miércoles, 15 de abril de 2009

Silencio

Hola lectores
Desde un día azul de otoño averanado, les envío "Silencio" donde se puede apreciar hasta donde pueden llegar nuestros anhelos de silencio. (Tendrá algo que ver esto con que los jóvenes necesitan aturdirse)
Visiten los blog: http://pascualmarrazzo.blogspot.com.ar
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Un abrazo
Pascual.


SILENCIO

Ernesto se molestaba por el ruido, un poco tal vez porque lo asociaban con su vejez y él no lo podía aceptar. Pensó que sólo necesitaba unos días de descanso y de paz; quizás lo ayudara su afición a la pesca y la cabaña del lago. Había estado tan imposible que su mujer sintió alivio al verlo partir. En el viaje, Ernesto iba sufriendo el ruido de su camioneta; con los dientes apretados aguantaba estoicamente sabiendo que muy pronto estaría gozando de la tranquilidad que tantas otras veces había disfrutado. Al fin paró el motor y respiró hondo, como queriendo acaparar todo el espacio de la naturaleza. El sol del mediodía no daba tregua y lo acariciaba con sus manos sedosas y calientes. Ernesto tuvo la necesidad de meterse en el agua y luego intentar una siesta debajo del acacio, cerró los ojos y sin pretenderlo se le dibujó una sonrisa. No le duró mucho, el timbre de una chicharra lo sacó de su sueño. (Cuando canta la chicharra se detiene la naturaleza, como una señal de respeto, como si en ella flotara un mensaje importante que todos debieran aprender, ni brisas, ni animales en movimiento.) Claro que esto no amainó a Ernesto que no estaba dispuesto a dejarse arrebatar la tranquilidad. Reaccionando con cierta violencia entró a la cabaña y apareció apuntando la escopeta hacia el ruido. El eco del disparo se fue desgranando en forma de cascada, despertando el silencio de la fauna. Los gritos de las gallaretas; el aletear de las distintas especies voladoras, el ladrido de algún perro asustado y el murmullo de todo el otro bicherío, llenó la amplitud del lugar.

Ernesto desconsolado y con los nervios destrozados se recluyó dentro de la casa, cerró bien la puerta y las ventanas; pero esto no alcanzó. La cabaña de madera parecía una caja de resonancia que apagaba los ruidos y los transformaban en una especie de vibración. Se acostó en el camastro y arrolló la almohada a sus oídos hasta quedarse dormido. Una vez descansado su cuerpo, lo despertó el zumbido de la heladera; malhumorado la desenchufó y se sentó en el catre sin saber que hacer. Al cabo de un rato se dio cuenta que reinaba un absoluto silencio y esto lo tranquilizó, pensó en salir pero tuvo miedo al alboroto y decidió leer un poco hasta cansar sus ojos. No duró mucho, el ruido de sus propias tripas lo empezó a molestar y lo decidió a hacerse algo de comer. La noche se acostó cuidando muy bien de respetar el espejo del lago alumbrado por la luna. Ernesto abrió la puerta tímidamente y salió a caminar; lo hacía con precaución pero sin tener claro el motivo se sentó en un tronco y en la paz de la noche reflexionó: ¿Qué invitación propone la noche? Esconde, cubre y crea el misterio que la diferencia o simplemente es el día agazapado, elucubrando el desgaste de la vida. El día había comenzado mal, pero todo parecía indicar que terminaría bien. Ernesto abrió las ventanas para darle entrada al aire fresco y se acostó mirando la oscuridad, ningún ruido molesto pudieron captar sus oídos. (La quietud, el silencio total, siempre es sinónimo de presunción.) Sin embargo, poco a poco un sonido interior, el de su propio corazón comenzó a hacer eco en su cabeza. Pronto lo invadió la música acelerada de un tambor, acompañada de un profundo dolor en el pecho. De repente el dolor se fue, los tambores se llevaron la música y Ernesto descansó en paz.

Pascual Marrazzo ©

Del libro “Los Cuentos de Pascual”

Ediciones Tu Llave, colección Nosotros el Sur

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