Hola lectores
Desde un lunes azul de enero, les envío “La culpa” Un cuento que tiene la culpa como hilo conductor y hace reflexionar.
Un abrazo
LA CULPA
Tienen que perdonarme la distracción, no nos vamos a ir más por las ramas y les voy a contar de una culpa, una culpa hecha y derecha, culposa, densa:
La carga del pecado es la culpa y el peso específico de ésta, está relacionado, no sólo con el pecado, sino con la toma de conciencia que cada individuo tiene el valor de declarar.
Ni hablar de la justificación, que sabe anular totalmente la culpa. “Le metí cuatro balazos porque se lo merecía”.
La culpa entonces es dinámica y se transforma en el éxito de la venganza, el fracaso del arrepentimiento o viceversa.
Se trata de una culpa que nació de dos culpas. Ninguno de los dos quiso tener la culpa, ni ella, ni él. “Yo no tengo la culpa” - dijo él. “Yo tampoco” – contestó ella – Y en múltiples reproches la culpa saltaba de un lado a otro sin saber dónde quedarse. Pero a los nueve meses, la culpa de las culpas nació y fue a parar a la puerta de una Iglesia, eso sí en un canasto, como si fuese una última lavada de manos.
Podríamos escribir un libro como el “Elogio de la culpa” de Marcos Aguinis, sin plagiarlo. Porque la culpa es efímera, volátil, construida o inventada como la culpa sin culpa. Transgresora como la culpa que no se siente o simplemente culpa sin culposos.
Me acuerdo de un gallego a quien bastaba preguntarle algo, para que él contestara: “Yo no tengo la culpa”. ¿Cuál sería esa culpa que se escondía y recorría los laberintos de la imaginación?. Una culpa que ni siquiera había ido uno a buscar.
Era evidente que al gallego le pesaban las culpas y se las echaba a otros para estar más liviano. Estas culpas iban de mano en mano como copos de nieve y terminaban desapareciendo sin dejar rastros.
Perdonen nuevamente el despiste, yo llevo la culpa. El Cura dijo: “¡joder! yo no tengo la culpa de que haya padres inconscientes” y se lo enchufó a la Criada. Entonces ella, indignada, reclamó: “Que me hayan dejado a mí en la puerta del Convento, no quiere decir que me tenga que hacer cargo de todos los regalos; me quedo con el canasto, de lo demás que se encargue otro”.
Y así la culpa se fue escurriendo nuevamente de mano en mano hasta que se hizo cargo ella misma de sí, creció, se cambió el nombre y escribió este cuento.
Pascual Marrazzo ©
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