domingo, 12 de diciembre de 2010

Irva

Hola lectores

Desde un domingo ventoso y fresco de verano, les envío “Irva” Un raye con final de cuento.

Un abrazo

Pascual


IRVA



Irva es un milagro imprevisto, me reanima el palpitar del corazón. No se trata de un recreo extraviado, ni un enigma. Irva es lo más parecido a una utopía; porque su perfección proviene de mis ojos enamorados, que no saben ver sus imperfecciones. La rutina de mi razón trajina a sabiendas entre un remolino de sombras y tampoco le encuentra los defectos. Hasta mi subconsciente deja de lado el presentimiento. Por eso vuelvo a decirme: Irva es un milagro, un regalo envuelto en misterio. Disfrazado de último tren, para que no me arriesgue a perderlo. Su vagón de cola es un cometa chispeante que abraza los rieles de las estaciones y los sacude con movimientos de mecedora. Irva me habla emociones en el oído, me atraviesa un novedoso universo. Su voz hilvana el ingenio de la atracción e inflama el erotismo con un registro involuntario. Ella sabe tomar la iniciativa, es la mujer que sueñan los hombres para verter las fantasías. La que arrulla con un diálogo amoroso y un susurro que siempre termina en un “te amo”. Su rostro es natural, de piel suave como la brisa y textura sin tramas de fatiga. Pasea sorpresas por la vereda de mi alma dispuesta a la aventura y a explorar los rincones de las ansias. En las siestas es pródiga en respeto, oculta el monte y su capullo bajo las sábanas y su respiración es una escala de caricias perfumadas. Con Irva la vida: es tiempo en trozos, momentos ávidos, viajes en tranvía, olvidos de prejuicios y sentidos sedientos. Los minutos se tensan, envuelven la anochecida madrugada y garabatean con furia las agujas del reloj. Como a todos los tesoros hay un momento que tengo que ocultarla, separarme por largas eternidades – la separación del amor es una eternidad – Es como recorrer una ruta accidentada de cobardía, crueldades, desafíos, sollozos y desvelos. Se trata de un final sin fin, que se repite y se repite como una costumbre. Es un hasta luego, un hasta siempre que enerva la sangre. El abandono que muerde el mensaje necesario de sus ojos, tener que repetir y repetir: esto de volver con su marido.

Pascual Marrazzo ©

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