miércoles, 5 de agosto de 2009

El silencio

Hola lectores
Desde un día gris de invierno, les envío "El silencio" Un cuento para tener en cuenta en estos días de paseo a la cordillera, para aprender a respetar la nieve y la fuerza de la naturaleza, Viajar preparado, con elementos de supervivencia en el frío paisaje patagónico.
Un abrazo
pascual



EL SILENCIO



“El silencio ensordece”. No lo dijo, sólo lo pensó cuando se quedó varado en la nieve, en esa mortaja blanca, pulcra. Fue al parar el motor del auto cuando comenzó a sentir la agresión en sus oídos y, por qué no decirlo, el miedo a lo que se desconoce.

Ahora, él sabe un poco más, sabe que es una fuerza, que tal vez duerma en el espacio ¿Cómo disociar al silencio del espacio? intuye que está siempre a mano y se hace oír cuando se le antoja. Son infinitas pequeñas partículas que flotan en el aire como un globo dispuesto a explotar y dejar sordo al mundo.

Conoce de qué se trata y quiere participar de los acontecimientos sin decir una sola palabra que rompa los muros de los oídos. Se resiste a molestarlo, porque es conciente que atrae al peligro. Prefiere usar las manos, los ojos, la soledad de la indiferencia, es como aspirar el aire de un cuerpo muerto.

Recordaba al silencio que gritaba la vieja directora de la escuela primaria y cómo lograba esa contención extraordinaria, amordazado en los músculos de cientos de alumnos. Callar es una energía mucho más vigorosa que la de hablar. El callar es un silencio que requiere prudencia, dominio, heroísmo, amor. . . puede mirarse y escuchar, podemos interrumpirlo, y duele de la misma manera que cuando nos interrumpen la palabra, sobresalta y asusta.

Ahora, él sabe que el silencio es opresor, que no puede luchar contra él. Recordaba lo fácil que había sido ahuyentarlo poniendo un poco de música. Se arrepentía de no haberlo destrozado hablando con libertad, desinhibido de los compromisos y el miedo a la réplica.

Era demasiado tarde. Sus ojos estaban fijos, como mirando a través de un vidrio empañado. El silencio amenazante le quitaba el último aliento de sus maxilares congelados.

Pascual Marrazzo ©

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