jueves, 12 de julio de 2012

Impacto


Hola lectores
Desde un día gris y frio de invierno, les envío "Impacto" Un cuento breve que de alguna manera reproduce la cadena de la vida, como al romperse un eslabón, se crea otro. Un círculo que abre y cierra continuamente, vivientes y por suerte diversos. Nunca son iguales. El gato y el perro completan una metáfora paralela para los que gustan ahondar más en la literatura.
Un abrazo
Pascual


IMPACTO


Un ruido es como un sobresalto del corazón. Luego, se transforma en una curiosidad ¿Qué pasó, qué desorden se produce en nuestra cotidiana monotonía? Descubro que en la esquina una camioneta se llevó por delante a un Fiat 1. El hombre miraba la parte trasera arrugada de su auto y se peinaba con los dedos abiertos de las dos manos, para disimular que se agarraba la cabeza. La mujer seguía sentada y aferrada al volante de la 4 x 4.
La acción violenta parecía haber pasado, me acerqué al señor y le pregunté si estaba bien:
-- ¡Está loca! – me contestó.
-- No se preocupe, es sólo un choque – le animé.
Luego me acerqué a la mujer y le golpeé la ventanilla, me miró y dudó un poco, pero al fin la abrió:
-- ¿Qué quiere? – espetó.
-- Sólo saber si se encuentra bien.
-- Estoy bien ¡Bien caliente estoy! – dijo a punto de llorar.
-- No se preocupe, es sólo un choque – volví a animar.
La mujer era muy bonita, de unos labios sumamente seductores, lo demás no me pregunten. Era rubia, pero no pude en ese instante beber del color de sus ojos. Tenía una lágrima de rebeldía en la mejilla que corrió como una perla asustada a la comisura de su boca.
Llegó el patrullero y la gente comenzó a curiosear, el hombre se envalentonó frente al policía y con voz imponente le decía:
-- ¡Esa mina está loca, está loca, loca!
Siempre hago desatinos, así que no titubeé en abrir la puerta de la camioneta y ofrecerle mis brazos para bajar.  Ella se dejó caer y comenzó a balbucear en mi hombro:
-- No lo pude matar, no lo pude matar – me decía.
-- Señora no diga eso que la van a culpar, por favor no diga nada y cálmese – le susurré.
Se me quedó prendida, como desmayada. El policía intentó hacerle unas preguntas y yo sin arte ni parte le dije que la señora sufría un shock y no estaba en condiciones de declarar. Ella me lo agradeció mordiéndome la espalda con las uñas.
Un gato negro subió sobre el capot de la camioneta con un maullido de rabia y me miró con sus ojos de amarillo oro, como  alertando un peligro. El perro que lo corría me gruñó y estuvo a punto de atacarme.
A esta altura ya me preguntaba qué estaba haciendo ahí. Pero está en mi naturaleza disfrutar la locura a cada minuto y jamás huir de las tentaciones.  Así que la aparté unos centímetros de mi cuerpo y volví a mirar sus labios, no me animé a besarla para no aumentar mi sed, pero el instinto me indicó que hubiese podido hacerlo.
-- ¿Te acerco a tu casa? – le pregunté, como si la conociera de toda la vida.
-- Si, por favor – me contestó con voz dulce.
Tomé el lugar de ella en la camioneta y me dispuse a salir de ese amontonamiento teatral que nos ofrece  la vida a cada instante.
-- ¡Le digo que está loca, es mi mujer!  - escuché que afirmaba el hombre del Fiat.
-- ¿Es tu esposo? – le pregunté.
-- Si, me quiere abandonar, lástima que no lo pude matar.
Arranqué y vi como la escena y el hombre se achicaba en el espejo retrovisor. Ella apoyó su cabeza en mi hombro y recién ahí, me percaté que estaba recibiendo la suerte de aquel hombre completamente evadido del espejo.
                                                                                                                     Pascual Marrazzo ©

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