lunes, 8 de junio de 2009

Despertando el amor

Hola lectores
Desde un maravilloso día de otoño, les envío "Despertando el amor" Un cuentito que nos enseña que la vida no espera, sólo fluye como el tiempo. Un abrazo Pascual


DESPERTANDO EL AMOR

Ernestina no había cumplido los treinta años, claro que su aspecto podía resistir tener entre veinte y cuarenta, no daba lugar a las adivinancias. Mataba el tiempo y el tiempo era su vida. Pero, para colmo, siempre hay un pero para estas situaciones tan serias, lo hacía retrocediendo en el espacio, recordando tristezas.

Fernando estaba enamorado de ella, pero le era imposible abordarla en ese estado. Se preguntaba ¿Cómo entrar en su corazón? Cuando éste siempre estaba ausente y encerrado en su pasado. La naturaleza de este amor era tan fuerte, que no era de extrañar encontrarlos llorando juntos, uno como amante, el otro como amigo.

Había quedado viuda muy joven, sin siquiera conocer los desgastes propios de los matrimonios y eso mismo la tenía atada a un pasado difícil de renunciar. Él lo sabía, pero también sabía que no podía luchar con un fantasma que todavía gozaba de una luna de miel.

Sólo le quedaba soportar el amor que no podía despertar al de ella y esto lo llevaba a tener distracciones fatales. Fue un colectivo de la línea 60 que lo desplazó de su camino y lo dejó arrollado en la vereda.

Esta desgracia, marcó el inicio de otra relación entre ellos. Ella impresionada por las heridas y la suerte de su compañero, se apartó de los recuerdos y por primera vez en muchos años comenzó a vivir las circunstancias cotidianas.

Fernando estuvo muchos meses sin despertar, los suficientes para que Ernestina reconozca un cariño dormido, los suficientes para que ella comience a rezar por él, los suficientes para enamorarse. Los suficientes para que sus amigos festejen de antemano la sorpresa.

Cuando Fernando despertó, ella no podía dejar de llorar. Una felicidad, ansiada, resistida, la colmaba. La sorpresa de él no se hizo esperar:

- ¿Quién eres? – le preguntó.

Pascual Marrazzo ©

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