Hola lectores
Desde un día azul de Otoño, les envío "El
Impuesto" un viejo cuento que cada tanto se pone de moda.
Un abrazo
Pascual
EL IMPUESTO
Allá, en el valle de los sueños perdidos,
Cayetano tenía la costumbre de trabajar, era poseedor de la herencia de sus
ancestros y no concebía la vida de otra manera.
Producía las mejores manzanas del mundo y
luchaba contra la adversidad de los inviernos duros y los veranos impetuosos de
la Patagonia.
Un día cayó en la cuenta de que sus
ingresos no alcanzaban para poder afrontar los impuestos y despidió al peón que
le ayudaba en las tareas rurales.
Todo parecía estar solucionado con un
poco más de trabajo. Pero el chancherío se le puso exigente y no quiso saber
nada de ajustes. Cayetano no podía conformarlos y les impuso a las gallinas, a
los conejos, y muy especialmente a los pavos, más producción para alimentar a
los cerdos.
Las gallinas se encocoraron contra las
pisadas de los gallos y dijeron que era una huevada eso de pasarse la vida
haciendo fuerza para poner más huevos, cuando ni siquiera recibían un puñado de
maíz.
Los conejos alzaban las orejas y se
comían hasta las raíces de los pastos para reproducir, dejando las pieles para
que los cerdos engorden y engorden.
Los pavos pavotes se desprendían de las
pavitas y las plumas para que los chanchos engorden y engorden.
El tero se hacía el loco gritando de vez
en cuando y tomando las palabras de todos, decía: al carajo con los impuestos.
La mulita escuchaba asustada y seguía
escondida trabajando en negro.
La vaca tenía las tetas por el suelo de
tanto que se las estiraban al pepe.
El cuis estaba preocupado porque en la
chacra de al lado había una familia de laosianos.
Todo el vicherío sentía la presión del
primer mundo y en su dolor y estrés, Cayetano, confundiendo a su propio perro
con el de la DGI, le voló la cabeza de un tiro.
Desconsolado por haber matado a su mejor
amigo y presa de la DGR o de los brutos ingresos de penurias que lo invadían se
dirigió al chiquero y abrió las puertas.
Una bandada de cuervos se alineó sobre
los alambres, los chanchos se comieron hasta las flores silvestres, las aves
negras chillaban por sus honorarios. Mientras, un águila del norte manchaba con
su sombra el valle de los sueños perdidos.
Del libro “Los cuentos de Pascual”
Editorial: Nosotros El Sur
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