jueves, 4 de octubre de 2012

El hueco de mis manos



Buenas noticias para “El hueco de mis manos”
Un abrazo
Pascual



Parabéns a todos os classificados!

A entrega dos Certificados e Troféus ocorrerá em 09 de novembro
em Porto Alegre.
Enviarei o convite por e-mail.
Um poético abraço,
Rozelia Scheifler Rasia

18º CONCURSO LITERÁRIO INTERNACIONAL
DE POESIAS, CONTOS E CRÔNICAS


POESIAS – BRASIL

1º lugar:  Não diga que me ama  - Maria Esther Torinho – São Paulo - SP
2º lugar: Sonha Sonia, sonha  - Marcelo Perocco - Guranésia -MG
3º lugar: Néctar do amor - Agenor de Mello Coelho – São Lourenço do Sul – RS -

POESIAS – INTERNACIONAL

1º lugar: Aturdidos los ojos - Ruben Omar Brest  - Buenos Aires - Argentina
2º lugar: Puntillo Sin Final - María Del Pilar Barrón Tello – Peru
3º lugar: Primavera - Dinis Muacho – Lisboa -  Portugal



CONTOS - BRASIL

1º lugar: A casca da ferida - Nurimar Bianchi Melo – Soledade – RS -
2º lugar: A dimensão paranoide no psiquismo do Capitão Simone Simonini
Marco Aurélio Baggio  - Belo Horizonte - MG
3º lugar: A navalha - Antônio Carlos de Andrade Bueno – Fortaleza - CE

CONTOS – INTERNACIONAL
1º Lugar: El hueco de mis manos - Pascual Marrazzo – Argentina
2º lugar – El cuadro - Elba Argentina Gómez  - Argentina
3º lugar: Eterna primavera - Antonino Campos Ruiz – Paysandú – Uruguay




EL HUECO DE MIS MANOS

En el Delta, al pie del rio Paraná, en el partido de Tigre había un puerto de frutas alimentado por los isleños. De ahí provenían las manzanas cara sucia, le llamaban así porque eran verdes con unas manchas grises.  También había  ciruelas, duraznos, cítricos y hortalizas. Yo tenía casi diez años y desde la localidad de Martínez, me llegaba hasta ahí a bordo de un colectivo de la línea 60. Llevaba un canasto de mimbre que cargaba de manzanas o cualquier otra fruta de estación. A veces me las ganaba  barriendo los locales, otras, las juntaba en los puestos que habían cerrado la venta, donde siempre había saldos abandonados.
Al volver me bajaba en Santa fe al 2000 y de ahí tenía doce cuadras para vender la fruta y llegar a mi casa.
Los timbres que oprimía, las puertas que golpeaba y las palmas que sonaban, casi siempre se hacían oír en los mismos lugares, los mismos clientes. Pero cuando la venta venía floja, probaba en alguna otra casa. Un día de esos, en los que toqué un timbre nuevo, llené el hueco de mis manos con dos caras sucias, las levanté  y desde el fondo del pasillo vi venir corriendo a una niña…………….
Dejo este relato ahí, porque a esa edad, uno no pensaba que en esta vida hay sacrificios y alegrías. Por suerte vivíamos en la inconsciencia y se pasaba de la alegría a los pesares con la anestesia propia de la niñez. La primavera era esperada con ansiedad por la excursión y el picnic del día del estudiante, el contacto con las chicas y los juegos. Las maestras nos llevaban a la “Stella Maris” Un predio militar inmenso de parques y jardines que pertenecía a la marina de guerra. Había una galería vidriada donde nos hacían bailar las danzas que aprendíamos en la escuela, zambas y chacareras. Pero después se armaban las tertulias con las maestras y los Oficiales y nosotros comenzábamos a desarrollar en el parque nuestros propios juegos, como el “Don Pirulero”, el “Lobo está”, la “Rayuela” y el “Gallito Ciego”. En este último siempre se elegía al más tonto para vendarle los ojos y ese día me tocó a mí. El pañuelo que usaron se traslucía bastante, pero yo no lo hice notar, si me tocaba López le gritaba Pedroza, si lo hacía María yo decía Cardozo. Todos se reían hasta que se me pusieron por delante las tetas de la Romero y llené el hueco de mis manos. Aguirre, grité mientras se las apretaba.
Ahora vuelvo con las dos “caras sucias” y pegando el grito de siempre   ¡Dos manzanas por 10 centavos!......
La niña que venía corriendo se frenó  a unos metros de la puerta, sus ojos se ovalaron, perdieron el parpadeo. Fueron los segundos necesarios para que la imagen me quedase grabada de por vida. Se dio media vuelta y desapareció. Quise desprenderme de las manzanas, pero no pude, estaban aprisionadas por el recuerdo. Pasé  mi bracito por debajo del asa de mimbre y seguí mi camino.



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