viernes, 26 de junio de 2009

El Ari

Hola lectores
Desde un día azul de invierno les envío "El Ari" Un cuento breve que transmite o quiere transmitir al lector lo importante qué son los afectos. Los invito a entrar en el blog de Patricia: http://elcaramelodigital.blogspot.com
Y el mío: http://tienetintatutintero.blogspot.com y http://pascualmarrazzo.blogspor.com
Un abrazo
Pascual


EL ARI

José Alfieri tenía una hermosa casa colonial en las barrancas de San Isidro, enormes rejas y un portón corredizo por donde entraba y salía con su Mercedes Benz. Como era fácil de suponer, en ella había cuadros, muebles, esculturas e innumerables adornos de elevados valores. En la biblioteca, además de los libros lucía una caja fuerte antigua donde José guardaba joyas, dinero extranjero y títulos de propiedades.
Aunque jamás le habían robado algo, un complejo sistema de alarmas no alcanzaba para apaciguarle el miedo. Su obsesión no tenía límites: rejas y candados eran revisados minuciosamente antes de acostarse y nunca se olvidaba de desenfundar la escopeta y pararla detrás de la puerta.
Matilde, su esposa, no aprobaba esta conducta enfermiza y menos cuando sabía de sus buenos vecinos en un barrio de calles adoquinadas y cortadas no aptas para ladrones. –“Trastornos de la vejez” - se decía a sí misma, sabiendo que no le podía llevar la contra.
Una tarde, mientras merendaban en la pérgola del jardín, Alfieri se entretenía con una revista especializada en canes. A medida que veía y leía sobre las distintas razas caninas se iba entusiasmando cada vez más. El porte de un ovejero alemán y todas sus cualidades lo terminaron de convencer. Tenía que comprar un perro; necesitaba comprar uno de esos ejemplares para tener mayor seguridad.
No lo propuso, más bien dio la noticia de esta forma: –“vamos a comprar un perro” – Matilde se opuso y le dictó los inconvenientes y el trabajo extra que le iba a dar este animal. José insistía con lo de la seguridad y ella le repetía que habían pasado una vida sin problemas y sin perros. José alegaba que viajaban mucho y un perro ayudaría al casero a cuidar bien la casa y ella le repetía que toda la vida habían viajado y nunca tuvieron un robo. –“Pero ahora hay mucha inseguridad” – decía él. –“Pero no aquí” – decía ella.
El ovejero tenía seis meses y llegó a la casa acompañado del Sr. Jaime Sterzer, entrenador famoso por la cantidad de premios conseguidos. Don Jaime hizo entrega de los documentos del can y los certificados de pedigrí y vacunas. El perro venía registrado con el nombre de Arístides, pero los nuevos dueños lo llamaron Ari.
Para Matilde comenzó un nuevo dolor de cabeza: el cachorro desacostumbrado a la naturaleza del parque, arrancaba las flores y las enterraba; provocando verdaderos destrozos. Por suerte, a fuerza de la educación y de una vara de mimbre que ostentaba la mujer, el Ari se apaciguó. Alfieri cooperaba haciendo largas caminatas con el simpático animal y el cariño se acomodó entre los tres. Tanto, que fue difícil la despedida en el primer viaje que hicieron al exterior.
Llamaban todos los días y el encargado les respondía que con el Ari en la casa no debían de temer por los bienes. Pero en realidad ellos querían saber cómo estaba el perro, si comía bien, si hacía los ejercicios... No tenían en cuenta un ataque a la propiedad, ni temían el robo; ahora se trataba del cariño. El temor había quedado lejos.
Pascual Marrazzo ©

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