se hacía una cena por mes, se bailaba como antes y que iba gente más vieja que ellos dos. Que iba a ser un honor para él llevarla de compañera.

A la mujer no le faltaban ganas, pero no se animaba,”Este hombre parece un espantapájaros” se decía. Pero al final aceptó.

Llegó el día y mezclados entre los bailarines, cada uno hizo lo que pudo. El espantapájaros tomó vida y colgado de los hilos fue ganando un espacio de felicidad que fueron atesorando entre los dos. Ella siguió como pudo el ritmo que no se olvida, ese que se copia del corazón. Fueron tres o cuatro horas robadas a su antigua juventud.

Los dolores del domingo parecían caricias del recuerdo de una noche inolvidable.

Ahora se los sabe ver a los dos, dándole de comer a las palomas, yendo a cobrar la jubilación. Siempre esperando el próximo baile del Club Confluencia.

Pascual Marrazzo ©

lunes, 29 de junio de 2009

El asador

Hola lectores
Desde un lunes gris y democratico de invierno, les envío "El asador" Un cuento breve muy común.

Un abrazo

pascual


EL ASADOR


A fuego lento, Oscar le iluminaba las costillas al asado.

-- ¡Cuidado que quema! – le dijo a Bartolo, que ya quería prenderse de un chorizo: -- Usted tiene que esperar m´hijo. Primero los comensales, después nosotros comeremos tranquilitos – le dijo.

Pero Bartolo había visto a Oscar meter el cuchillo y llevarse un bocado a la boca, así que con un poco de resentimiento se sentó a esperar con los ojos iluminados por el fuego.

El asador lo dejó en soledad con una última mirada de reproche, pero él cumplió y no le tocó ni una costilla. Oscar volvió con una fuente vacía y la llenó de chorizos. Se volvió a ausentar y repitió nuevamente los pasos, ahora con las tiras de costilla. Bartolo observó que no dejó nada en la parrilla y se preguntaba qué iban a comer.

¡Un aplauso para el asador!.. y se escucharon las palmas de las manos.

-- “Comen como lima nueva” - repetía Oscar. --“Medio pijotero el patrón, che” - agregaba dirigiéndose a él.

Bartolo lo escuchaba con la boca llena de hambre, escondiendo sus instintos para no deslucir, entregándose a mirar como un amante las pocas brasas que ardían desesperadas, resistiendo el ahogo de las cenizas.

La puerta del quincho fue perdiendo el embrujo mágico de los momentos de entrega. Comenzó a mostrar la retirada de los invitados, y de las ventanas se iban apagando las risas acompañadas por una tenue luz. Don Francisco se retiró, no sin antes decirle al parrillero:

-- Gracias Don Oscar, se puede quedar con el asado que sobró, que tenga usted buenas noches así se despidió.

Mi patrón es tan educado, como amarrete - pensó Oscar. Pero le devolvió el saludo y se enfrentó avergonzado al Bartolo que acechaba indiferente la nostalgia de la madrugada. Cómo le iba a decir que no había sobrado nada, el respeto es lo primero meditó.

Oscar salió con una fuente llena de huesos pelados y se acomodó junto al Bartolo:

-- Bueno, llegó la hora compañero le dijo a su mejor amigo.

Se sirvió un vaso de vino tinto bien lleno y le vació el recipiente en el pasto. El Bartolo bailaba con la cola y gemía: el baile por la comida y el llanto porque su dueño se había quedado sin nada.

