Hola lectores.
Desde un día azul de un verano que no afloja,pero si nos castiga todas estas
Un abrazo.
Pascual
EL ARRAYÁN Y EL CIPRÉS
Con la caída del sol, el Nahuel Huapi dejaba su verde tornasolado para azularse.
Desde Villa Tacul, se veía cómo las olas dibujaban corderitos con su espumas y los abandonaban en la playa pedregosa. Después, mucho después yo los contaba en mi sueño.
Detrás de mí, refugiados entre los cipreses, los arrayanes convivían en grupos, desnudos de corteza, iluminaban las sombras y vestían de fiesta al bosque; alguno que otro, hombre o mujer, escapaban del grupo por obra del amor.
Al verlos, cualquiera podía imaginar una orgía vigorosa, entramada y llena de arte. El viento provocaba al silencio y entre los dos, creaban el murmullo de sus lenguas y los vaivenes de las caricias.
Cuando llegaba la noche, una luna buscona recorría el lugar como si fuese una linterna gigante. Aquella vez, estando totalmente llena y ayudada por el lucero, encontró una pareja de enamorados.
Se trataba de un ciprés que se dejaba seducir; ella impecablemente hermosa rameaba su áspera corteza. Él, miraba embelesado la suave piel y se le hacían nudos en todo el cuerpo.
La luz, hizo que el viento tomara cuenta y éste, picarescamente, los arremolinó para que se abracen. Cuando se fue, quedaron prendidos.
Con la salida del sol yo despertaba, la mano de Su me cruzaba el pecho y mi cuerpo se anudaba.
Pascual Marrazzo ©
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