Hola lectores
Desde un día azul de invierno, el segundo, les envío
"Hijos de la Pampa" un cuento dedicado a la migración del medio
oriente que tan bien se supo adaptar a esta Patagonia (nosotros, les llamábamos
turcos a todos, pero había un poco de todo).
Un abrazo
Pascual
HIJOS DE LA PAMPA
Alistándose casi siendo un
niño en un buque francés, Abraham Liberman había escapado de las guerras
napoleónicas y de la horrible muerte de sus padres.
Así llegó al Virreinato del
Río de la Plata y en cuanto se hizo hombre siguió navegando la Pampa sobre
cuatro ruedas tiradas por un solo caballo. Abraham sabía que su carreta
necesitaba dos, pero el no era rico y en compensación le hablaba todo el tiempo
y no lo castigaba jamás. Lo dejaba ir como al desgano, total no recorría
tiempo, sino distancia.
La bestia casi agradecida de
su exclusividad no dejaba de hacer girar las ruedas hasta que su dueño le
elegía una sombra para pastar y descansar.
Cada dos o tres días
encontraban un rancho para matear, acompañado con chinas, ocasión que aprovechaba
para vender alguno que otro vicio o baratija.
Muy de vez en cuando llegaban
a una pulpería y el hombre disfrutaba del baile y la taba.
Un día, al salir de una de
estas paradas se le cruzó un gaucho mal trazado que encontrando a su mujer
escondida en la carreta la despeno siguiendo su camino como si se tratase de la
vida de un animal.
Abraham no era hombre de pelea
y además ni sabía que la mujer se había escondido en su carro. Así que apretó
los dientes y enterró a la pobre alma.
Pero el destino le tenía
preparada otra sorpresa y fue así que entre el chirriar de las ruedas apareció
el llanto encobijado de un niño.
No le quiso dar su apellido
porque era hijo de la Pampa y le puso Moisés Fierro, para que sea fuerte.
Abraham aprendió a ser un poco
madre y padre a la vez y el niño se hizo muchacho. Tanto, que mereció cargar
cuchillo y consejos, muchos consejos que su padre le daba entre esas largas
huellas y mates compartidos.
Un día entre tantos cruces de
caminos que impone el destino, Abraham se encontró con el padre del muchacho.
El hombre estaba bastante machado, pero así y todo lo recordó:
-
Vos sos el que escondió a mi mujer en la carreta.
-
¿De qué está hablando papá? – preguntó Moisés.
-
Nada hijo, debe estar confundido.
-
No te hagas el sota, que te tengo bien junáo. – volvió
a amolar el mamáo.
Abraham se retiró a un rincón
de la pulpería y pidió una sangría, pero Moisés que tenía la sangre más
caliente le trenzó la mirada.
-
Venga mijo, que el hombre está chispeáo y no sabe lo
que dice, no pretenderá ensuciarse por un borracho cabrón.
-
Está bien papá, pero como hacemos para pararlo.
-
Si se pone muy pesado yo me encargo, al fin de al cabo
la cosa es conmigo nomás.
-
Si papá, pero el hombre es peligroso y usted no es de pelear,
déjeme a mí que le de una tunda.
-
Y cómo le va a pegar a un borracho ¿Le parece cosa de
hombre? Déjelo que yo lo voy a amansar sin rebenque.
-
¡Turco cabrón.. escondedor de hembras..te voy a
despenar como a esa puta!..
Abraham se dio cuenta que no
podía esperar más. Rápido como el susto le dio un abrazo para que no lo sobe
con el cuchillo y le dijo algo al oído. Después, lo soltó sin dejar de mirarlo
a los ojos. El hombre miró a Moisés y asustado salió llevándose unas sillas por
delante.
-
Papá ¿Qué le dijo que salió volando como lechuza
renga?
-
Já, no me lo vas a creer. Le dije que vos eras el hijo
y no lo querías achurar.. y como estaba en pedo se lo creyó nomá.
-
Ja, ja. Cuánto
tengo que aprender de usted papá…
Pascual Marrazzo ©
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