jueves, 22 de marzo de 2012

El perdón

Hola lectores, desde el segundo día de Otoño, les envío "El perdón" Un cuento breve que reivindica al perdón, que en muchos casos tuercen el destino.

Un abrazo

Pascual



EL PERDON


Ricardo observaba cómo Andrea preparaba la comida, hablando en voz alta, fustigando su conducta, quejosa de los niños y de los demás.

Reconocía en ella a una mujer difícil, más embroncada con su vida que con los demás. Se le hacía difícil entender cómo estaba ahí, viviendo con la esposa equivocada y con esa cruz a cuestas, la de no poder olvidar a María, la mujer de su vida.

Reconocía haber cometido una equivocación o, mejor dicho, una infidelidad, que no era lo mismo.

Recordaba cómo Andrea había cooperado para que sus ojos y sus manos se descarriaran. Una secretaria que, día a día, le hacía oler su perfume, se agachaba para que él pudiera ver sus pechos generosos, y que al marcharse marcaba en cada taconeo el movimiento nervioso de sus nalgas. También llegó a su mente la lluvia de aquel otoño, el día que faltó Mariana y se quedaron solos en la oficina desbordándose encima del escritorio, perdiendo todos los estribos. Y a María, que eligió justo ese único día y hora para visitarlo.

Se preguntaba por qué no obtuvo el perdón por un pecado tan absurdo: el desvío de una conducta lograda a través de una educación al viejo camino de la naturaleza humana. Creía que el precio del castigo era desmedido, que estando en juego la felicidad, no era justo que se le escapara de esa manera.

María había chocado con esa imagen tan desgraciada de la traición que, ahora, con el tiempo, iba desdibujándose grotescamente, pasando a ser casi una comedia donde se exacerbaba la expresión de Ricardo y el susto de Andrea. El amor seguía sin moverse de su corazón, pero ella se decía que él había elegido y su orgullo herido no le permitía ninguna otra reflexión. El tiempo y la naturaleza humana le acercaron un hombre que, como era de esperar, no la hacía totalmente feliz.

María observaba cómo Manuel despotricaba frente al televisor contra el arbitraje de un partido de fútbol, mientras los chicos lloraban porque querían ver los dibujitos animados.

Reconocía en él a un señor difícil, más embroncado con su vida que con los demás.


Se le hacía difícil entender cómo estaba ahí, viviendo con el marido equivocado y con esa cruz a cuestas, la de no poder olvidar a Ricardo, el hombre de su vida.

Muchas veces habían estado muy cerca de encontrarse, un minuto más o un minuto menos y sus caminos se cruzaban sin alcanzar a verse. Hasta que el destino, cansado de verlos tan infelices, les jugó una buena pasada, cruzó las sendas en el mismo instante y entraron juntos al supermercado. Los dos habían dejado de lado los rencores, se saludaron, se iluminaron, y sus manos tropezaron comprando las mismas cosas (el puré para los chicos, la leche en polvo….) contaron sus vidas y sus pesares, concertaron una cita.

Ahora, ella disfruta de la infidelidad que no había sabido perdonar.

Pascual Marrazzo ©

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