viernes, 17 de diciembre de 2010

El prestamista

Hola lectores

Desde un día gris y ventoso de verano, les envío “El prestamista” Un cuento navideño para reflexionar.

Un abrazo

Pascual



EL PRESTAMISTA



Artemio Verté era un prestamista y terrateniente del pueblo de Jaba. Transitaba una única ambición: tener más tierras. Amigos, no se le conocían.

Nunca deseaba una buena cosecha, una buena lluvia. Nada que fuera bueno para los demás. Vivía del infortunio.

No le importaba recibir desprecio y odio, que a la vez lo convertía en algo así como un animal jadeante, anhelante de las tierras de los pobres labradores que lo buscaban a él para pedirle un préstamo.

Se acercaba el fin de año y el viejo Verté gozaba de antemano del vencimiento de las hipotecas: que, sabía a ciencia cierta, sus vecinos no podrían levantar.

Lo conocían muy bien y nadie era capaz de pedirle una prórroga, nadie alfombraba sus ojos con la tristeza y los sueños vencidos.

Para el viejo Verté, no existían los colores, era incapaz de sentir un cambio de armonía. Era tanta la llama que encendía su apego por nuevas tierras, que una noche tuvo un sueño. Un sueño que al principio le iluminó los ojos dentro de sus párpados cerrados. Un sueño que le hacía tocar el cielo y lo enloquecía de felicidad. Soñó con un hombre de barba muy blanca y ojos eternamente grises. Un hombre jovial, que vestido de rojo le mostraba el mundo entero, lo llevaba mucho más atrás de las nubes en un trineo tirado por ciervos. Este hombre tan singular, que él confundió con un mago, le regaló toda la tierra, el mundo entero. Tenlo – le dijo – y le clavó las manos y los brazos en el suelo. Sostenlo, que no se te caiga, es todo tuyo. – y se fue riendo con su trineo --. Esa corta noche, en el sueño se le hicieron incontables días. Artemio Verté, lloró, sufrió y conoció el perfil del miedo.

Despertó en el día de la Nochebuena y por primera vez, se interesó y quiso saber de que se trataba, los vecinos asombrados le daban la buenaventura que el recibía complacido y alegre.

Esa noche tuvo una gran idea, copió las ropas del mago que le había regalado el mundo y juntó todas las escrituras, una a una las fue repartiendo a sus antiguos dueños. El asunto de la tierra se le había despegado, ahora el viejo Verté cosechaba amigos.

Pascual Marrazzo ©

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