domingo, 5 de diciembre de 2010

La infidelidad

Hola lectores

Desde una tarde de domingo caliente y azul, les envío “La infidelidad” Un cuento para recapacitar y descubrir dónde está realmente la infidelidad.

Un abrazo

Pascual


LA INFEDELIDAD


“¿Cual será el soporte de la fidelidad?

Parece una pregunta fácil de contestar. El amor dirán algunos, pero veremos que no todos los que aman la pueden sostener. Entonces será la felicidad, dirán otros. Sin embargo tampoco ésta es la garantía. Y si estas dos razones tan importantes no alcanzan, por qué habrá de resistir el propio soporte forjado por nosotros mismos.

El sustentamiento de la fidelidad es un conjunto muy amplio que alimenta nuestro propio temple, siempre y cuando lo tengamos. Es muy difícil no ser arrastrado por la fantasía y encontrarse en los brazos de otra u otro, de ahí a la realidad el trecho es corto. Parece lejano porque los sueños, por lo general son inalcanzables. (Pero sólo por eso). Como son lejanos, nos creemos fuertes y en muchos casos virtuosos.”

Las reflexiones vienen a que María de Los Ángeles Cabrera de Calderón le descubrió un desliz a su esposo y lo echó de la casa. Según ella, indigno de seguir a su lado por haberla hecho cornuda y nada menos que con su hermana menor, la única puta de la familia. Sin embargo este buen hombre llamado José Luís Calderón estaba lejos de ser indigno de esta mujer.

La verdadera historia se remonta a un par de años atrás, cuando María de Los Ángeles estando en la cumbre de su felicidad, fue a la plaza de toros de Madrid y quedó prendada del Cordobés, un torero cojonudo que alborotaba el corazón de las mujeres y helaba la sangre de los hombres. A partir de ese día María de Los Ángeles comenzó a soñar con este bravío torero, compraba las revistas y seguía de cerca la farándula en que éste se movía, amando estrellas de cine o bailadoras de los mejores tablados de España. Muy pronto comenzó a mirar a José Luís como a un hombre distante que ni siquiera era posible comparar. Los orgasmos se le ausentaron y el rechazo no se hizo esperar.

El sueño de José Luís Calderón era el de poder ser dueño de una fanega de tierra que cultivaba durante toda la luz de todos los días. Nunca se le había cruzado ser infiel, amaba a su mujer, ni siquiera por el simple rechazo de ella que ya llevaba casi un año. Toda su energía estaba abocada al trabajo que lo acercaría a cumplir su sueño.

Cuando llegó el tiempo de cosechar las frutillas, José Luís consiguió la amable ayuda de Felicitas, hermana menor de María de Los Ángeles. Esta joven y acalorada mujer era muy contraria a los abultados trajes negros de las campesinas, por lo tanto cada vez que se agachaba mostraba hasta el monte de Venus. Decía que no usaba calzones porque le dificultaban para mear en cualquier lugar del campo. De tanto verla José Luís comenzó a sentir el hambre de la carne y la cara se le puso tan mansa que Felicitas se dio pronta cuenta de ello, lo que la llenó de felicidad. Le gustaba que los hombres la desearan y mucho más si se trataba de un macho virgen como era su cuñado que no había conocido otra hembra que su hermana. Una mojigata que nunca se había tocado la zorra para no pecar y que no se sacaba el corpiño delante del marido ni para acostarse con él.

Felicitas se metió a su cuñado en sus entrañas y le enseñó todo lo que tiene que saber un hombre sobre una mujer. No se trataba de una prostituta, jamás había cobrado una peseta, ella misma lo decía, soy puta porque me gusta y me lo pide el cuerpo.

No tardó María de Los Ángeles en descubrir los ánimos nuevos de su marido y su hermana que era muy puta para todo, se lo despacho para herirla lo más que pudo.

José Luís dejó el sueño en el pesado escardillo de la huerta y con el traje de casamiento viajó a la capital para emplearse en un bar.

María de Los Ángeles compró uno de los primeros televisores llegados al pueblo para poder mirar a satisfacción al torero más famoso de la península.

Felicitas siguió escandalizando al pueblo, despertando almas extraviadas y de vez en cuando se hacía una escapada a la capital.

Pascual Marrazzo ©

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