Hola lectores
Desde un día azul de Otoño, les envío "Paseo
matinal" Un cuento que encierra una metáfora oculta que termina cuando
dice "ella sabe que no tiene que
cruzar" Lo que sigue es un final inesperado.
Un abrazo
Pascual
PASEO MATINAL
Una mañana quieta, desierta, temprana… como todas las
mañanas de domingo. Apenas un reflejo de sol que presagia que no habrá tregua
de verano. Las veredas del parque todavía están tibias, un borracho duerme su
mona a lo largo de un banco. El humo de mi pipa flota aquietado y el follaje
está inmóvil… si no fuera por el olor del tabaco, diría que estoy mirando un
gran cuadro. Ella está a mi lado, observando mi quietud y tratando de adivinar
mis pensamientos. Su mirada en forma de pregunta tiene la fuerza suficiente
para sacarme de la actitud de espectador. Siento cierta vergüenza, ya que por
lo general el tiempo que transcurre en la mañana del domingo, le pertenece… es
el único que puedo darle. Pese a todo, su fidelidad es inmensa. Supero mi
abstracción, apoyo mi mano en su cabeza, entrelazo mis dedos en su pelo, hasta
que la empujo suavemente y corremos alocados por el césped. Pronto me doy
cuenta de que llevo todos mis años a cuestas y me voy quedando atrás, entonces
comenzamos un juego: ella se da vuelta y me mira… es la invitación a un ritual
que se repite domingo a domingo, renuevo mí fuerza para alcanzarla y ella
corre, corre, ágil, descalza, hasta desaparecer. Nuevamente siento una
sensación de quietud, busco un sendero, se que ella aparecerá, como siempre,
exaltando mi corazón. Mi marcha se va aquietando, se que la veré en algún
momento, con alguna de sus sorpresas. Los colores cambian, entro en la sombra
de los árboles gruesos que cierran el cielo, dejando pasar, alguna que otra
vez, algún hilo dorado. Y en este marco expectante, aparece ella. Su figura
desnuda no desentona; yo en cambio, me siento un intruso atrapado por la naturaleza. Se abalanza sobre mí casi
salvajemente, rodamos, nos revolcamos y jugamos, dejándonos llevar por el vacío
de la cordura hasta quedar exhaustos. Tengo la espalda dolorida, ella jadea, me
levanto y emprendemos el regreso. Al salir del parque noto que han pasado un
par de horas, la ciudad comienza a despertar, ella se para en el cordón de la
vereda y me mira, sabe que no tiene que cruzar, saco de mi bolsillo la correa,
la engancho en su collar, cruzamos y volvemos a casa.
Pascual Marrazzo ©
Del libro “Los Cuentos de Pascual”
Ediciones
Tu Llave, colección: Nosotros el Sur
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