Pascual Marrazzo ©

viernes, 26 de junio de 2009

El Ari

Hola lectores
Desde un día azul de invierno les envío "El Ari" Un cuento breve que transmite o quiere transmitir al lector lo importante qué son los afectos. Los invito a entrar en el blog de Patricia: http://elcaramelodigital.blogspot.com
Y el mío: http://tienetintatutintero.blogspot.com y http://pascualmarrazzo.blogspor.com
Un abrazo
Pascual


EL ARI

José Alfieri tenía una hermosa casa colonial en las barrancas de San Isidro, enormes rejas y un portón corredizo por donde entraba y salía con su Mercedes Benz. Como era fácil de suponer, en ella había cuadros, muebles, esculturas e innumerables adornos de elevados valores. En la biblioteca, además de los libros lucía una caja fuerte antigua donde José guardaba joyas, dinero extranjero y títulos de propiedades.
Aunque jamás le habían robado algo, un complejo sistema de alarmas no alcanzaba para apaciguarle el miedo. Su obsesión no tenía límites: rejas y candados eran revisados minuciosamente antes de acostarse y nunca se olvidaba de desenfundar la escopeta y pararla detrás de la puerta.
Matilde, su esposa, no aprobaba esta conducta enfermiza y menos cuando sabía de sus buenos vecinos en un barrio de calles adoquinadas y cortadas no aptas para ladrones. –“Trastornos de la vejez” - se decía a sí misma, sabiendo que no le podía llevar la contra.
Una tarde, mientras merendaban en la pérgola del jardín, Alfieri se entretenía con una revista especializada en canes. A medida que veía y leía sobre las distintas razas caninas se iba entusiasmando cada vez más. El porte de un ovejero alemán y todas sus cualidades lo terminaron de convencer. Tenía que comprar un perro; necesitaba comprar uno de esos ejemplares para tener mayor seguridad.
No lo propuso, más bien dio la noticia de esta forma: –“vamos a comprar un perro” – Matilde se opuso y le dictó los inconvenientes y el trabajo extra que le iba a dar este animal. José insistía con lo de la seguridad y ella le repetía que habían pasado una vida sin problemas y sin perros. José alegaba que viajaban mucho y un perro ayudaría al casero a cuidar bien la casa y ella le repetía que toda la vida habían viajado y nunca tuvieron un robo. –“Pero ahora hay mucha inseguridad” – decía él. –“Pero no aquí” – decía ella.
El ovejero tenía seis meses y llegó a la casa acompañado del Sr. Jaime Sterzer, entrenador famoso por la cantidad de premios conseguidos. Don Jaime hizo entrega de los documentos del can y los certificados de pedigrí y vacunas. El perro venía registrado con el nombre de Arístides, pero los nuevos dueños lo llamaron Ari.
Para Matilde comenzó un nuevo dolor de cabeza: el cachorro desacostumbrado a la naturaleza del parque, arrancaba las flores y las enterraba; provocando verdaderos destrozos. Por suerte, a fuerza de la educación y de una vara de mimbre que ostentaba la mujer, el Ari se apaciguó. Alfieri cooperaba haciendo largas caminatas con el simpático animal y el cariño se acomodó entre los tres. Tanto, que fue difícil la despedida en el primer viaje que hicieron al exterior.
Llamaban todos los días y el encargado les respondía que con el Ari en la casa no debían de temer por los bienes. Pero en realidad ellos querían saber cómo estaba el perro, si comía bien, si hacía los ejercicios... No tenían en cuenta un ataque a la propiedad, ni temían el robo; ahora se trataba del cariño. El temor había quedado lejos.
Pascual Marrazzo ©

La crisis

Hola lectores
Estoy repasando los escritos de mi novela "Quién me puso en tu camino" para poder continuarla. Encontré un párrafo que se refiere al comienzo de la crisis 2000/01. Yo recibía esta crisis del país con mi propia crisis interna, la de tener una compañera con leucemia internada en el sanatorio Río Negro. Este párrafo tomado de la realidad, me refrescó la memoria y como estamos en los días previos a una elección creí conveniente descubrirla a mis lectores.

