lunes, 2 de noviembre de 2009

La sirena

Hola lectores
Desde un gris y lluvioso día de primavera , les envío "La sirena" Un cuento que enseña las sensaciones de dolor que produce la presión del agua y lo que significan unos pocos centímetros más o menos. El final, es policial.
Un abrazo
Pascual



LA SIRENA



Eran nada más que treinta centímetros, treinta centímetros y sería el nuevo campeón mundial de profundidad en el océano. Pero con cada movimiento de mi cuerpo, se me retorcían mis huesos y sentía que se me llenaba de alfileres la carne. Eran sólo treinta centímetros, pero ahí abajo esa distancia era demasiado amplia.

Comencé a subir con la carga de la derrota, despacio, tratando de ignorar el dolor de los pinchazos, uno por uno…

Ochenta, setenta, sesenta… A los cincuenta metros me detuve a recuperar fuerzas. Recién ahí pude llorar guardando mis lágrimas en las antiparras.

Fue en ese momento cuando la vi por primera vez. Las maravillas de las profundidades no dejaban de sorprenderme, estaba frente a una sirena. A pesar de mi vista borrosa podía verla bailar entre los penetrantes rayos tornasolados.

No estaba en condiciones de desprenderme del cable. Impulsado por el instinto de la supervivencia, seguí subiendo, con lentitud, sin parar. Sabía muy bien que la presión podría estar afectándome. Traté de no pensar más, de no ver más, solamente llegar.

Me encontré con la algarabía y los aplausos. No había podido batir el record, pero estuve ahí, a treinta centímetros.

No hice ningún comentario acerca de la sirena. Seguramente habría sido efecto de la profundidad. Una visión óptica, vaya a saber.

A la semana, su aparición no me dejaba dormir, lo cierto es que la había visto y soñaba con ella. A tal punto de darme cuenta, que no estaría tranquilo hasta bajar nuevamente en ese mismo lugar.

Enfilé la lancha y la detuve en el sector donde se desarrollaron las pruebas. Me vestí, ajuste el tubo, calcé las patas de rana y me zambullí.

No era un lugar entretenido para buscar, no se podía llegar a la máxima profundidad buceando. Hacia abajo el paisaje era un gran agujero negro y hacia arriba una neblina tornasolada.

Cansado y ya a punto de volver, la vi. Su cabellera rubia ondulaba como sacudida por el viento. Sus brazos flotaban en cruz mostrando unos senos exageradamente henchidos que me alertaron de la terrible realidad. Una soga arrollaba su larga pollera y se perdía en el fondo del mar.

Pascual Marrazzo ©

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