viernes, 22 de junio de 2012

Hijos de la pampa



Hola lectores
Desde un día azul de invierno, el segundo, les envío "Hijos de la Pampa" un cuento dedicado a la migración del medio oriente que tan bien se supo adaptar a esta Patagonia (nosotros, les llamábamos turcos a todos, pero había un poco de todo).
Un abrazo
Pascual


HIJOS DE LA PAMPA


Alistándose casi siendo un niño en un buque francés, Abraham Liberman había escapado de las guerras napoleónicas y de la horrible muerte de sus padres.
Así llegó al Virreinato del Río de la Plata y en cuanto se hizo hombre siguió navegando la Pampa sobre cuatro ruedas tiradas por un solo caballo. Abraham sabía que su carreta necesitaba dos, pero el no era rico y en compensación le hablaba todo el tiempo y no lo castigaba jamás. Lo dejaba ir como al desgano, total no recorría tiempo, sino distancia.
La bestia casi agradecida de su exclusividad no dejaba de hacer girar las ruedas hasta que su dueño le elegía una sombra para pastar y descansar.
Cada dos o tres días encontraban un rancho para matear, acompañado con chinas, ocasión que aprovechaba para vender alguno que otro vicio o baratija.
Muy de vez en cuando llegaban a una pulpería y el hombre disfrutaba del baile y la taba.
Un día, al salir de una de estas paradas se le cruzó un gaucho mal trazado que encontrando a su mujer escondida en la carreta la despeno siguiendo su camino como si se tratase de la vida de un animal.
Abraham no era hombre de pelea y además ni sabía que la mujer se había escondido en su carro. Así que apretó los dientes y enterró a la pobre alma.
Pero el destino le tenía preparada otra sorpresa y fue así que entre el chirriar de las ruedas apareció el llanto encobijado de un niño.
No le quiso dar su apellido porque era hijo de la Pampa y le puso Moisés Fierro, para que sea fuerte.
Abraham aprendió a ser un poco madre y padre a la vez y el niño se hizo muchacho. Tanto, que mereció cargar cuchillo y consejos, muchos consejos que su padre le daba entre esas largas huellas y mates compartidos.
Un día entre tantos cruces de caminos que impone el destino, Abraham se encontró con el padre del muchacho. El hombre estaba bastante machado, pero así y todo lo recordó:
-      Vos sos el que escondió a mi mujer en la carreta.
-      ¿De qué está hablando papá? – preguntó Moisés.
-      Nada hijo, debe estar confundido.
-      No te hagas el sota, que te tengo bien junáo. – volvió a amolar el mamáo.

Abraham se retiró a un rincón de la pulpería y pidió una sangría, pero Moisés que tenía la sangre más caliente le trenzó la mirada.

-      Venga mijo, que el hombre está chispeáo y no sabe lo que dice, no pretenderá ensuciarse por un borracho cabrón.
-      Está bien papá, pero como hacemos para pararlo.
-      Si se pone muy pesado yo me encargo, al fin de al cabo la cosa es conmigo nomás.
-      Si papá, pero el hombre es peligroso y usted no es de pelear, déjeme a mí que le de una tunda.
-      Y cómo le va a pegar a un borracho ¿Le parece cosa de hombre? Déjelo que yo lo voy a amansar sin rebenque.
-      ¡Turco cabrón.. escondedor de hembras..te voy a despenar como a esa puta!..

Abraham se dio cuenta que no podía esperar más. Rápido como el susto le dio un abrazo para que no lo sobe con el cuchillo y le dijo algo al oído. Después, lo soltó sin dejar de mirarlo a los ojos. El hombre miró a Moisés y asustado salió llevándose unas sillas por delante.  
-      Papá ¿Qué le dijo que salió volando como lechuza renga?
-      Já, no me lo vas a creer. Le dije que vos eras el hijo y no lo querías achurar.. y como estaba en pedo se lo creyó nomá.
-      Ja, ja.  Cuánto tengo que aprender de usted papá…

                                                                                                          Pascual Marrazzo ©

 

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