jueves, 8 de octubre de 2009

La loca del volante

Hola lectores:
Desde un día azul de primavera, les envío "La loca del volante" Un cuento inspirado en una compañera que se llevo por delante los conitos de la caminera del puente Nqn - Cipolletti.
Un abrazo
Pascual



LA LOCA DEL VOLANTE



Los domingos de la tardecita se adueñaban de mis sueños, pero a la vez, de mis desvelos.

Los sueños de participar de ese pedacito dominguero que nostalgiaba la poesía y los cuentos breves con sabores de final inesperado. También de la música, la alegría de los amigos, de tristezas escondidas y el placer de hamacarme colgado de un espejo. Sueños que se hacían paso – cristal de por medio – a través de la lluvia y los partidos de fútbol, donde el mate trenzaba con idas y vueltas las redes del Centro de Escritores.

Como hago notar al principio, la carga de mis desvelos comenzaba, al ir y al volver o sea en el viaje, cruzar dos veces la caminera y el puente. En este trámite dependía totalmente de Noel que era la dueña del auto. En los badenes me balanceaba, cerraba los ojos y que pase lo que Dios quiera, pero ella me miraba tras los culos de botella y me decía:

- No te vayas a dormir eh, como un reproche en forma anticipada.

Lejos estaba yo de poder dormir, mi corazón se aceleraba cuando llegábamos al puente. Ella hacía siempre el mismo comentario;

- ¡Carajo que es difícil de embocar!

Y vivoreaba el auto hasta que entraba con un suspiro, por supuesto mío, que hacía al rozar el parabrisas.

Una vez, al mejor estilo de slalom tiró a la mierda los cinco conitos que dividían las dos manos de la ruta. Fue antes de cruzar el puente y por supuesto, el cana la paró.

- ¿Señora, no vió los conitos?

- ¿Qué conitos?

- ¡Los conitos señora, los conitos!

Entonces ella me miró y me dijo en voz alta, al borde de los gritos:

- ¡No te dije que no tenías que distraerme cuando estoy manejando, mirá en que quilombo me metés!

El vigilante se dio por satisfecho y la dejó pasar sin multarla.

Otra vez, la pararon para pedirle la tarjeta verde, ella me miró asombrada y me preguntó:

- ¿Cómo, no era rosa?

El policía metió la cabeza por la ventanilla y me miro, yo colgaba del espejo, pero la frenada me había puesto en movimiento y le abría y cerraba los ojitos.

- Es un Panda – le dijo ella.

- Adelante señora siga por favor..

Pascual Marrazzo ©

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