Un abrazo

Pascual


La crisis – Noviembre del 2000

El país comenzaba a derrumbarse, empujado con una de las tantas crisis económicas. Pero esta vuelta era distinta a las anteriores, porque lo que caía era la ética y la moral de todas las disciplinas. Habían animalizado la pobreza, y la gente, como una jauría asaltaba los supermercados dejando de lado la comida para llevarse los electrodomésticos. Los buenos vecinos se encarcelaban en sus casas y los delincuentes operaban impunes en zonas liberadas. La crisis mataba de la misma forma que matan las enfermedades. Pero yo la soportaba con entusiasmo, porque desde mi propia cruz, todo lo demás era muy secundario. Mi familia estaba sana, eran buenos y tenían para comer. El dinero se me presentaba como un ladrón de nuestro tiempo que no nos permitía disfrutar la sencillez de una felicidad plena. Recordaba muchos momentos felices de mi vida, en la que en mi bolsillo no había una sola moneda y eso me resignaba en el final de mis pensamientos. Me decía que en el peor de los casos, era volver a empezar, que no estábamos aferrados a ningún vicio, ni costumbre cara.

De esta manera Antonio acomodaba sus pensamientos para poder soportar mejor su propia situación y llevaba la paz a su empresa con una sabiduría arrancada de su propia carne. Su hijo le admiraba la tranquilidad con que tomaba las decisiones: -“que fácil que lo haces todo papá”- pero él sabía que ese todo, provenía de una óptica distinta de ver la vida. Que el trance que estaba pasando le había cambiado el lugar del mirador y que circunstancialmente esta situación lo favorecía. Llegaba a su oficina después de estar con Nina, la volvía a ver al mediodía, en la tarde a la hora de visita de los médicos y a la noche. Esa era la rutina que se rompía cuando había que llevar al Policlínico de Neuquén a un donante y traer las plaquetas. El principal donante se llamaba Hugo y tenía una peluquería. Sabía cerrar su negocio para ayudar a su amigo Antonio y hasta se ofrecía a ir solo, cosa que Antonio jamás aceptó. La amistad crece en estos terrenos de desdicha y se afirma para siempre.

jueves, 25 de junio de 2009

El angelito


Hola lectores:

Desde un día azul de invierno, les envío "El angelito" un cuento simpático, pero que muestra los problemas que produce la nieve cuando cae en lugares inadecuados, que no están preparados para recibirla.
Un abrazo
Pascual


EL ANGELITO



La noche tomaba el manto de los pobres y lo extendía hasta el horizonte.

El anaranjado amanecer se sorprendía de la blancura y la villa estrenaba su primer vestido.

La mujer de Rafael había dormido sola. Por primera vez su hombre le fallaba. Solía venir tarde algunas noches o un poco pasado en copas, pero siempre a tiempo para las caricias.

El temporal había durado toda la noche y la acumulación de nieve llegó a los setenta centímetros. La mujer barajaba posibilidades, quería salir, llegarse hasta el boliche pero no tenía con que caminar en la nieve. Nieve caprichosa de la naturaleza, de caer donde nunca. De tapar la mugre sin importar las consecuencias.

Se vendó los pies con los repasadores, arriba de las hojotas y salió a arrugar el camino. El perro lloraba como previniendo, pero no la dejó ir sola, a veces parecía quedar empantanado en sus patas cortas pero se las ingeniaba para seguir avanzando. Solo la fuerza de una mujer enamorada podía superar el dolor del frío, frío que le quemaba los pies.

Cuando llegó al boliche, del Rafael nadie sabía nada, solo que había bebido mucho esa noche, pero no lo habían visto marcharse. Distraídos por las guitarras, decían algunos, “guitarras con calzones”, malició un guaso para calentarle las orejas.

El Perico no cesaba de sacudirse el agua y las pulgas, esquivando alguno que otro alpargatazo. Pero consciente del llanto de su dueña empezó a ladrar y a querer irse a la búsqueda. Fue tan convincente que varios se agregaron acompañando a la mujer.

El perro enfiló derechito hasta la fuente del Angelito. La fuente tenía forma de plato y en el medio un Angelito meando. El animalito lloraba y hundía el hocico en la nieve, hasta que por fin lo encontró, un paisano con la pala abrió el boquete debajo de la fuente y salió el olor de la ginebra.

