viernes, 12 de noviembre de 2010

El minuto

Hola lectores

Desde un día azul de primavera, les envío “El minuto” Un raye con gusto a cuento, de un hombre que se levanta a la mañana para ir al trabajo y reflexiona en el camino. En ese minuto de reflexiones, se mueven los contenidos, importantes.

Un abrazo

Pascual


EL MINUTO



Hace unos días que estoy atrapado por un minuto fugaz, pequeño, que me lleva un tiempo interminable. Comienza en el mismo instante en que me despierto por las mañanas y trae el arrastre de algunos sueños. Sueños que por lo general, brincan entre la realidad y la fantasía. Crueles, porque gozan agotando la adrenalina de nuestro cuerpo y la acuñan en el cerebro, de tal manera, que además de despertar con bronca, despertamos estúpidos. En ese minuto mi memoria arranca la camioneta y la radio suelta un ronquido hasta que se estabiliza y le da lugar a la voz del locutor que sale al aire con una consigna:

- ¡Hoy es el día de los enamorados! Los invito a que llamen a nuestra emisora y opinen sobre la existencia del amor para toda la vida.

Y comunican los números telefónicos que muy pronto comienzan a exprimirse entre los dedos para sonar en los teléfonos. Mi memoria da unos saltos como los de Zatopek; tan rápido va, que a veces tiene que volver, recordar que en la primera curva a la derecha ya había escuchado a cuatro oyentes que negaban la existencia del amor para toda la vida y vuelve a la segunda curva a la izquierda donde ya son como una docena y la incredulidad crece y toma la recta siguiente con algún oyente que quiere rescatar al amor para toda la vida y entre tanta ética amorosa, pone en el tapete el compañerismo y el aguante, por lo que mi mente aprueba que el pobre hombre se va a morir como un infeliz y saliendo de sus cavilaciones, porque tiene miedo de que el minuto se alargue demasiado, vuelve a girar a la derecha y ya sobre el asfalto un gato negro amaga a cruzarse en mi camino; se encuentra a la derecha de mi vehículo, levantó la cabeza a tiempo y nos miramos, yo ya había frenado y él, retrocediendo, se escapa. Por la manera en que me miró, supe desde el vamos que se trataba de un gato supersticioso. No era común que un gato se arrepienta de cruzarse en el camino de otro a menos que ese otro represente algún peligro, tal vez no estaba acostumbrado a que alguien frene por él y lo mire a los ojos como lo miré yo. Lo cierto es que dentro de este di-minuto, el gato negro se expande y en un segundo recorre todos lo laberintos de mi cerebro, siento como su cola roza mi mollera, mi frente y baja al tabique de mi nariz para que en un estornudo, mezcla de trueno y maullido, el gato salga despedido y reviente su forma diabólica contra la pared. Y ahora que me deshice del gato deshecho, mi mente desecha esos ojos amarillos, punzantes y los cambia por los de ella, que por fin llega. Llega junto con el miedo a que se vaya, porque una mente habitada por una mujer es una mente fresca, feliz y presta a descubrir todos los secretos del amor.

El oído interrumpe, el animador insiste, el día de los enamorados se desvanece entre llamadores angustiados y yo sin teléfono, sin poder decir mi verdad, ahora, justo ahora que todo está tan claro y que el minuto vuela y explota como una campanada ¡Gritar a los cuatro vientos, la mujer de tu vida existe y se llega, sólo tienes que expulsar un gato y a ella, perdonarle el resto.

Pascual Marrazzo ©

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