jueves, 13 de agosto de 2009

El violador

Hola lectores
Desde un día gris, frío y tranquilo. Con alerta meteorológico y temporales bastante cerca, a modo de intimidación. Les mando a "El violador" Un cuento (no tan cuento) de moda, que intenta ser didáctico y alerta en prevención de la seguridad de las personas. También denuncia la falta de seguridad que existe en esa línea férrea, estaciones mal iluminadas, etc.
Un abrazo
Pascual


EL VIOLADOR


El sol ya está enterrado en los puentes de Turdera y yo vuelvo a casa con ardor de soledad en mi aliento. Hay un hombre que no me saca la vista de encima y, para colmo, hoy recibí en mi trabajo, un mail con las indicaciones de prevención contra violadores.

Evitar el pelo largo (y yo lo tengo hasta la cintura), mirarlo a los ojos fijamente antes de que ataque (de esa manera tendrá miedo al reconocimiento y tal vez se arrepienta), lo estoy mirando, pero me parece que lo estoy entusiasmando, porque me guiñó el ojo.

No pida auxilio, no diga socorro, grite con todas sus fuerzas: fuego ¡fuego!. De esa manera la gente acudirá, de lo contrario no se meterá por miedo a tener que atestiguar, etc.

El violador ataca a las mujeres de ropas livianas y fáciles de arrancar (Y yo justo con esta blusa transparente que se me desabrocha sola). A las distraídas que hablan por celular (Ahora, que le acabo de poner un mensaje de texto a Pascual).

Atacan después de las 22,30hs. (Yo ya estoy rejugada, es casi media noche). Qué poca gente que está quedando en el tren, se bajaron casi todos en Llavallol.

No lo puedo creer ¿Por qué me tiene que pasar esto a mí? El tipo se vino a sentar enfrente, alargó una pierna entre las mías, es un cara rota.

Si me muevo me va a atacar, me tiene aprisionada (y si me bajo en Monte Grande, es tan oscuro, puede ser peor), mejor en El Jagüel y corro hasta el kiosco. Lo voy a seguir mirando, es importante que lo mire (Mírelo a los ojos, lo hará dudar y es posible que no la ataque).

Carajo, ya no queda nadie y el kiosco del Jagüel está cerrado, este hijo de puta me va a atacar en Ezeiza. Tengo que hacer algo, pero no me responden las piernas, las tengo agarrotadas, dormidas en el roce de su pantalón y no las puedo mover.

Tengo que gritar fuego, fuego, lo más fuerte que pueda, atraer a la gente de los otros vagones, es mi última oportunidad y me decido. Pero de mi garganta sale un fuego lastimoso, sin fuerzas y el sujeto se sorprende, sonríe y saca su encendedor.

- Señorita, si se decide a sacar el cigarrillo se lo prendo.

Me lo dijo tan cortesmente...

Pascual Marrazzo ©

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