Don Rafael aterido de frío se lamentaba en rezongos: -- ¡Yo le dije al pibe que en el parque no se mea, pero no me hace caso!..

El chorrito del Angelito, rumoreaba en el agujerito de la nieve.

Pascual Marrazzo ©

miércoles, 24 de junio de 2009

El ángel y el duende

Hola lectores
Desde un día azul de invierno, les envío "El ángel y el duende" Un cuentito para hacerle honor a una de nuestras mejores bodegas.
Entren a mi blog: http://tienetintatutintero.blogspot.com

O al: http://pascualmarrazzo.blogspot.com

Un abrazo

Pascual

EL ANGEL Y EL DUENDE

¿Saben? yo tengo un ángel..

Claro, que no se me nota porque el pobrecito es tan humilde que no le gusta usar el anillo, esa aurora de oro que se les forma arriba de la cabeza.

Además de pobre, es despreocupado, tantos años juntos que me ha tomado confianza.

Él sabe que me cuido solo y viene a verme de vez en cuando..

Digamos, que a joder un poco, a no dejarme ser malo y esas cosas que tienen los angelitos. Eso sí, se va enseguida, casi siempre para asistir a la misa, a los bautismos y a los casamientos. Dice que no quiere dejar el yeso vacío porque rebota la música del órgano.

Cuando hace mucho calor y no tiene estos compromisos se mete en el mármol del angelito de la plaza, el que está en la fuente y ahí se remoja todo el tiempo.

Esta relación tan buena con mi angelito, me ha permitido también tener otro amigo:

Un Duende. Sí, un Duende; eso sí, escondido como mi propia sombra, pero por dentro, pegadito al alma, como si fuera la sangre, pero no lo es, es un Duende.

No es necesario ir a buscarlo, sólo hay que despertarlo.

Les diré que juntos, somos un despelote, un poco locos tal vez, pero la pasamos bien.

Como le conozco todas las mañas y sé que es un poco remolón lo hago aparecer por los pies. Por ahí, entre el tercer y cuarto sorbo del “Marcus”, ese, el gran reserva de Humberto Canale.

Pascual Marrazzo ©


Para uso exclusivo de la firma Humberto Canale SA.

martes, 23 de junio de 2009

El ángel guardián

Hola lectores
Desde un día azul de invierno les hago llegar a "El ángel guardián". Un cuento de invierno y nieve, regional. Demuestra la inocencia de los niños y la presencia de Dios en todas partes.
Un abrazo
Pascual


EL ANGEL GUARDIAN


Luis tenía la habilidad de escribir su nombre en la nieve con el orín de su propia vejiga. A mí siempre me faltaba la “o” de Francisco, hasta que descubrí que podía completar Pancho.

Después de bautizar el inicio del camino de nuestro descenso nos zambullíamos con nuestras tablas. Jugábamos a pasar rozando a los esquiadores novatos para darles miedo o nos hacíamos los tontos para atropellarlos. Lo cierto es que nos divertíamos rompiéndole las pelotas a los demás.

Nadie sabía de nuestras andanzas y nuestros padres nos tenían por ejemplo porque nosotros contábamos mentiras, rescates de niños, etc..

Un día, para variar, nos salimos de la pista y nos internamos en el bosque, el encanto nos entretuvo en un largo paseo y cuando reaccionamos estábamos perdidos.

El sol se había escondido y las sombras se hicieron noche. Los vientos aulladores se nos arremolinaban alrededor y la nieve inquieta y desconcertada, no terminaba nunca de posarse.

Creo que nos pusimos a llorar al mismo tiempo y comenzamos a pensar como pecadores. Prometimos que no mearíamos más en la nieve y que no molestaríamos más a los turistas. Memorizamos en voz alta una larga lista de travesuras e imploramos a los gritos una señal para el camino de regreso.

