miércoles, 17 de junio de 2009

El alumno (cuento)

Hola lectores
Desde un día gris de Otoño, les envío "El alumno" Un cuento que podría llegar a ser una fábula, pero que lo que importa en realidad es el contenido y si el mismo está volcado de tal manera que alguien se lo pueda llevar puesto.

Un abrazo

Pascual


EL ALUMNO

Las equivocaciones, las pérdidas, los desamores y todas esas dificultades que se le habían cruzado a Pablo en el camino, sólo habían sido, los maestros de su vida. Estos maestros no le pegaron con el puntero en la cabeza, ni le retorcieron las orejas, ni le bendijeron los oídos. Fueron los maestros que le hicieron intervenir activamente en la enseñanza, para que él supiese aprender.

Sin esos maestros, a Pablo le hubiese sido imposible crecer. No se aprende de consejos; estos recién se valoran después de sufrir la experiencia. El consejo sólo sirve para descargar la conciencia de quien nos quiere proteger.

El camino de la vida dependía de su propia capacidad, de transformar las experiencias en las lecciones que fuese capaz de dar o de seguir. Especialmente en la capacidad de transformación de la experiencia, para que ésta no se transforme en una herida abierta de por vida, sino en una cicatriz para llevar con orgullo y que le recuerde lo que no debiera volver a hacer.

Pablo había logrado la maestría a través de las lecciones; ahora el camino se le parecía mucho más a un surco ansioso de recibir semillas. Las piedras habían desaparecido y la tierra era receptora de su propia huella.

Lo que no tuvo en cuenta Pablo, es que a esta especie de escuela andante, hay que asistir siempre y de por vida, como un buen alumno. Que el maestro está escondido detrás o dentro de cualquier ignorante y que la sabiduría suele salir casi accidentalmente. Un buen alumno siempre está al acecho de ese percance.

Pero Pablo quiso ejercer como maestro, olvidando que su ignorancia era infinita, que la inteligencia tiene un límite y que la estupidez no reconoce ninguno. La estupidez es tan infinita como la ignorancia.

Lo complacía su nuevo rol, y muy pronto comenzó a predicar su sabiduría hasta que consiguió una docena de seguidores que admiraban su elocuencia. Entre ellos una joven mujer llamada Artemisa. Artemisa era extremadamente puta, Tenía un gozo especial en serlo y no era empujada por ninguna circunstancia. Gozaba de todos los hombres guapos que se cruzaban en su camino , entre ellos Pablo, que no supo cómo defenderse de la belleza y picardía de esta endiablada hembra.

Pronto lo arrastró a la lujuria e hizo de él un perro lastimoso y fiel. Cuando perdió toda su condición de hombre, lo abandonó.

En su desgracia, Pablo no dejaba de pensar: ¿Dejaría de ser la hoja que luchaba contra el otoño, para ser el roble que sabiamente la dejaba ir? ¿Dejaría cumplir a la rosa el sueño de morir en su lecho, se conformaría con su perfume y no se lastimaría con sus espinas? ¿El amor sería la plenitud de la sabiduría y no un pecado o un dolor? ¿Cuántos interrogantes sin poder contestar, que vergüenza para sus discípulos?

Presa de la tristeza, reunió a los pocos discípulos que le quedaban y les confesó que había descubierto el tamaño de su sabiduría. Luego poniendo una varilla de un metro sobre la mesa, les dijo que cada uno debía de anotar en un papel cuanto creía saber y que el metro representaba la sabiduría plena. Pablo quiso dar su última lección y se anotó un milímetro. Otros, creyendo que era una trampa del maestro, se anotaron centímetros, pero hubo uno de ellos llamado Tomás, que no se atrevió a anotar medida alguna. Todos quisieron saber por qué: -- “Es que no me animo a poner hoy lo que mañana puede ser una equivocación, la sabiduría, en este caso tiene que ver con la inteligencia y el entendimiento, y estas dos con la verdad, y la verdad sabe desvanecerse con el tiempo”.

Pablo comprendió inmediatamente la lección que provenía de su propio alumno y felicitándolo, le dijo lo siguiente para que todos lo escuchen: Desde hoy, quiero ser un alumno más y que las verdades salgan del disenso, del nuestro y del que observemos.

Pasaron quinientos años y uno de los genes de Tomás se despertó en uno de los integrantes del Centro de Escritores de Cipolletti, justo en el momento en que su taller literario se había quedado sin el maestro.

El portador propuso: -- “A partir de ahora, todos seremos alumnos y nuestros maestros serán la opinión de todos”. Lo increíble de este caso, es que este gen se sienta tan joven a pesar de sus años, pues si bien muchas verdades han cambiado, entre ellas, “la traición de Judas”, las preguntas que se hacía Pablo, todavía no tenían respuesta:

¿Dejaría de ser la hoja que luchaba contra el otoño, para ser el roble que sabiamente la dejaba ir? ¿Dejaría cumplir a la rosa el sueño de morir en su lecho, se conformaría con su perfume y no se lastimaría con sus espinas? ¿El amor sería la plenitud de la sabiduría y no un pecado o un dolor? Cuántos años más necesitaremos para saber estas cosas tan esenciales...

Pascual Marrazzo ©

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