lunes, 6 de julio de 2009

El clavo en la pared

Hola lectores
Desde un día gris de invierno les envío "El clavo en la pared" Un cuentito que muestra caracteres especiales, una vereda, puertas y un niño despertando su adolescencia. El clavo en la pared sostiene una prenda íntima y sugiere todo lo que ustedes puedan imaginar.
Un abrazo
Pascual



EL CLAVO EN LA PARED


El perchero es un clavo en la pared y sólo de él, penosamente, cuelga mi calzoncillo. Un trozo de espejo me muestra los cabellos revueltos, bostezos y cara de dormido. Tengo el despertar temprano y el sueño contrariado, costumbres de trabajos grises, renunciando hasta de las penas. Pero sé de la hilera de delicias en la calle, de la vereda de ladrillos y las puertas entornadas.

Establezco las distancias y mido los temas pasionales: Magdalena se asoma. Se asombra y se asoma, pero cuando le interesa abre la puerta totalmente y sale, pide un cigarrillo, fuego… y conversa. Casi siempre los convence, yo tomo el tiempo de mi propia imaginación y me conformo. Pero es gracioso, me quedan pendientes las demás. Entonces me corro de lugar y observo a la Martita, ésta tiene la técnica de “la cenicienta”, pasa que te pasa el trapo en el umbral y cuando le gusta el candidato vuelca el agua y lo salpica. Después, entre disculpas lo hace entrar para secarle los zapatos, trámite que siempre tarda como una hora. Una hora más de rulos para mí, pero como no cansan y me ponen eufórico, camino unos metros y vuelvo a mi posición de mirón y vigilia. Ahora extremo mi atención en la puerta de la Norma y cuento los pasos de un hombre que va y que viene. A ella le gusta hacerlos esperar y aunque no sabe coser ni un botón de bragueta, sale con el centímetro de modista rodeándole el cuello y los lentes colgando entre la parte despejada de sus pechos. Es en ese preciso momento que escandalosamente mira su reloj y convence al señor para que la lleve al supermercado. Recién cuando vuelven cargados de bolsas, ella lo deja entrar con una sonrisa que dura lo que dura, dura. En cambio la Noel saca el bastidor y la tela para pintar, pero sabe. A mí me gusta porque me pintó desnudo y exageró. --“Cuando las chicas te descubran en este cuadro te van a perseguir – me dijo. Ella se pone a pintar y como lo que se ve de su puerta ya lo pintó todo, a veces copia de una fotografía. Si está en trance no le da pelota a nadie, pero si tiene ganas muestra un auto retrato que se hizo con las tetas al aire y los engancha enseguida, porque tetas, le sobran por todos lados. La otra medición la hago con Andrea. Andrea tiene gustos raros, le gustan los sacerdotes, hay quienes dicen que por sus dotes, otros porque son todo bragueta. Pero yo realmente creo que es muy religiosa y cada vez que ve uno quiere entregarse a Dios. Les sale al encuentro y los abraza, no sé cómo se las arregla para llorar, el pobre cura la acompaña y entra, entra y consuela. La vereda de ladrillos es larga y las puertas son muchas. Lucía es la única que arriesga, abre la puerta, se acomoda en una silla, lucha con las agujas de tejer y con las piernas cruzadas muestra hasta donde terminan las medias y la yapa. Los hombres la miran, siempre en el preciso instante en que ella levanta sus pestañas y los barre para adentro como si tuviese un imán de ojos claros. Otra que emboba es la Liliana, una morocha que se recuesta en el marco de la puerta y se pone a leer, media cabellera lacia y brillante que le llega a la cintura y unos ojos negros que siempre dicen que si. La Angelina se hace la intelectual pero apenas sabe leer, también sabe hacer de las suyas: está siempre con la manguera en la mano, se pone a regar la calle haciéndose la distraída para mojar y moja, vaya que moja. Pero como la Angélica no hay ninguna, ella sabe clavarte la mirada desde lejos y por supuesto todos se le acercan atraídos por esa actitud sensual de come hombres. Algunos no aguantan y bajan la cabeza, pero el que la sostiene recibe el abrupto: ¡Qué mirás, pelotudo! Y es capaz de abofetearle. El que es débil sale corriendo y el que se planta y pelea, la gana. Yo soy amigo de todas y les hago los mandados, o llamo a la policía cuando hace falta, siempre recibo buenas propinas, algunas me dejan que las toque un poquito. Pero enseguida me dicen que no me entusiasme, que todavía tengo que crecer. Así que no me queda otra que imaginar de día para aprender y de noche colgar el calzoncillo y soñar con un harén.

Pascual Marrazzo ©

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