miércoles, 27 de mayo de 2009

Confesión

Hola lectores
Desde un día de otoño, totalmente azul y con el poncho de los pobres a pleno, les envío una "Confesión"
Un abrazo.
Pascua
l


CONFESIÓN

Mi papá sabía faltar tres o cuatro días y caerse con los rastros que deja la parranda. Llegaba que daba lástima y traía cara de bueno, por eso que mi mamá siempre lo perdonaba.

Claro que aquella vez pasaron tantos días que ella intuyó que nos había abandonado. Se había ido de la pieza que alquilábamos en el conventillo de Doña

Aurora, y mi mamita no podía pagar el alquiler. Así que nos tuvimos que volver a la casa de la Abuela.

No puedo asegurar haber sufrido, dicen que los chicos están anestesiados por la juventud, algo de eso debe de haber.

Mi mamá en cambio lo extrañaba, no era fácil para ella olvidar las palizas y las borracheras de mi viejo. En cambio yo me olvidé enseguida de él.

No así de la planta de jazmín, una que habíamos descubierto en una lata de tomates y creció tanto que de ahí pudimos hacerle el ramo de novia a la Tía Juana. Tampoco me iba a olvidar del toby, toby era el perro del conventillo, pero yo sabía que él me quería más que a nadie, que ningún otro se gastaba tantas caricias con el.

Por eso que ese día, cuando tomé la primera comunión, tuve que confesarle al Cura:

- Mire señor Padre, el perrito no era mío, pero me quería más que a nadie y el jazmín… bueno, nadie lo iba a regar. Así que me los tuve que llevar a lo de la Abuela.

Pascual Marrazzo ©

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