Me encontraba en mi triste parador a la vera del Paseo de Parrote, camino al castillo de San Antón, cuando observo a un hombre que, con mucho esfuerzo, cargaba una bolsa. La textura de este pesado bulto, llamaba la atención por su fineza aterciopelada y roja como un tulipán holandés. Cada tanto la bajaba de su hombro dolorido y tomaba un pequeño descanso. Olía a transpiración sin mugre y bebía de una cantimplora un líquido que podría ser agrio, ya que le hacía arrugar la cara rústica y barbada.
Unas nubes negras y cargadas de bronca lo amenazaron con el vozarrón del trueno y tuvo que guarecerse en mi cobertizo. La lluvia no se hizo esperar y noté como resguardaba la llamativa carga. -- ¿Qué lleva ahí? – le pregunté. -- “Es el vestido de la Virgen Morena” -- me contestó.
La lluvia le dio paso al cielo azul hasta tropezar con el horizonte verde y el sol se escurrió dejando caprichosos bastones dorados. Cuando el hombre casi agotado cargó nuevamente el saco, dio unos pasos y cayó muerto de tal manera que, con su propio cuerpo amortiguó la caída del pesado vestido. Sin ningún transeúnte a la vista y aguijoneado por la curiosidad, desanudé los cordones de la bolsa: eran cientos de piedras irregulares de mármol achocolatado. Mayor fue mi sorpresa ¿Por qué habría de mentirme?
Casi llegando la noche se habían reunido media docena de hombres y dos mujeres. Ninguno de ellos lo conocía y para nada queríamos enterrarlo sin saber qué clase de cristiano era. Por suerte, a la media noche un arriero alumbrándolo con un farol lo reconoció. – “Es Manuel, el escultor, el que acaba de desnudar a la Virgen, aquí, cerca de la Coruña.
Pascual Marrazzo ©
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