Hola lectores
Desde un día gris y frio de invierno, les envío
"Impacto" Un cuento breve que de alguna manera reproduce la cadena de
la vida, como al romperse un eslabón, se crea otro. Un círculo que abre y
cierra continuamente, vivientes y por suerte diversos. Nunca son iguales. El
gato y el perro completan una metáfora paralela para los que gustan ahondar más
en la literatura.
Un abrazo
Pascual
IMPACTO
Un ruido es como un sobresalto
del corazón. Luego, se transforma en una curiosidad ¿Qué pasó, qué desorden se
produce en nuestra cotidiana monotonía? Descubro que en la esquina una
camioneta se llevó por delante a un Fiat 1. El hombre miraba la parte trasera
arrugada de su auto y se peinaba con los dedos abiertos de las dos manos, para
disimular que se agarraba la cabeza. La mujer seguía
sentada y aferrada al volante de la 4 x 4.
La acción violenta parecía
haber pasado, me acerqué al señor y le pregunté si estaba bien:
-- ¡Está loca! – me contestó.
-- No se preocupe, es sólo un
choque – le animé.
Luego me acerqué a la mujer y
le golpeé la ventanilla, me miró y dudó un poco, pero al fin la abrió:
-- ¿Qué quiere? – espetó.
-- Sólo saber si se encuentra
bien.
-- Estoy bien ¡Bien caliente
estoy! – dijo a punto de llorar.
-- No se preocupe, es sólo un
choque – volví a animar.
La mujer era muy bonita, de
unos labios sumamente seductores, lo demás no me pregunten. Era rubia, pero no
pude en ese instante beber del color de sus ojos. Tenía una lágrima de rebeldía
en la mejilla que corrió como una perla asustada a la comisura de su boca.
Llegó el patrullero y la gente
comenzó a curiosear, el hombre se envalentonó frente al policía y con voz
imponente le decía:
-- ¡Esa mina está loca, está
loca, loca!
Siempre hago desatinos, así
que no titubeé en abrir la puerta de la camioneta y ofrecerle mis brazos para
bajar. Ella se dejó caer y comenzó a
balbucear en mi hombro:
-- No lo pude matar, no lo
pude matar – me decía.
-- Señora no diga eso que la
van a culpar, por favor no diga nada y cálmese – le susurré.
Se me quedó prendida, como
desmayada. El policía intentó hacerle unas preguntas y yo sin arte ni parte le
dije que la señora sufría un shock y no estaba en condiciones de declarar. Ella
me lo agradeció mordiéndome la espalda con las uñas.
Un gato negro subió sobre el
capot de la camioneta con un maullido de rabia y me miró con sus ojos de
amarillo oro, como alertando un peligro.
El perro que lo corría me gruñó y estuvo a punto de atacarme.
A esta altura ya me preguntaba
qué estaba haciendo ahí. Pero está en mi naturaleza disfrutar la locura a cada
minuto y jamás huir de las tentaciones. Así
que la aparté unos centímetros de mi cuerpo y volví a mirar sus labios, no me
animé a besarla para no aumentar mi sed, pero el instinto me indicó que hubiese
podido hacerlo.
-- ¿Te acerco a tu casa? – le
pregunté, como si la conociera de toda la vida.
-- Si, por favor – me contestó
con voz dulce.
Tomé el lugar de ella en la
camioneta y me dispuse a salir de ese amontonamiento teatral que nos
ofrece la vida a cada instante.
-- ¡Le digo que está loca, es
mi mujer! - escuché que afirmaba el
hombre del Fiat.
-- ¿Es tu esposo? – le
pregunté.
-- Si, me quiere abandonar,
lástima que no lo pude matar.
Arranqué y vi como la escena y
el hombre se achicaba en el espejo retrovisor. Ella apoyó su cabeza en mi
hombro y recién ahí, me percaté que estaba recibiendo la suerte de aquel hombre
completamente evadido del espejo.
Pascual Marrazzo ©
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