viernes, 12 de junio de 2009

Disputa

Hola lectores
Desde un día azul de otoño, les envío "Disputa" Un cuentito breve donde una vez más se puede reflexionar, que en las peleas siempre pierden los dos, o que el daño no sólo lo provoca la riña. La acción del mal no está siempre guiada por nuestras manos, etc. En esta "Dis puta" la perdedora se va ilesa de este cuento, pero vaya a saber que le depara en la pluma de un próximo escritor. La hoja del otoño vuela sin saber donde se posa.
Un abrazo
pascual


DISPUTA

Los adoquines brillaban bajo las luces distantes de los faroles y la volanta llegó, sólo con el ruido de los cascos.

El portero del burdel entró en la sala.

-- Apúrese señorita, que es un carruaje de ricos.

- ¿De ricos..? ¿Cómo lo sabés?

- Tiene muelles y ruedas engomadas.

- ¿Y quién es?

- No lo sé, viene con cochero y nadie más. La Madame que concretó la cita debe saber.

- ¡Esa puta de mierda! Ayer nos revolcamos y nos tiramos de los pelos, pero la dejé bien marcada, por un tiempo no va a poder ni asomar la jeta.

- No lo tome a mal señorita, ella no es tan mala, un poco áspera nada más.

- ¿Áspera…? ¡Áspera y fea como culo de mono!

María salió envuelta en trapos de colores exagerados que dejaban descubierto casi por completo el santuario materno.

Ella decía que a los hombres les gustaban las putas, pero con cara de putas y por ello exageraba con el lápiz labial y los coloretes.

Se quedó esperando al lado del coche como una dama y el cochero refunfuñando no tuvo más remedio que bajarse y ayudar a subir a la “señorita.”

Disfrutó el paseo de lo que quedaba del pueblo y se internó en la noche. Estaba feliz, y por que no, gozando de la fantasía que pueden despertar los millonarios.

El croar de los sapos y el olor del musgo presumían el camino de la ribera.

Cuando se detuvieron, pudo ver un muelle y el ondulado brillo del río.

El cochero le ayudó a bajar y la acompañó hasta el casino flotante que estaba por zarpar.

Ella no sabía que daba el primer paso de un largo y tortuoso camino hacia el Oeste.

Mientras, la Madame contaba el dinero de su venta.

Pascual Marrazzo ©


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