viernes, 11 de septiembre de 2009

La abuela

Hola lectores
Desde un día soleado de invierno, les envío "La abuela" Un cuento que da mucho lugar al lector para dimensionarlo, adivinarlo e imaginarlo. Un abrazo y que pasen un feliz fin de semana. Pascual



LA ABUELA



Mi Abuela era tuerta, pero el ojo que le faltaba parecía andar por todas partes: “Sáquese las manos de los bolsillos”, “lávese esas orejas”, “el alero está lleno de telarañas”... Y esa manía de hacerme lavar los dientes con el jabón y la ceniza del brasero... Todo el día se la pasaba dando órdenes, mandona era la Abuela.

Me gustaba verla dormir, porque con los ojos cerrados no mostraba el ojo muerto y era linda. No tenía arrugas en la frente como otras Abuelitas.

No todos le creían que era mi Abuela, pero como se había ganado el mote de santona nadie le decía nada.

Cuando llegamos, el pueblo no tenía médico y ella supo aprovechar. Tomó el trabajo de sanadora, no recuerdo de dónde habría tomado experiencia; pero si no sabía, hacía muy bien que sabía.

Como hacía mucho calor, habíamos colgado unas lonas del parral y como decía ella, ahí atendía, al embrutecimiento, a las esperanzas y a los sueños.

Con el tiempo se radicaron un par de médicos y la quisieron echar del pueblo, pero cuando vino el Juez de Paz, ella lo atendió detrás de las lonas, se arrodilló y le curó la tripa. Entonces él, dijo que ella era idónea o doña no sé; lo cierto es que no la molestaron más. El Juez se acostumbró a las curas de la Abuela y decía que venía a curarse el empacho, pero yo siempre veía que se abrochaba la bragueta antes de salir. Yo espiaba para verles las tetas y las nalgas a las señoras, aunque por lo general mi Abuela sólo les hacía sacar la lengua.

Los clientes no le faltaban, decía que nunca había que recetar abstinencias: - dormí más – trabaja menos – ya va a caer solito – volá nena, volá, cerrá los ojos y volá -. Esas eran todas sus recetas. Decía que si ella acertaba en lo que la gente quería escuchar, se curaban más rápido.

Lástima que ella no se supo escuchar, no se pudo interpretar la pobre. Ahora que la veo sonreír, tan mansa en su lecho tan usado de virtudes no dejo de preguntarme si era o no mi mamá, ¿Por qué nunca quiso hablar de un papá y cómo es, que no pudo sanar a la muerte?

Pascual Marrazzo ©

No hay comentarios:

Publicar un comentario