El sonido de un aleteo intermitente llegó a nuestros oídos. Pensamos que el Señor nos había escuchado y nos pusimos en marcha. De tanto en tanto caíamos y nos quedábamos abrazados al calor que quedaba en nuestros cuerpos, semienterrados con los labios morados bajo una mortaja puntillosa, hasta que el aleteo de nuestro Ángel nos volvía a indicar el sendero.

Varias veces pensamos en abandonarnos, gastar nuestra última energía en un abrazo eterno, pero siempre el alado sonido nos conmovía con su insistencia y nos daba la esperanza necesaria para encontrar nuevas fuerzas.

Casi arrastrándonos llegamos al patio de una cabaña. Hubiéramos despedido ahí nuestras vidas si no fuera por el Ángel que agitaba sus alas casi arriba de nuestras cabezas.

Entonces lo vimos por primera vez. En el tendero colgaba un harapo que sacudía y golpeaba sus palmas de lona con gestos espasmódicos provocados por el viento.

Pasó mucho tiempo desde aquella peligrosa aventura de niños. Sin embargo, cuando alguien alude a que Dios está en todos lados, yo recuerdo patente el harapo colgado del alambre.

Pascual Marrazzo ©






lunes, 22 de junio de 2009

El angelito de la guarda

Hola lectores
Desde el segundo día del invierno les entrego "El ángel de la guarda" un cuentito que tiene como finalidad tratar de no perder la memoria cuando se trata con los niños.
Un abrazo
Pascual


EL ANGELITO DE LA GUARDA


“El angelito te va a cuidar, te va a defender” - decía mi Abuela.

En cambio la Tía, mas arpía que Tía, me decía: “o tomas toda la sopa o llamo al viejo de la bolsa”

En ese debatir de niño veía al Ángel que mencionaba la Abuela y me lo imaginaba como al príncipe valiente, con los atributos recibidos del Rey Arturo.

Era seguro entonces, que el día que no quisiera tragarme los dedalitos. Mi Ángel se enfrentaría al viejo de la bolsa y con semejante espada, le cortaría la cabeza.

Así que en ese convencimiento, tomé la decisión, y no el brebaje. Quería desprenderme de una buena vez de las amenazas de ese horrible viejo.

La Tía me calentó el traste con la zapatilla y que hablar de sentarme a la mesa, Ahora acostado boca abajo, busco despertar a los Ángeles del sueño y preguntarles por el viejo de la bolsa, por mi Ángel guardián, por la bigotuda de mi Tía y por mi Abuelita. No aparecieron ni uno ni el otro y ni hablar de mis privilegios, esos que anuncian en la radio.

Cuando sea grande me tengo que acordar, porque con la edad se pierde un poco la coherencia.

Pascual Marrazzo ©

jueves, 18 de junio de 2009

El amor es sordo

Hola lectores
Desde un día gris, con una garúa nostálgica venciendo al otoño, les envío "El amor es sordo" Un cuento breve sobre los juegos amorosos para alegrar la mañana.(o la siesta o la noche, como ustedes prefieran).

Un abrazo

Pascual


EL AMOR ES SORDO


Recién acostados, la pareja de enamorados tiende a abrazarse.

- Estoy incordiosa - dijo ella dándole la espalda.

- Ya sé que sos una Diosa - contestó el Negro y le zampó una

ventosa en el medio de la columna vertebral.

La negra se dio vuelta en un corcoveo como para rasguñarlo, pero cuando le vio la cara de felicidad, aflojó y fue más suave.

- Vos me estás tomando para la farra.

- No, mi amorcito, si yo no estuve tomando y menos de farra. Usted sabe que el negro se gasta todo el cariño aquí.

Y comenzó a llenarle la oreja de arrumacos.

- Bueno dejáte de joder que me estás poniendo nerviosa.

Entonces el negro abrió la bocaza y la sorprendió mordiéndole la trompa casi hasta ahogarla y cuando la soltó, teniéndola tan flojita le dijo:

- Claro que sos mi Diosa, mi Negra.

