martes, 10 de abril de 2012

El tulipán negro

Hola lectores

Desde un día azul de otoño, les envío "El tulipán negro" Un cuento breve.

Pascual


EL TULIPAN NEGRO


Yo creía que era una ficción, algo de novela o de película, por eso cuando lo vi, entre la mezcla de arena y arcilla de la línea sur. Erguido y misterioso, con un ojo de tigre en sus entrañas... quede maravillado.

No solo por su belleza, también por lo exótico. Me daba miedo tocarlo, era como si se tratase de una maldición o más aun, algo relacionado con la muerte.

Su negro cuerpo de fino terciopelo se parecía a la unión de dos manos alzadas ahuecando la brisa a modo de candelabro.

La humedad del pequeño cañón le daba vida. Raquel que observaba todos mis movimientos, adelantándose me dijo:

- Es un tulipán negro.

- No sabía que existían – conteste.

Ella llevó el silencio adelante, como masticando una explicación, hasta que al fin hablo:

- Dicen que debajo hay un difunto que quiere escapar de la muerte, algo así como un alma negra, un asesino.

El que se quedo ahora pensando fui yo. No podía sacar de mi mente el ojo amarillo del tulipán. Pero reponiéndome, pregunte:

- ¿Y cómo va hacer para liberarse?

- Eso si que no lo sé, ni me interesa saberlo – contesto riendo.

Como era tarde dimos un rodeo para acampar y al fin terminamos eligiendo el cañadón donde estaba el tulipán.

Armamos la carpa y el parecía ser el centinela que asombraba la luz de la luna con su negrura.

Raquel apoyo su cabeza en la almohada y su respiración empezó a susurrar, señal que estaba completamente dormida.

En cambio a mí, el sueño se me negaba y no podía dejar de pensar en el ojo del tulipán. Sabia que era una fantasía, sin embargo la expresión y el poder del brillante centro de la flor, habían penetrado hasta mis huesos.

No sé cuanto tiempo paso, horas tal vez de encantamiento, lo cierto es que me encontré mirando nuevamente el ojo de tigre y empecé a cavar desesperadamente sin conciencia propia. Primero un ruido sordo, hueco, luego el cajón de madera y herrajes oxidados.

- ¿Cómo te animaste? -- escuche a Raquel detrás de mí.

- No lo sé, no sé porque lo hago.

La contestación fue maquinal, no tomaba conciencia, de lo que pasaba a mí alrededor. La pala desarmó fácilmente los hierros de las tablas podridas y un estuche alargado hizo correr nuestra emoción y curiosidad. El miedo ya no estaba entre nosotros.

Era un sable curvo con empuñadura de nácar y un par de brillantes. Parecía haber sido hecho para mis manos, mi puño cerrado era el total de la empuñadura y una sangre nueva me recorría el cuerpo. Nueva y distinta, una actitud desafiante me invadía, algo que yo no había experimentado jamás.

Traté de disimular mis arrebatos y busqué de volver, de tratar de llegar a aquel geólogo lejano que había sido hace nada más que unas horas.

Raquel lo intuyo y yo podía leer en sus ojos las preguntas que no se animaba a hacer y no pudo pronunciar jamás.

Pascual Marrazzo ©

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