Hola lectores
Desde un día azul de Otoño, les pido disculpas por no
haber adjuntado este cuento ayer. Puede haber sido el alemán que se asomó por
algunos segundos y me quitó la memoria que coordina cada movimiento.
"Jamona" es un cuento ambientado en los años en que todavía no
existía la máquina de vapor. Un cuento de amor y aventura.JAMONA
*Jamona:
Dícese de la mujer que ha pasado por la juventud y es algo
gruesa.
Se
llamaba Hortensia, y era mora la sangre que había triunfado en su cuerpo. Se
había embarcado en La Santa Trinidad y pagaba su viaje como lavandera de la
tripulación y toda labor en cubierta. Los marineros la
llamaban Jamona, por su edad y grosor, pero lo cierto es que Jamona no podía bajar a
las bodegas ni entrar en los camarotes, pues en su cuerpo generoso y bonito
había un culo desproporcionado que le dificultaba la
entrada. Tenía que dormir en cubierta.
Como
médico de a bordo, no tenía trabajos manuales ni definidos, por eso el Capitán
me había encomendado el cuidado de Hortensia. Por suerte cruzábamos la calidad
del verano y un par de mantas bastaban para que ella y yo, no pasáramos frío.
Si teníamos peligro de tormenta nos atábamos al palo de popa, que era donde
estaba el timón y el piso más alto.
Esta
bonita mujer, que se hacía querer por su valentía y su honestidad, le había
bajado el copete a más de un marinero de un moquete o directamente los tomaba
de los fundillos tirándolos al agua. Pronto se ganó el respeto de la
tripulación y cierta admiración.
Se podría
agregar que los habitantes de la
Santa Trinidad comenzamos a mimarla sin intenciones. Creo realmente que el viaje
hubiese concluido sin contratiempos de no mediar una calma chicha de más de
treinta días.
La
Santa Trinidad lucía sus tres crucifijos, uno tras otro, como implorando un soplo de
Dios. Teníamos agua acumulada de las lluvias, pero no había que comer y el
hambre dolía.
Yo había
leído el “Cándido” de Voltaire, donde en una situación como ésta, los marineros
habían hecho milanesas con las nalgas de una vieja y ésta había sobrevivido.
Cada vez que observaba a Jamona, me venía ese recuerdo entre la vergüenza y el
malestar de las tripas. No sabía muy bien cómo abordar esta situación y se me
ocurrió una idea: busqué entre los libros de mi baúl y lo encontré. ¡Ahí estaba
el “Cándido”!. Con algunas hojas sueltas ¡Pero completo!..
Subí
nuevamente a cubierta y me enfrente a ella:
- Jamona, me gustaría que leas este libro,
es muy importante.
- No soy muy buena para la
lectura. Pero
además estoy preocupada por mi comprometido.
- No sabía que tenías un novio.
- Me está esperando para casarse, nos
comprometimos por carta. Quiera Dios que no se canse de esperar y además que yo
le guste.
- No tienes que tener miedo, eres muy guapa
y trabajadora.
- ¿Crees que al hombre le importará mucho
eso, o cuando me vea este culo saldrá corriendo?.
- Te prometo que si lees este libro, tal vez
se solucionen todos los problemas, los tuyos y los de todos.
- Pues si es tan importante, lo he de leer.
Al no
poder navegar, los días se hacían largos y tediosos. El Capitán había dado
órdenes precisas para no gastar energías y esto contribuyó para que Jamona
tuviera lista su lectura por la tarde del día siguiente.
- No pretenderás rebanarme el culo – me lo
dijo con lágrimas en los ojos.
- No Jamona, te juro que sería incapaz de
hacerte daño. Sólo quiero que me escuches atentamente y que no tengas miedo, que
no propondré nada sin que tú quieras.
Le
comenté que lo que ella había leído era una atrocidad, pero que yo me animaba a
sacarle dos rodajas, una de cada nalga, como si fuesen gajos de naranja y lo
suficientemente grandes como para armonizar su cuerpo. Que pensara en todos
nosotros y en ella misma. Que valía la pena conservar la vida y ayudar en una
causa que podría terminar horrorosamente si no lo hacíamos a tiempo. Que iba a ser prudente y la cosería lo más prolijamente
posible para que no le quede una marca grosera y...