Pascual Marrazzo ©



miércoles, 17 de junio de 2009

El alumno (cuento)

Hola lectores
Desde un día gris de Otoño, les envío "El alumno" Un cuento que podría llegar a ser una fábula, pero que lo que importa en realidad es el contenido y si el mismo está volcado de tal manera que alguien se lo pueda llevar puesto.

Un abrazo

Pascual


EL ALUMNO

Las equivocaciones, las pérdidas, los desamores y todas esas dificultades que se le habían cruzado a Pablo en el camino, sólo habían sido, los maestros de su vida. Estos maestros no le pegaron con el puntero en la cabeza, ni le retorcieron las orejas, ni le bendijeron los oídos. Fueron los maestros que le hicieron intervenir activamente en la enseñanza, para que él supiese aprender.

Sin esos maestros, a Pablo le hubiese sido imposible crecer. No se aprende de consejos; estos recién se valoran después de sufrir la experiencia. El consejo sólo sirve para descargar la conciencia de quien nos quiere proteger.

El camino de la vida dependía de su propia capacidad, de transformar las experiencias en las lecciones que fuese capaz de dar o de seguir. Especialmente en la capacidad de transformación de la experiencia, para que ésta no se transforme en una herida abierta de por vida, sino en una cicatriz para llevar con orgullo y que le recuerde lo que no debiera volver a hacer.

Pablo había logrado la maestría a través de las lecciones; ahora el camino se le parecía mucho más a un surco ansioso de recibir semillas. Las piedras habían desaparecido y la tierra era receptora de su propia huella.

Lo que no tuvo en cuenta Pablo, es que a esta especie de escuela andante, hay que asistir siempre y de por vida, como un buen alumno. Que el maestro está escondido detrás o dentro de cualquier ignorante y que la sabiduría suele salir casi accidentalmente. Un buen alumno siempre está al acecho de ese percance.

Pero Pablo quiso ejercer como maestro, olvidando que su ignorancia era infinita, que la inteligencia tiene un límite y que la estupidez no reconoce ninguno. La estupidez es tan infinita como la ignorancia.

Lo complacía su nuevo rol, y muy pronto comenzó a predicar su sabiduría hasta que consiguió una docena de seguidores que admiraban su elocuencia. Entre ellos una joven mujer llamada Artemisa. Artemisa era extremadamente puta, Tenía un gozo especial en serlo y no era empujada por ninguna circunstancia. Gozaba de todos los hombres guapos que se cruzaban en su camino , entre ellos Pablo, que no supo cómo defenderse de la belleza y picardía de esta endiablada hembra.

Pronto lo arrastró a la lujuria e hizo de él un perro lastimoso y fiel. Cuando perdió toda su condición de hombre, lo abandonó.

En su desgracia, Pablo no dejaba de pensar: ¿Dejaría de ser la hoja que luchaba contra el otoño, para ser el roble que sabiamente la dejaba ir? ¿Dejaría cumplir a la rosa el sueño de morir en su lecho, se conformaría con su perfume y no se lastimaría con sus espinas? ¿El amor sería la plenitud de la sabiduría y no un pecado o un dolor? ¿Cuántos interrogantes sin poder contestar, que vergüenza para sus discípulos?

Presa de la tristeza, reunió a los pocos discípulos que le quedaban y les confesó que había descubierto el tamaño de su sabiduría. Luego poniendo una varilla de un metro sobre la mesa, les dijo que cada uno debía de anotar en un papel cuanto creía saber y que el metro representaba la sabiduría plena. Pablo quiso dar su última lección y se anotó un milímetro. Otros, creyendo que era una trampa del maestro, se anotaron centímetros, pero hubo uno de ellos llamado Tomás, que no se atrevió a anotar medida alguna. Todos quisieron saber por qué: -- “Es que no me animo a poner hoy lo que mañana puede ser una equivocación, la sabiduría, en este caso tiene que ver con la inteligencia y el entendimiento, y estas dos con la verdad, y la verdad sabe desvanecerse con el tiempo”.

