Desde un día soleado de invierno, les envío "La abuela" Un cuento que da mucho lugar al lector para dimensionarlo, adivinarlo e imaginarlo. Un abrazo y que pasen un feliz fin de semana. Pascual
LA ABUELA
Mi Abuela era tuerta, pero el ojo que le faltaba parecía andar por todas partes: “Sáquese las manos de los bolsillos”, “lávese esas orejas”, “el alero está lleno de telarañas”... Y esa manía de hacerme lavar los dientes con el jabón y la ceniza del brasero... Todo el día se la pasaba dando órdenes, mandona era la Abuela.
Me gustaba verla dormir, porque con los ojos cerrados no mostraba el ojo muerto y era linda. No tenía arrugas en la frente como otras Abuelitas.
No todos le creían que era mi Abuela, pero como se había ganado el mote de santona nadie le decía nada.
Cuando llegamos, el pueblo no tenía médico y ella supo aprovechar. Tomó el trabajo de sanadora, no recuerdo de dónde habría tomado experiencia; pero si no sabía, hacía muy bien que sabía.
Como hacía mucho calor, habíamos colgado unas lonas del parral y como decía ella, ahí atendía, al embrutecimiento, a las esperanzas y a los sueños.
Con el tiempo se radicaron un par de médicos y la quisieron echar del pueblo, pero cuando vino el Juez de Paz, ella lo atendió detrás de las lonas, se arrodilló y le curó
Los clientes no le faltaban, decía que nunca había que recetar abstinencias: - dormí más – trabaja menos – ya va a caer solito – volá nena, volá, cerrá los ojos y volá -. Esas eran todas sus recetas. Decía que si ella acertaba en lo que la gente quería escuchar, se curaban más rápido.
Lástima que ella no se supo escuchar, no se pudo interpretar
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