Desde un día gris de invierno, les envío "Encuentro" Un cuento que muestra el laberinto donde corre el pensamiento, y se choca con la realidad. Es una suerte, que en muchos casos se funde uno con el otro. La vida nos enfrenta continuamente con este ejemplo. Cuando se da, brilla.
Un abrazo
Pascual
ENCUENTRO
Andar montado en un camello, es más o menos como estar subido al carajo de un bergantín.
El desierto es el mar de arena que acompaña la comparación y el dromedario tiene un caminar lento que te hamaca en unos medios círculos a derecha e izquierda. A diferencia del caballo el cuerpo se pega al animal de tal forma que se puede dormir durante largas jornadas.
La inmensidad del manto amarillo destaca las pequeñas cosas, casi en el mismo momento en que aparecen.
Por eso, que apenas asomó esa figura en el horizonte, una unión óptica y de pensamientos surgió entre los dos.
Después, todo fue cuestión de tiempo. No sé por qué, se me ocurrió que podía ser una mujer. Una mujer hermosa, quizá rubia, de larga cabellera y ojos de esmeralda.
El desierto colma de fantasías la mente y se abre y corre más que nuestros pies, aunque sean los de un príncipe.
Tal vez sea una princesa queriendo escapar de sus designios para enfrentarse con el destino y acaso no “estaría escrito” que ella y yo nos enamorásemos a primera vista y este humilde príncipe del desierto acreciente su riqueza en un camello y ¿Por qué no ha de venir ella adornada con un rubí en la frente y un collar de brillantes? ¿Por qué Alá no ha de favorecer a su fiel servidor?
Después de todo fue cuestión de tiempo, media jornada y supimos que yo estaba en cuatro patas y ella en cuatro ruedas. A media tarde ya se oía el motor. Revisé la ración de agua y las galletas, puede que tuviera que compartir o era de esperar que fuera la portadora de deliciosos manjares; puede que se aproxime con un canasto lleno de dátiles y ya esté planeando una gran fiesta de bodas con muchos invitados y muchos regalos para este príncipe del desierto.
No me equivoqué, su cabellera rubia competía con el sol y la arena. Dos soles de esmeralda daban los últimos brillos al atardecer y un rubí amenazante cubría de rojo el horizonte.
Mis ojos negros se avergonzaron de pronto y cubrí la cicatriz de mi cara morena bajo el turbante.
Habíamos hecho tantos planes para nuestro encuentro que cuando nos cruzamos, sólo atinamos a levantar la mano.
Pascual Marrazzo©
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