Al otro
día Jamona me confesó que estaba dispuesta. Ella era muy buena y nunca pude
saber si lo hizo por nosotros o por ella, de todos modos eso no importaba.
El
primero que lo supo fue el Capitán, que quedó impresionado y agradeció a Jamona
semejante sacrificio. Luego reunió a la tripulación y le dio la
noticia. Todos despertaron de su letargo y al momento comenzaron a corear su nombre.
No
perdimos el tiempo, inmediatamente comenzamos con la limpieza, esterilización
de las agujas y la navaja. Pude convencer al marinero que reparaba las
velas para que me ayudara, pues había notado en él una excelente habilidad para
coser. Jamona eligió la emborrachadura del opio y se puso a fumar, luego la
atamos a la mesa boca abajo y le apretamos lo más posible un cinturón debajo de
la cintura para que se le duerman las nalgas y las piernas. Cuando todo estuvo
listo y el sol no molestaba, comenzamos. La operación se realizó a cielo
abierto, con la presencia del Capitán y la ayuda del marinero. Desde la bodega
llegaba el murmullo inconfundible de los rezos de la tripulación.
Al día
siguiente el Capitán racionó la comida entre todos, mientras Jamona, despertaba junto con el dolor. Le
encomendé que siguiera fumando opio y le llené los oídos de dulzuras.
Como si
Dios hubiese necesitado un sacrificio para mover el vacío de la calma, comenzó
a mandar un soplo, y otro, y las velas se levantaron junto con los ánimos. Tres
días tardamos en encontrar una Isla para reabastecernos y reestablecer las
fuerzas de los tripulantes. Pero lo más importante para mí, era que Jamona pudiera
recuperar su vitalidad para luchar contra la posible infección.
La larga
dieta y la operación, habían hecho de ella una mujer envidiable. Cuando comenzó
a caminar, la ayudaba tomando su cintura, ella tenía que colgarse enganchando
su brazo en mi cuello. Así caminábamos lentamente por la playa y yo pasaba los
momentos más felices de mi vida. Me había enamorado y creo que ella también,
pero era tal su agradecimiento que temía
confundirme.
Llegó la
hora de zarpar y la angustia se fue apoderando de mi cuerpo, atornillándose en
mi pecho como para quedarse para siempre. El Capitán le cedió su camarote a
Jamona por el resto del viaje. Lo hizo delante de todos, con solemnidad y
agradecimiento. De lavandera, paso a ser la princesa de la
Santa Trinidad, ya que la tripulación no la dejó trabajar más. El viaje final tuvo las
noches de estrellas más nostálgicas de
mi existencia. Los ojos de Jamona me pedían palabras, que yo, no me animaba a
pronunciar. Hasta que una mañana el puerto apareció en el horizonte y todos
disfrutaron de la algarabía, menos nosotros dos, que nos cambiábamos a
hurtadillas nuestro propio desconsuelo.
José
Ronaldo, más conocido por “El Portugués”, tenía algunas referencias de su
prometida y entre ellas, no podía dejar de pensar en el voluminoso traste que
le habían descrito en todos sus detalles. Había reformado el carruaje para que
pudiese entrar sin inconvenientes. Por eso que cuando vio esta esbelta mujer,
quedó perplejo y con miedo a equivocarse.
A
Hortensia no le gustó la traza del portugués, demasiada pompa, galera y bastón.
Ella era una mujer sencilla, pero además el amor se le había adelantado a bordo
de la Santa Trinidad. Pero también era una mujer honesta y se sentía
obligada a cumplir con su prometido.
Tal vez, si el portugués no hubiese tenido tan
mal tacto, todo hubiera sido diferente. Pero sus primeras palabras fueron
estas:
- Hortensia ¿Dónde están esas nalgas que han
embarullado tanto mi cabeza?
- Pues se las han comido cada uno de los
tripulantes de la Santa Trinidad.
El hombre
cambió de color, y en su ignorancia apareció la ira y el desamor. Se dio la
vuelta y antes de pisar el estribo, le gritó:
- ¡Pues yo no me he de casar con una puta! –
y castigando con furia los caballos, se fue.
Jamona intentó explicar. Pero se arrepintió,
volteando su mirada y buscando el amor en la Santa Trinidad.
Pascual
Marrazzo ©
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