Pablo comprendió inmediatamente la lección que provenía de su propio alumno y felicitándolo, le dijo lo siguiente para que todos lo escuchen: Desde hoy, quiero ser un alumno más y que las verdades salgan del disenso, del nuestro y del que observemos.

Pasaron quinientos años y uno de los genes de Tomás se despertó en uno de los integrantes del Centro de Escritores de Cipolletti, justo en el momento en que su taller literario se había quedado sin el maestro.

El portador propuso: -- “A partir de ahora, todos seremos alumnos y nuestros maestros serán la opinión de todos”. Lo increíble de este caso, es que este gen se sienta tan joven a pesar de sus años, pues si bien muchas verdades han cambiado, entre ellas, “la traición de Judas”, las preguntas que se hacía Pablo, todavía no tenían respuesta:

¿Dejaría de ser la hoja que luchaba contra el otoño, para ser el roble que sabiamente la dejaba ir? ¿Dejaría cumplir a la rosa el sueño de morir en su lecho, se conformaría con su perfume y no se lastimaría con sus espinas? ¿El amor sería la plenitud de la sabiduría y no un pecado o un dolor? Cuántos años más necesitaremos para saber estas cosas tan esenciales...

Pascual Marrazzo ©

martes, 16 de junio de 2009

El adobe

Hola lectores
Desde un frío y maravilloso día de otoño, les envío "El adobe" Un cuento breve o tal vez un raye, todo depende de ustedes, si lo quieren ver como un conjunto de metáforas, si se meten en la fantasía o solamente pisan el charco de barro que queda al final. Cualquier cosa que interpreten, está bien para mi.

Un abrazo

pascual


EL ADOBE

Desde que me mandaron a estudiar el catecismo y me enseñaron el origen de la humanidad, siempre soñé con ser un especialista en amasar el barro.

“Alfarero, primer oficio conocido por nuestra historia”.

De ahí que Trato de modelarme todos los días y sacarme las arrugas del día anterior. También, le enseño a mi novia para compartir esta tarea y no me sea muy pesada. A veces jugamos, ella me hace los cuernos y yo una teta más grande que la otra o alguna travesura en el ombligo.

A la hora del infierno traspiramos hasta la última gota. Luego en el horno nos comenzamos a cocinar y apenas unos minutos antes de explotar por el calor, acabamos con el fuego. Es una técnica nueva para lograr estar caliente durante toda una noche y mantenernos enteros. Eso sí, en nuestros métodos superadores, usamos muy poco la paja, no construimos muros, es todo barro y agua nomás.

Pascual Marrazzo ©

viernes, 12 de junio de 2009

Disputa

Hola lectores
Desde un día azul de otoño, les envío "Disputa" Un cuentito breve donde una vez más se puede reflexionar, que en las peleas siempre pierden los dos, o que el daño no sólo lo provoca la riña. La acción del mal no está siempre guiada por nuestras manos, etc. En esta "Dis puta" la perdedora se va ilesa de este cuento, pero vaya a saber que le depara en la pluma de un próximo escritor. La hoja del otoño vuela sin saber donde se posa.
Un abrazo
pascual


DISPUTA

Los adoquines brillaban bajo las luces distantes de los faroles y la volanta llegó, sólo con el ruido de los cascos.

El portero del burdel entró en la sala.

-- Apúrese señorita, que es un carruaje de ricos.

- ¿De ricos..? ¿Cómo lo sabés?

- Tiene muelles y ruedas engomadas.

- ¿Y quién es?

- No lo sé, viene con cochero y nadie más. La Madame que concretó la cita debe saber.

- ¡Esa puta de mierda! Ayer nos revolcamos y nos tiramos de los pelos, pero la dejé bien marcada, por un tiempo no va a poder ni asomar la jeta.

- No lo tome a mal señorita, ella no es tan mala, un poco áspera nada más.

