Hola lectores
Desde un día azul de primavera, les envío "El
garrote del vigilante de la esquina" Un cuento que trata de rescatar esta
figura tan emblemática de nuestro pasado, la mirada de los niños y las
travesuras de los adolescentes.
Un abrazo
Pascual
El garrote del vigilante de la esquina
Mi tío Jose
era el hermano menor de mi mamá y el más consentido de la abuela. Pero era
diablo el tío. Tenía un carácter jovial y se la pasaba contando cuentos de
color verde, así le llamaban a los cuentos, cuentos verdes. La abuela lo fajaba
con el cinto cuando se mandaba una macana, dos o tres rebencazos y se le zafaba
con sus dieciocho años a cuestas. Era jodido el tío José.
Un día le
bajo los calzones a mi tía Berta, una vieja de treinta años, hermana de mi
papá. Se los había bajado hasta las rodillas, yo lo vi, la tenía apretada
contra la pileta de lavar la ropa. La tía Berta empezó a los gritos y mi abuela
llegó detrás de mí y empezó a chancletearlo, la Berta también le pegaba con un
zapato y con la otra mano se subía la
bombacha para taparse la barba.
- ¡Anda corriendo a buscar a
Don Ramón! - me gritaba la abuela.
Don Ramón
era el “vigilante de la esquina” La gente lo quería porque arreglaba los
entuertos familiares y nunca llevaba preso a nadie. Daba consejos y no permitía
que entren a robar al barrio. A mí me gustaba hablar con él, porque me prestaba
el amansaloco, como le decía él. Era de palo el amansaloco, Don Ramón comentaba
que era su mejor amigo y lo ayudaba a solucionar los problemas.
- ¡Don Ramón, Don Ramón!...
- ¿Qué le pasa mijo?
- Lo llama la abuela, mi tío
José se mandó otra cagada.
- No sea boca sucia ¿Y qué
hizo ahora el tarambana ese?
- Algo feo.
- ¿Y qué es lo feo? Vamos
cuente.
- No puedo, porque usted no
quiere que diga malas palabras.
- Buena diga algunas que se
las perdono.
- Le bajó los calzones a la
tía Berta, para mí que se la quiso culear.
- ¡Eeeepa! No sea mal
pensado, a lo mejor le quiso hacer chas chas en la cola. Como le saben hacer a
usted cuando se porta mal.
- Sí, pero a mí me pegan con
la chancleta y el tío en la mano tenía otra cosa.
- Bueno, bueno, bueno,
dejémoslo así.
Cuando
llegamos a la casa el tío ya estaba pichoneado, la abuela se había encargado de
darle una buena paliza y le rezaba todos los rosarios. Así que Don Ramón sólo
tuvo que amolarlo un rato más con un buen reto. Después, se tomó unos mates con
la abuela y la tía se encerró en la pieza a llorar. Cuando se despidió para
volver a la parada de la esquina la abuela me ordenó que lo acompañe.
Salimos
caminando y le volví a pedir el garrote, era de madera tan brillante que uno se
miraba como en un espejo.
- Don Ramón ¿Cuántas veces
tuvo que usarlo?
- ¿Si yo le cuento un
secreto usted va a saber guardarlo?
- Si Don Ramón.
- ¿Se compromete? Mire que
es cosa de hombres.
- Si Don Ramón, se lo
prometo.
- Bueno, entonces se lo voy
a contar: Nunca le pude pegar a nadie.
- ¿Y por qué?
- Porque el garrote esta
hecho de palo santo.
Pascual
Marrazzo ©
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