martes, 7 de septiembre de 2010

Las chequeras

Hola lectores

Desde un nebuloso y cálido día de invierno, tirando a primavera, les envío “Las chequeras” Un cuento que trata de las peripecias por la que pasa un pequeño empresario argentino para sobrevivir en los vaivenes de nuestra economía. Aclaro que sólo es un cuento, no se vayan a meter en camisa de once varas.

Un abrazo

Pascual

El domingo pasado festejamos con tallarines la pintura de la Casita del Escritor, los fideos los amasó Héctor y el tuco también lo hizo él. El plato completo con vino, gaseosa y entrada de mortadela salió $ 17,- por cabeza. Un verdadero logro para nuestra economía.

Gracias Héctor, por tu sacrificio mañanero.

Pascual



LAS CHEQUERAS


Todo comenzó cuando retiré del mostrador las dos chequeras de cincuenta. Coincidió con esas folclóricas penas que cada tanto nos da la economía. Cada tanto que no es tanto, pero en fin. Antiguamente eran los ajustes y desajustes que incorporaban los nefastos ministros de economía, sin olvidar “las Malvinas”. Después aparecieron los primeros síntomas de la globalización “resbalaron los tigres asiáticos”, “los osos de la Siberia”, “El tequila”, “la tormenta del desierto” y ahora los “superhéroes del norte acompañados por la vieja Europa y los hijos del sol naciente”. Por supuesto arrastrando una larga cadena de países, sometidos algunos y dependientes otros.

Lo sorprendente, lo distinto a otras veces, fue que esta vez, al país lo agarró mejor parado en sus arcas. Pero, “cuando el río suena agua trae”, pensaron los bancos e inmediatamente pararon los créditos. Algunas personas, no todas compraron dólares y los guardaron debajo del colchón. Las que estaban por comprar algo, lo dejaron para después y las ventas retrocedieron. Los economistas agoreros y aprendices de brujos reaparecieron y sembraron la sombra. Los diarios, los informativos y la oposición taladraron los cerebros blandos y el paráte se afirmó.
Había ido al banco para que me revalorizaran la carpeta de acuerdo al mejor balance de mi vida, pero la carpeta se demoraba porque hacía dos meses y medio que estaba en legales (en estudio). Pensaba cuántos negocios se pueden hacer en dos meses y medio, se trataba del veinte por ciento del año para decir sí o no. Pero no quería bajar los brazos, mejor dicho no quería engancharme en ese dicho que siempre me refería mi amigo Horacio: “Cuanto más te agachas, más se te ve el culo”.
Así que estaba por decidirme a retirarme como un señorito, cuando escucho la voz del oficial de cuentas. Un muchacho macanudo inventado para el enlace de los estudiosos que te entretienen en este juego de puteadas contenidas en toda vez que ves la propaganda de créditos para las PYME. -- “Don Pascual, me piden de legales una manifestación de bienes en el formulario 3004. Usted la trajo firmada por su contador, pero no en el formulario del banco y también me piden una actualización de compras y ventas de los últimos dos meses.
Tuve que hacer un esfuerzo importante para no mandarlo a la mierda, pero como ya me había propuesto no calentarme, le contesté con una sonrisa: -- “No hay problema, te mando lo que necesites” – y me fui.
En el trayecto pensé, mejor dicho traté de adivinar cual sería la próxima bicicleta. Recordaba que siempre inventaban algo nuevo, como la vez que manifestaron no tener el nombre de mi papá y mi mamá, o de cuando me pidieron las fechas de compra de cada propiedad. Ahora mi mente buscaba laberintos nuevos, capaces de encontrar una salida.
No tardó mucho en llegar, las chequeras me abultaban el bolsillo y me rascaban la pierna (como diciendo, aquí está tu solución). Si los muchachos del norte inventaron tanta guita, por qué yo no podría inventarme unos pocos pesos.
Llegué a la oficina y comencé a recorrer el índice del celular, conté treinta amigos que seguramente iban a estar dispuestos, dividí los noventa mil que necesitaba para poder abrir la carta de crédito por los treinta amigazos y me dio tres mil. Se trataba de una cifra irrisoria, tres mil por cabeza en un canje de cheques diferidos cruzados y listo. Si, en definitiva, nunca me canso de decir que el crédito es confianza, el circulante es confianza. Cuando tenga que pagar, si no puedo, repito la operación y siempre mantengo el crédito. El diálogo con mi subconsciente era permanente y este me alentaba.
En dos días completé mi propia operatoria, mis amigos son de fierro. Al tercer día llevé los cheques para dejar en garantía y pude abrir la bendita carta. Por la fecha no quise atribuir este triunfo al ingenio, lo tomé como un regalo de Navidad y seguí confiando en que tal vez, en una de esas, el negro Baltasar me traería el crédito.
Pascual Marrazzo ©

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