- ¿Áspera…? ¡Áspera y fea como culo de mono!

María salió envuelta en trapos de colores exagerados que dejaban descubierto casi por completo el santuario materno.

Ella decía que a los hombres les gustaban las putas, pero con cara de putas y por ello exageraba con el lápiz labial y los coloretes.

Se quedó esperando al lado del coche como una dama y el cochero refunfuñando no tuvo más remedio que bajarse y ayudar a subir a la “señorita.”

Disfrutó el paseo de lo que quedaba del pueblo y se internó en la noche. Estaba feliz, y por que no, gozando de la fantasía que pueden despertar los millonarios.

El croar de los sapos y el olor del musgo presumían el camino de la ribera.

Cuando se detuvieron, pudo ver un muelle y el ondulado brillo del río.

El cochero le ayudó a bajar y la acompañó hasta el casino flotante que estaba por zarpar.

Ella no sabía que daba el primer paso de un largo y tortuoso camino hacia el Oeste.

Mientras, la Madame contaba el dinero de su venta.

Pascual Marrazzo ©


miércoles, 10 de junio de 2009

Diálogo

Hola lectores
Desde este día azul, donde el otoño desnuda y destroza el ropaje de las plantas, les envío "Diálogos" Un pasaje cotidiano que involucra a una mujer y a un hombre. El sexo femenino dirá que es culpa de él, el masculino dirá que es culpa de ella y la amiga podría llegar a tener dos o tres versiones. Yo tiré la piedra, nada más.
Un abrazo
Pascual

DIÁLOGO

· Tenés que dialogar – me dice Luisa -- no podés seguir así.

Y yo trato, hablo hasta por los codos, pero él no me contesta y sigue leyendo el diario y yo le tengo paciencia y espero que lo lea todo. Espero, pero él se levanta satisfecho, aspira el aire y prende la tele. Y yo,.. yo estoy por explotar, voy a gritar, el aceite me espera caliente en la sartén y voy poniendo las albóndigas que una a una me van diciendo: ssssss, ¡ Que me calle! Y las lágrimas salen crujiendo desde mis ojos y se hace el milagro. El habla, grita, discute, cambia impresiones con el locutor del partido de fútbol que está mirando y pienso “ y si me pongo a jugar a la pelota, que ridícula y si me desnudo en la cocina y lo interrumpo con el cigarrillo en la boca. Me desnudo sí, pero el cigarrillo no, me da vergüenza “.

Al fin me desnudo y empiezo a limpiar el piso, refriego y refriego el trapo gris, lo llevo hasta debajo de sus zapatos. El levanta los pies, pero no me mira, no se da cuenta que estoy sin ropa. Tocan el timbre, ni me mira ni se inmuta. Insisten, el timbrazo es más prolongado, se oye más fuerte. -- ¡ Atendé! Me grita y yo, yo hago coraje y atiendo desnuda, para vengarme..

Pero es Luisa que se lleva las manos a la boca y pregunta -- ¿ Qué estás haciendo en pelotas?..

Estoy ¡Estoy tratando de dialogar!

Pascual Marrazzo

martes, 9 de junio de 2009

Despojo

Hola lectores
Desde un día maravilloso de otoño, les envío "Despojo" Un cuentito breve y simpático para expandir, para atrás y para adelante. Qué linda es la imaginación, Cuántas cosas podrían pensar de este "despojo". Si alguno se luce, espero que me lo comente.
Un abrazo
Pascual


DESPOJO

La tomo de las muñecas y llevo sus manos a su cara, las apoyo en su barba sólo para robar el compromiso de un amor eterno, y guardar sus besos en la comisura de las manos; en los quiebres de las falanges; en lo más intimo de la palma, ahí, entre el pulgar y el índice.

Acabó con el vértigo y le entrelazo los dedos, volvió a guardar las manos en su pecho, le acomodo la mortaja y se fue…

Se fue, con la alianza de oro en el bolsillo.

Pascual Marrazzo ©